Me resulta gracioso porque además yo siempre vuelvo; es una cuestión de educación. Me lo instalaron en el cerebro con la precisión esa de los anuncios de los turrones "vuelve por Navidad".
La lejanía del hogar nunca me ha provocado especial nostalgia, y es ahí a donde voy a parar. Tampoco la Navidad. Bueno, ahora sí, pero es más porque uno quisiera volver a un tiempo perdido irrecuperable, a esa infancia que posiblemente jamás existió.
Lo que a mí me pasa, cuando vuelvo a mi ciudad natal, y cuando estoy también mucho tiempo en un sitio. Es que me da "nostalgia del afuera". Necesito visitar otros lugares. Ver nuevos mundos. Enseguida me pregunto cómo será la vida en otro lugar. Cómo seré yo en otro sitio y entre otra gente. Luego me voy y descubro que soy exactamente igual que en mi casa. Tengo las mismas necesidades y preocupaciones, pero también las mismas ganas de divertirme y la misma forma de agobiarme. Me río y lloro igual. Eso sí, los ojos se me llenan con los nuevos territorios: montañas, carreteras, mar, ciudades, nubes, sonidos, sabores... Los pruebo, los degusto y la vuelta, por Navidad, hace que lo viejo sea un menos gastado, menos visto -casi nuevo-.
Así pues, me encantó esta cita de Hans Christian Andersen que copié hace tiempo:
La nostalgia del hogar es un sentimiento del que muchos saben y se quejan; yo, por el contrario, sufro de un dolor menos conocido, y su nombre es "nostalgia del afuera". Cuando la nieve se derrite, las cigüeñas llegan y los primeros barcos de vapor zarpan, me asalta la punzante comezón de partir.
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