Para conmemorar el 184 aniversario del nacimiento de Lewis Carroll, que fue ayer, he aquí un texto que leí el 15 de mayo de 1986, en un pequeño acto de homenaje a este autor que tuvo lugar en la ya desaparecida librería Tartessos, que entonces regentaba Jos Framis. El evento incluía, entre otras cosas, la exhibición y venta de una serie de deliciosos muñecos de la artista Ana López Escrivá que representaban personajes de los libros de Alicia, un escaparate diseñado por el fotógrafo Pep Pujol, y una pequeña selección de libros de ediciones antiguas de libros de Carroll de mi colección personal. Inicialmente yo iba a ser el único orador del acto, pero Esther Tusquets, que prestó la imagen para la fotografía de la invitación, sugirió a Jos que valía la pena recabar la colaboración de Luis Maristany, del que me haría gran amigo. Reproduzco el texto casi tal cual, transcrito de las cuartillas en las que lo mecanografié con una máquina de escribir eléctrica de mi padre. Los lectores sabrán perdonar las asperezas de este escrito primigenio, que marcó mi primera aparición pública, aún así me ha parecido divertido.
Todo esto que
pretendemos hacer ahora es perfectamente ridículo. Estamos aquí
para hablar de Alicia
en el país de las maravillas
y homenajear a su autor, Lewis Carroll. Pero, como todos sabemos,
Carroll NO escribió los libros de Alicia. ¡Ni mucho menos! No
señor, los libros de Alicia, como sabe cualquier persona culta, los
escribió Su Alteza Real la Reina Victoria.
Por supuesto que,
hasta hace poco, todos pensábamos que la cosa no era así. Sin
embargo, hace dos años, una computadora, hábilmente tecleada por
los muchachos de la Continental Historical Society de San Francisco,
descubrió la triste verdad. Ni que decir tiene que la computadora
está en lo cierto. ¿Quién ha visto alguna vez equivocarse a una
computadora?
Plenamente consciente
del carácter subversivo de su obra, que, como muy bien nos han
demostrado los psicoanalistas está llena de groseros símbolos
sexuales y malintencionadas reflexiones sobre la familia y el poder,
plenamente consciente de esto, la buena reina actuó discretamente y,
así, sobornó con largueza a un desconocido profesor de matemáticas
de Oxford llamado Charles Lutwidge Dodgson, quien accedió a
prestarle a su soberana el pseudónimo de Lewis Carroll, con el que
llevaba años publicando versillos paródicos en revistas locales de
poca monta. Pero no quedó la cosa ahí. Para darle más
verosimilitud a la patraña, los sicarios de Su Majestad untaron
también al mismísimo Deán del Christ Church
College, el más grande y prestigioso de Oxford, para que éste
forzara a su hija a contar una improbable historia de una excursión
en barca por el Isis en la que el venal matemático habría narrado
la historia. Éste llegó incluso al extremo de falsificar, de su
propio puño y letra, un manuscrito conteniendo una versión
burdamente simplificada del cuento, ilustrada con unos cursis dibujos
plagiados de las ilustraciones del maestro John Tenniel.
Sin duda, de haber
salido todo esto a la luz en su momento, el escándalo hubiera sido
mayúsculo: Carroll expulsado ignominiosamente de la Universidad, el
Deán hundido en la miseria, y sus hijas camino de la prostitución.
La Reina Victoria, avergonzada, abdica ante las presiones de un
populacho y un Parlamento escandalizados por la escabrosidad del
asunto, que habría pasado a los libros de historia con el nombre de
Aliciagate.
Sin embargo, como
estoy seguro de que a todos nos case mal la Reina Victoria, que era
gorda y fea, vamos a hacer como la Reina Blanca de A
través del espejo
y vamos a creernos seis cosas imposibles antes del desayuno. Vamos
así a creernos que Carroll fue quien escribió los libros de Alicia,
que lo de la excursión en barca es verdad, y que aquel manuscrito
extraordinario salió de su propia mano. Así pues, vamos a hablar de
ese individuo como si realmente fuera alguien importante. Pero antes,
una pequeña explicación (y ya oigo gritar al Grifo con tono
impaciente ¡No, no, la aventuras primero, las explicaciones siempre
se alargan espantosamente!); pero esta explicación es
necesaria.
A ver cómo hablamos
de Lewis Carroll porque, ¡hay que ver las cosas que se ha llegado a
decir sobre el pobre hombre!, ¡y qué interpretaciones se han hecho
de Alicia
en el país de las maravillas!
Vean, si no, la explicación de este libro dada por el célebre
erudito Ydoow Nella, profesor de literatura cingalesa de la
South-West Manhattan Yeshiva University, quien llegó la conclusión
de que el cuento aparentemente absurdo de Carroll no hacía sino
esconder un mordaz ataque del matemático a los críticos que se
empeñaban en atribuir las obras de Shakespeare a sus contemporáneos
Marlowe y Bacon. Cito el resumen que hace Nella de su teoría: “El
Conejo Blanco era Shakespeare, el Sombrerero Loco, Marlowe, y el
Ratón Bacon – o el Sombrerero Loco Bacon, y el Conejo Blanco,
Marlowe– o Carroll era Bacon y el Ratón Marlowe – o Alicia era
Shakespeare, o, quizás, Bacon – o Carroll era el Sombrerero Loco.”
Como dice el propio Nella, “es una lástima que Carroll no esté
hoy vivo para dejar sentado este importante asunto”.
Una teoría que, como
se ve, es harto compleja. Sin embargo, para tranquilidad del público,
trataremos aquí de atenernos a cosas más sencillas. De todos modos,
la obra maestra de ciertos comentaristas ha sido su descubrimiento,
fascinante, de que Lewis Carroll y Charles
Lutwidge Dodgson eran dos personas distintas. Lo que estos críticos
han hecho, en realidad, es prescindir del proverbial escalpelo y
tomar un serrucho con el que han partido en dos al pobre Charles
Lutwidge Dodgson, por la sencilla razón de haber adoptado un pseudónimo
para escribir obras literarias mientras continuaba publicando libros
“serios” bajo su verdadero nombre.
Francamente, no hay
por dónde cogerlo. Por un lado resulta que la obra supuestamente
seria de Carroll no es tan seria. Una buena parte de los libros de
lógica y matemática que publicó, como por ejemplo Euclides
y sus rivales modernos,
El
juego de la lógica
o Una
historia enmarañada,
entran dentro de la categoría de lo que él mismo llamaba “lógica
o matemática recreativa”, presentada al lector como un puro juego
muy adecuado para conjurar el vacío de las noches de insomnio. De
hecho, los tres libros están firmados con el pseudónimo, y el
planteamiento de los numerosos problemas y paradojas que contienen
está en forma de historia que pertenecen, sin duda, al universo
imaginario de los libros de Alicia.
Quizá, para dejar
esto bien sentado, habría que citar aquí las palabras de una
auctoritas,
Derek Hudson, autor de la más importante biografía de Carroll:
“En todo gran
humorista buscamos primero al hombre que nos hace reír, cosa muy
natural. Tenemos nuestras propias ideas sobre su carácter
–imaginándolo, quizá, como muy similar al nuestro, en nuestros
momentos más felices– y por eso nos sentimos con frecuencia
desconcertados, a veces decepcionados, cuando descubrimos que bajo la
brillante superficie las aguas discurren profundas y oscuras. En el
desconcertante caso de Dodgson, el matemático, el lógico, el
artista e incluso el eclesiástico, impregnan al humorista, aguzando
y puliendo sus paradojas hasta que éstas forman un cristal
inimitable. En el centro de todo se encontraba un carácter complejo,
formado por demasiados elementos conflictivos como para infundir paz
al espíritu, pero en nada contribuye a nuestro conocimiento de
Dodgson el querer ver en él a dos personas en lugar de a una.”
Para hacernos una
idea de la complejidad de Lewis Carroll, voy a leer una lista de
todas las cosas que llegó a ser:
Profesor de
matemáticas.
Autor de libros
teóricos sobre matemáticas.
Autor de libros sobre
el arte de aprender y enseñar matemáticas.
Autor de libros de
lógica.
Autor de libros de
lógica y matemática recreativa.Poeta y autor tanto
de poemas “serios” tremendamente cursis como de poemas paródicos
y absurdos.
Narrador.
Novelista.
Inventor.
Creador de juegos y
entretenimientos.
Polemista.
Fotógrafo.
Curador de la Common
Room de
Christ Church.
Autor de una de las
correspondencias más geniales de la historia de la literatura, que,
según cálculos fiables, llegó a comprender más de 100.000 cartas,
escritas a lo largo de 30 años.
Diácono de la
Iglesia de Inglaterra.
Como se ve, si
hubiera que dividir al individuo en función de sus facetas,
tendríamos que cortarlo en lonchas finas.
Ya para acabar (¡al
fin!) me gustaría citar unas líneas del gran erudito carrolliano
Morton. N. Cohen, que vienen muy al caso de todo lo que hemos estado
diciendo, y que hago extensivas a estas palabras:
“A diferencia de
Alicia, quien le dice a la Oruga que le es difícil explicarse,
Dodgson es excepcionalmente bueno a la hora de explicarse a sí
mismo. Y por esto lo mejor es dejar que sea él (a través de sus
diarios y cartas) quien nos hable de su actitud hacia el arte, la
fotografía, las niñas y sus modelos de desnudos. Sus propias
palabras seguirán vivas mucho después de que la mayoría de los
comentarios, incluyendo éste, hayan sido olvidados” (Morton N.
Cohen, Lewis
Carroll Photographer of Children: Four Nude Studies,
Filadelfia: Rosenbach Foundation / Clarkson N. Potter, 1979).
Breve nota para
concluir esta entrada: “Ydoow Nella”, es, por supuesto, Woody
Allen, y la cita procede de uno de los textos de su libro Sin
plumas,
publicado en 1976 por Tusquets Editores en traducción de Marcelo
Covián.
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