Las próximas dos entradas van a ir dedicadas a estos temas.
En la mayoría de los casos el escritor escribe porque no le queda otro remedio, casi porque se ve abocado a ello: "Escribo porque para mí no hay otro destino", dice Borges.
Se escribe por pasión, por deseo, por un impulso irrefrenable, por vicio, por absoluta necesidad. Y también como un acto de rebeldía contra el mundo: si estuviera satisfecho con el entorno, no buscaría una vía de escape, pero lo cierto es que ficción es una salida a una situación que resulta frustrante, dolorosa, absurda o aburrida.
Como en todo en nuestra vida lo que hayamos vivido en nuestra infancia parece que tiene un especial significado; y no hace falta esperar a llegar a viejo para empezar a recordar. La casa donde viviste de niño, los cuentos de tu abuela, los fantasmas que poblaron tus noches..., lo que sea que hayas vivido va contigo y forma parte de tu bagaje narrativo del que de un modo u otro tiras para contar tu historia ya sea recreando ese mundo pasado o huyendo lo más posible de él.
¿Por qué escribo yo? Supongo que un poco por todo lo anterior y también para tratar de poner un poquito de orden el propio caos de pensamientos. Me da la sensación de que si los pongo por escrito, tal vez lo absurdo se vuelve más coherente. Es una tarea inútil, como escribir en la máquina de la foto, pero al menos los veo pasar.
Por cierto, la foto de la máquina de escribir la tomó Jose en una tienda de cosas tan increíbles como ésta, en Willinston, un pueblo del Karoo en el 2012.
También con la escritura puedes vivir muchas vivas en una. Y jugar a ser dios, hacer justicia poética y colocar las cosas como te gustaría que fueran; al menos por una vez.
Entre los que cuentan por qué escriben hay una historia que me encanta y que comparto, así de paso también os recomiendo el libro de donde la extraigo, por si os apetece leer algo del tipo reflexiones y citas sobre escritores y el proceso de escribir: la anécdota pertenece a Ray Bradbury y está sacada del libro El Oficio de Escritor selección de Ana Ayuso, Ediciones y Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja, Madrid 1997
Llegó con una sórdida feria de mala muerte, los Espectáculos de los hermanos Dill, durante el fin de semana del Día del Trabajo en 1932. Yo tenía doce años. En cada una de las tres noches, el Señor Eléctrico se sentó en su silla eléctrica a que le dispararan diez billones de voltios de pura energía azul y restallante. Moviéndose hacia el público, con los ojos en llamas, el pelo blanco de punta y arcos de chispas entre los dientes, sonreía y rozaba las cabezas de los niños esgrimiendo una espada Excalibur, armándolos caballeros con un toque de fuego. Cuando la primera noche se acercó a mí, me golpeó los dos hombros y la punta de la nariz. El rayo saltó a mi cuerpo. El Señor Eléctrico gritó: "¡Vive para siempre!".
Decidí que era la mejor idea que había oído nunca. Al día siguiente fui a ver al Señor Eléctrico con la excusa de que el truco mágico que le había comprado no funcionaba. Él lo reparó y me llevó a pasear por las tiendas, gritando en cada una "¡Cuidad el lenguaje!" antes de que entráramos a conocer a los enanos, los acróbatas, las mujeres gordas y los Hombres Ilustrados.
Bajamos a sentarnos a orillas del lago Michigan, donde el Señor Eléctrico habló de su pequeña filosofía y yo de la mía, que era grande. Nunca entenderé por qué me soportó. Pero escuchó, o eso me pareció a mí, tal vez porque estaba lejos de su casa, tal vez porque en algún lugar del mundo tenía un hijo, o no tenía ningún hijo y quería tenerlo. El caso es que era un ex pastor presbiteriano, dijo, y vivía en El Cairo, Illinois, y allí podría escribirle yo cuando tuviera ganas.
Finalmente me dio algunas noticias especiales.
-Nosotros ya nos conocemos -dijo-. En 1918, en Francia, tú fuiste mi mejor amigo y ese año moriste en mis brazos en la batalla de bosque de Las Ardenas. Y hete aquí renacido, con nombre y cuerpo nuevo, ¡Bienvenido!
Volví de ese encuentro con el Señor Eléctrico tambaleándome, maravillosamente soliviantado por los dos dones: el don de haber vivido antes (y de que me lo hubieran contado)... y el de intentar como fuera vivir para siempre.
Unas semanas después empecé a escribir mis primeros cuentos sobre el planeta Marte. Desde esa época hasta hoy no he parado nunca. Dios bendiga al Señor Eléctrico, dondequiera que esté.
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