Conocí a Melissa Heckler durante los últimos meses del periodo en que viví
en Nueva York. No exagero nada si digo que aquel encuentro fue un
acontecimiento crucial en mi vida.
Corría el año 1990, y yo estaba finalizando mis estudios de máster en la Universidad de
Columbia. Para entonces, mis estudios de literatura comparada había derivado
hacia un hondo interés por las literaturas orales, en especial de la de los
bosquimanos |xam. Si bien la oferta de cursos de la universidad no me permitía
entonces trasladar ese interés al terreno académico, compensaba esto leyendo
por mi cuenta sobre esas cuestiones. Aquella es posiblemente una de las épocas
de mi vida en que menos libros he comprado, porque los inagotables fondos de
las bibliotecas universitarias me proporcionaban todo cuanto podía desear y
más, y si lo que me interesaba no estaba en los anaqueles de las bibliotecas
universitarias, un eficacísimo servicio de préstamo interbibliotecario lo ponía
en mis manos en cuestión de días.
En uno de los libros que consulté por aquel entonces encontré una
interesantísima reseña de Structure,
meaning and ritual in the narratives of the Southern San, el estudio de
Roger Hewitt sobre los relatos |xam recogidos por Bleek y Lloyd, que había
aparecido pocos años antes. La reseña estaba firmada por Melissa Heckler y
Megan Biesele. Para entonces yo sabía muy bien quién era Megan Biesele, pero
era la primera vez que me cruzaba con el otro nombre. Por aquel entonces, yo había comenzado a experimentar
con la traducción al castellano de los relatos |xam, así que las palabras con
las que se abría la reseña me parecieron especialmente interesantes:
La narración a un público nuevo de historias traducidas de otra lengua es
una tarea de transformación tan radical como la propia traducción lingüística.
El narrador debe familiarizarse todo lo posible con el entorno y la cultura del
que proceden los relatos. El proceso de llegar a entender la estructura
simbólica y los sutiles matices y pinceladas de tragedia y humor, de lo que se
consideraba conducta apropiada y lo que no, es largo. Quizá a lo que más se
parezca es al aprendizaje de una lengua extranjera […] De lo que se trata, en
realidad, es de conseguir que un relato resuene simultáneamente en las dos
culturas. Para una narradora que intenta contar los relatos a
un público occidental estadounidense, el análisis perceptivo y cuidadosamente
estructurado de Roger Hewitt […] resultó ser un mapa indispensable del
territorio extranjero de los cuentos |xam recogidos hace más de cien años
por W. H. I. Bleek, Lucy Lloyd
and Dorothea Bleek.
Storytelling in translation to a new audience is as radical a task of transformation as is linguistic translation itself. The storyteller must become as familiar with the people, environment, and culture from which the stories are taken, as possible. The process of coming to understand the symbolic structure, and the subtle nuances and shadings of tragedy, humor, what was deemed appropriate behavior, and what was not, is a long one. Perhaps it can best be compared to learning a foreign language. […] The task, actually, is that of bringing a story to resonate in two cultures simultaneously. For a storyteller seeking to tell the stories to a western American audience, Roger Hewitt’s insightful and carefully structured analysis […] proved to be an indispensable map to the foreign territory of the |xam stories collected by W. H. I. Bleek, Lucy Lloyd and Dorothea Bleek over a hundred years ago. (M. Heckler y M. Biesele, “A double review of Roger Hewitt’s Narratives of the Southern San”, en R. Vossen, ed., New Perspectives in the Study of Khoisan, Hamburgo, H. Buske, 1988, p. 186).
Después de leer esto llegué a la conclusión de que una de las coautoras del
artículo, sin duda Heckler, estaba trabajando en una versión de los relatos |xam
dirigida a un público amplio, algo que, sin duda, tenía muchas afinidades con
mi propio proyecto.
Puesto que su dirección venía al final del volumen, y vi que vivía en el
estado de Nueva York, me apresuré a escribirle a Melissa Heckler una carta en
la que le decía que yo estaba embarcado en un proyecto muy similar, y que me
encantaría conocerla.
La respuesta me llegó no mucho después, en forma de un programa de los
talleres otoñales del New York Storytelling Centre, uno de los cuales lo impartía
la propia Melissa Heckler. En una unas líneas escritas en el propio programa,
Heckler me decía que contestaría a mi carta lo antes posible, pero que el
taller se basaría en su reciente experiencia en Namibia estudiando una
tradición oral viva, la de los ju/’hoansi.
Decidí acudir al taller, así que el
7 de noviembre me presenté en la hermosa y céntrica sede de la C. G. Jung Foundation, donde
estaba también el cuartel general del New York Storytelling Centre (y, como
descubriría mi hermana pocos años después, también de la del Origami Centre of
America).
Cuando llegué, había ya bastante gente en la sala donde iba a tener lugar
el taller. Sobre unas mesas la responsable del taller había colocado unos
libros relacionados con los bosquimanos, varios de los cuales me interesaron de
inmediato, y también objetos como arcos, flechas y morrales de piel decorados
con cuentas, que sin duda había traído de Namibia. Lo que más me impresionó,
sin embargo, fue la colección de expresivos dibujos hechos por niños que decoraba
las paredes. Como nos dijo Melissa al poco de empezar la charla (pues se
trataba más de eso que de un taller propiamente dicho) los habían hecho niños
que no habían dibujado jamás en su vida.
La estancia de Melissa en el norte
de Namibia había tenido lugar en un
momento crítico de la historia del país, que menos de un año antes había
logrado su plena independencia después de largas décadas de ocupación por parte
de Sudáfrica. Melissa habló de esto en su charla, pero también de muchas otras
cosas, que no resumiré aquí para no alargar demasiado esta entrada. Sólo
mencionaré que, nada más empezar, repartió dos hojas, una de ellas con los
chasquidos de las lenguas khoisan, y otra con un poema que había escrito,
inspirado en sus experiencias en Namibia.
Y dicho esto daré un salto al que para mí resultó el momento crucial, la
epifanía, de aquella tarde: cuando, en un momento de su charla, casi sin previo
aviso, Melissa empezó a contar un cuento bosquimano. No era un relato |xam,
sino que pertenecía a la tradición de los ju/’hoansi entre los que la narradora
había estado varias semanas. Yo conocía una versión del relato por haberla
leído en una de las publicaciones de Megan Biesele, pero eso no estropeó para
nada la experiencia de escucharlo de labios de aquella mujer que lo estaba
contando con una maestría que me
impresionó.
Para cuando pronunció las palabras de cierre, “amigos míos, así fue como
sucedió”, yo ya me había dado cuenta de que Melissa no estaba trabajando, como
yo había pensado, en una versión escrita de
los relatos |xam dirigida a un público amplio, sino que ella contaba esos cuentos oralmente. Y fue así como, del modo más
inesperado, durante aquellas últimas semanas en Nueva York después de una
solitaria y algo aciaga estancia de más de un año, me tropecé con el movimiento
contemporáneo de narración oral, cuya existencia entonces ni remotamente
sospechaba.
Por azares diversos que ahora os ahorraré, salvo por un breve carteo en
1992, no volví a contactar con Melissa hasta más de diez años después, en 2001,
cuando localicé por internet una dirección de e-mail que podía ser la suya y le
escribí para decirle que mi propio libro de relatos |xam, La niña que creó las estrellas, acababa de publicarse. La
respuesta, que llegó casi inmediatamente, decía, entre otras cosas:
Querido Jose:
Qué maravillosamente extraño. Sí, soy yo. Acabo de encontrar tu carta de
hace tanto tiempo y me preguntaba cómo te iría.
Lo que sí voy a hacer ahora, con el permiso de Melissa, es ofreceros “Felted”,
el poema que repartió aquella memorable tarde en la hermosa y céntrica sede de la C. G. Jung Foundation de
Nueva York. La traducción la inicié no mucho después de mi regreso a España, y
la he ido puliendo con el paso de los años. Sin duda no hace justicia al
original, pero, a pesar de sus limitaciones, me hace ilusión compartirla con
vosotros, más de veinticuatro años después de que el poema llegara a mis manos
aquella velada otoñal en Manhattan.
Unidos
La tierra acontece en nosotros,
para nosotros: sus elevaciones,
hondonadas y
someros aguazales que atrapan la
lluvia.
Flamencos rosa se elevan
desde el aguazal
enfilan hacia el cielo, se llaman
entre sí,
cambian de nuevo de dirección,
entregados al aire, al vuelo
desde el agua.
Ven, dices.
Bajo el baobab,
siete jirafas entran deslizándose
en el aguazal una cosa alta
que se eleva, remojándose en la
tierra. Cuatro patas
bien separadas, una inclina
arquea el cuello hasta alcanzar la
tierra
bebe el agua allí oculta. La luna
un creciente de plata, se pone.
Ven, dices.
En el ocaso, catorce
kudus brincan, cruzan
a saltos el aguazal. La luna,
casi llena, surge frente
al sol poniente y
la fila india de antílopes que se
oscurecen.
Ven, dices.
Los niños corren en tropel hasta
nosotros, se posan
como pájaros, arrancan abrojos de
nuestros pies y
se acurrucan contra nuestros
cuerpos. Las mujeres
nos cantan,
llaman a nuestra feminidad.
Los hombres, traspasando a sus
mujeres de dulzura,
tamborilean para ellas,
las llaman a la danza. Sus mujeres
responden con su canto, manos,
pies, voces
entregadas a ritmos ancestrales de
la tierra
que invocan con su canto cosas
muertas y
como respondiendo
también vida,
dulce como leche materna. La
Luna ,
ahora llena,
derrama su miel
endulzando la tierra.
Animales
Personas
Tierra,
unidos por un forro de fieltro
sin trama por la que caer,
Tú y yo sostenidos allí.
Y como si la vida nos fuera en ello
acudimos
a la tierra que hay en nosotros,
para guarecer
su amor
sin costuras.
Melissa Heckler
Abril, 1990
Para Megan y los ju/’hoansi, que nos enseñaron a ser pequeños para que
también nosotros pudiéramos entrar en la
casa de Dios.
Felted
The
land happens in us,
to
us: its risings, dippings and
shallow
pans catching the rain.
Pink
flamingoes rise
from
the pan
turn
toward the sky, call one to another
turn
again
given
to air, to flight
from
water.
Come
you say.
Beneath
the baobab
seven
giraffes glide
onto
the pan something tall
rising,
dipping with the land. Four feet
splayed,
one bends
arches
its neck to earth
drinks
water hidden there. The moon
a
silver crescent, sets.
Come
you say.
At
sunset fourteen
kudu
spring, leaping
across
the pan. The moon
almost
full, rises opposite
the
setting sun and
the
single line of darkening antelope.
Come,
you say.
Children
flock to us, settle
birdlike,
pluck burrs from our feet and
nest
against our bodies. Women
sing
to us
call
from us our womanhood.
Men,
eyes piercing their women with sweetness,
drum
to them
call
them to the dance. Their women
sing
back, hand, feet, voices in
ancient
earth rhythms
singing
up death things and
as
if in answer
life,
too,
sweet
as mother’s milk. Moon,
full
now,
drips
its honey
sweetening
earth.
Animals
People
Earth
felted
together,
no
weave to fall through,
You
and I held there.
And
as though our lives depend upon it
we
come
to
the land in us,
to
earth
her
seamless
love.
Melissa
Heckler 4/90
To
Megan and the Ju/’hoansi who taught us to be small that we, too, might enter
God’s house.
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