Siempre había querido hacer el Camino de Santiago y, aunque no he llegado a Santiago, tiene sentido hacer el Camino porque lo que importa no es llegar, es lo que pasa durante el viaje, el camino en sí. Así es como lo veo yo.
La experiencia ha sido fantástica y repetiré seguro. Repetiremos las dos.
Quizá fuimos un poco ambiciosas para lo poco preparadas que íbamos físicamente, porque son ochenta y ocho kilómetros en cuatro días lo que tienes que caminar en esas etapas, repartidas en tandas de veintitantos kilómetros.
Casi cada día acabábamos pensando que a la siguiente igual nos quedábamos a la mitad y que no importaba si no llegábamos, que daba igual, que no se trataba de cumplir ningún reto ni nada por el estilo; pero seguimos caminando, primero de Roncesvalles a Zubiri,luego de Zubiri a Pamplona, de Pamplona a Puente la Reina y de Puente la Reina a Estella. Entre bosques de hayas, robles y encinas, atravesando campos de espigas y pueblecitos con iglesias románicas. Caminando. Caminando y descansando.
De Puente la Reina a Estella |
Puente La Reina |
De Roncesvalles a Zubiri |
San Pedro-Estella |
He descubierto lo importante que es comer y descansar, pero descansar lo justo para que luego el cuerpo responda, porque si descansas demasiado luego te quedas roto y ya no hay quien te ponga en marcha de nuevo.
Y comer lo suficiente para sentir cómo la energía te carga las pilas y te da fuerza para ponerte en marcha.
Me ha gustado la determinación de levantarnos a las 6 de la mañana y saludar al día cuando aún está oscuro sabiendo que, aunque llueva o truene, vas a salir al mundo a caminar. Teníamos suerte porque, aunque las previsiones eran pésimas, y daba lluvias y tormentas casi todos los días, llovía cuando llegamos a los sitios, pero no durante el camino. De todas formas, aunque hubiera llovido, hubiéramos salido igual, ese era el espíritu.
El paso lento hace que puedas ver el cambio del paisaje y observar las nubes y el color del cielo. Oír el silencio del bosque, el arrullo del río o el canto de los pájaros. También, es verdad, el ruido de las fábricas o los coches que pasaban por las carreteras a lo lejos en algunos tramos.
Te das cuenta de lo poco que necesitas para vivir: casi todo cabe en un mochila que llevas a las espaldas y que pesa. Vaya si pesa.
Pero el peso de la mochila, el dolor de los pies, el cansancio... todo pasa si aguantas lo suficiente. Es lo más parecido a experimentar lo que me decían durante todo el año en la meditación zazen a la que he estado yendo: "no hagas caso a las molestias o al dolor porque pasarán". Oye, tal cual, al rato viene otra cosa, que te molesta más. Lo bueno es que nos acabábamos riendo de ello y llegaba un punto que, si estás sano, si tu cuerpo está sano, se recupera. Una ducha y un poco de descanso hacen el milagro.
Y el Camino, como la vida, te trae gente que camina un rato contigo, luego la dejas o te deja. Da igual. Compartes unos pasos. A menudo se preocupan por cómo lo llevas o te preocupas tú.
Y cuando te vas siempre les deseas, como yo os deseo ahora: ¡Buen Camino!
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