Hoy es el 183 aniversario
del nacimiento del escritor y fotógrafo británico Charles Ludwidge
Dodgson, más conocido como Lewis Carroll (1832-1898), a quien debo
no sólo mi pasión por la literatura, sino también mi conocimiento
de la lengua inglesa, y de todos los caminos que dicho conocimiento
me ha abierto. A Carroll debo también mi amistad, no por más breve
menos atesorada, con Luis Maristany (1937-1992), quizá el mejor
traductor de Carroll al castellano.
Al finales del verano 1977,
entre unos libros de mi padre que estaban pendientes de embalarse
antes de su traslado al nuevo apartamento al nos íbamos a mudar al
inicio del curso, me encontré con Alicia
en el país de las maravillas
y Alicia a
través del espejo,
en ediciones del Libro de Bolsillo de Alianza Editorial, que yo
entonces pensaba que sólo publicaba cosas muy serias. Hasta
ese momento, lo único que sabía de Carroll es que, además de haber
escrito Alicia
en el país de las maravillas,
había sido también matemático.
Ignoraba por completo que el libro tuviera una segunda parte, y que pudiera tener el más mínimo interés para los adultos. Por aquellos tiempos de mi incipiente adolescencia, yo era, culturalmente hablando, un tarugo cuya lectura más seria era La llamada de la selva de Jack London, y cuyos gustos en materia de libros que no se fuesen cómics se decantaban sobre todo por las novelas originales de Tarzán escritas por Edgar Rice Burroughs. Para mí Alicia consistía sobre todo en una película de Disney que sólo conocía en una versión en cómic, y alguna adaptación ñoña que, en algún momento, se había cruzado en mi camino.
Ignoraba por completo que el libro tuviera una segunda parte, y que pudiera tener el más mínimo interés para los adultos. Por aquellos tiempos de mi incipiente adolescencia, yo era, culturalmente hablando, un tarugo cuya lectura más seria era La llamada de la selva de Jack London, y cuyos gustos en materia de libros que no se fuesen cómics se decantaban sobre todo por las novelas originales de Tarzán escritas por Edgar Rice Burroughs. Para mí Alicia consistía sobre todo en una película de Disney que sólo conocía en una versión en cómic, y alguna adaptación ñoña que, en algún momento, se había cruzado en mi camino.
Pero aquellos dos libros
que tenía en las manos parecían novelas, si bien estaban
profusamente ilustrados con unas imágenes de un estilo anticuado
pero atractivo, y además estaban repletos de notas. Había en ellos
algo subyugante que decía, imperiosamente, “¡Léenos!”
Y así lo hice. Aquel final
de vacaciones de 1977 será para mí siempre aquel en el que me leí
por primera vez los libros de Alicia en la traducción (pionera entre
las versiones integrales) de Jaime de Ojeda, publicada en Madrid por
Alianza Editorial en 1970 (Alicia)
y 1973 (Alicia
a través del espejo).
Me enamoré no sólo de ellos, sino de su autor y de la época en la
que vivió, de la que se hablaba con detalle en las notas. Éstas
también se referían a menudo a los juegos de palabras
“intraducibles” que salpicaban la obra, y que hacen aconsejable
leerla en el original.
Esto último hizo que a mí,
que estudiaba inglés a regañadientes porque no le veía ninguna
utilidad práctica, me entraran unas ganas irreprimibles de dominar
esa lengua. Eso no impidió que todavía durante el BUP me
suspendieran varias veces esa asignatura, pero el caso es que en
1981, con dieciocho años cumplidos, ya puede decirse que podía leer
más o menos de corrido cualquier texto en esa lengua. Eso lo pude
constatar en el verano de ese año, cuando fui a perfeccionar la
lengua a… Dublín. Sí, Dublín. Podría haber elegido Oxford, es
verdad, pero es que para entonces otra pasión literaria me consumía
(sin que por ello la anterior me hubiese abandonado).
En efecto, lo habéis
adivinado: por aquel entonces yo había caído a los pies de James
Joyce, y aquel viaje a Irlanda tenía menos que ver con el
aprendizaje de la lengua inglesa que con el impulso de peregrinar a
los santos lugares joyceanos: la torre Martello de Sandycove, el
número 7 de la calle Eccles… Pero esta es otra historia, que ya os
contaré (o no) en el siguiente aniversario.
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