jueves, 4 de julio de 2013

Cuéntame una historia

He tenido unos meses de mayo y junio llenos de viajes movidos por la fuerza de los cuentos. He escuchado, he contado y hablado sobre la forma de contar, sobre el significado y la necesidad de las historias. 

Me siento plena ahora mismo, cansada, como cuando bajas de la montaña, pero con ganas de volver otro día a la cumbre para tener las nubes más cerca.

Una de las cosas que más me gratifican de los cuentos es la sensación de pertenecer a un momento mucho más amplio y profundo que la realidad presente, un lugar que es el ahora, pero es el tiempo de mis ancestros también, y el futuro al que yo contribuyo pasando de una generación a otra los cuentos que otros contaron antes que yo y que otros contarán después de mí.

Las historias siempre han viajado de una cultura a otra, a veces haciendo miles de kilómetros de distancia, atravesando mares y desiertos, adaptándose al tiempo y a los lugares sin perder ni un ápice de su fuerza y atracción.

Estas semanas ha salido varias veces la cuestión del derecho o la idoneidad de contar historias de culturas que no son la propia. Es algo que nunca me había planteado porque yo, hasta hace bien poco, contaba más bien historias que no pertenecían exactamente a "mi cultura europea occidental", sino historias de lejos, como las llamo yo. 

Si cuento una historia es porque a mí me dice algo, porque creo que por encima de lo exótico que resulte el paisaje en el que la narración se desarrolla lo que se cuenta me habla a mí y habla a la gente que está conmigo. Por lo tanto, desde el respeto, me gusta contar historias de los pueblos de América, del desierto del Karoo, de China o de la India. A estas alturas me parece que el mundo es un lugar inmenso que no me va a dar tiempo a visitar más que a través de las palabras. Las historias viajan más deprisa que yo, por eso, si me quedo quieta me alcanzan. 

Por otro lado, es verdad que siempre tengo hambre de horizontes y me fascinan los hielos de Alaska, los leones y la delicadeza del papel de arroz, el hecho de que aparezcan en mis historias, las que yo cuento, me producen un placer estético y una honda sensación de libertad.

Esto no significa que no me interese o no me gusten  las historias de mi propia cultura (en la que casualmente vine al mundo),  lo que ocurre es que encuentro que entre las historias los límites geográficos no son condicionantes.

Jose y yo estamos participando en el proyecto de la Unión Europea: Historias de cueva en cueva, con motivo del cual se han organizado ya algunos eventos interesantes como el encuentro entre narradores europeos y sudáfricanos en el Cederberg (Sudáfrica) el mes de abril pasado; las narraciones en Atapuerca y la Cueva de los Casares o el pasado Maratón de Cuentos de Guadalajara. Este proyecto se pregunta sobre el origen de las historias, cuando se empezó a contar, cómo y qué se contaba. Hay muchas más preguntas que respuestas y eso es bueno, creo yo, pero lo que está claro es que lo que nuestros tatara tatara abuelos empezaron en el tiempo del ensueño, con el érase una vez y cuando los animales eran personas... continua hasta el día de hoy.

Foto de Javier de la Fuente. Museo Etnográfico de Castilla y León, Zamora




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