Hay un momento de nuestra vida en la que creemos que las cosas más inverosímiles son tan cotidianas como mojar una galleta en el cola-cao, es cuestión de vida o muerte encestar un balón, y Batman o Superman nos interesan mucho más que el telediario. Algunos no cambiamos demasiado ese orden de prioridades, pero ni con un abrumador esfuerzo de la conciencia somos ya capaces de mantener la misma mirada inocente.
Esta pasada Navidad, después de una sesión de cuentos de esas que llamamos para todos los públicos, en la meseta castellana, concretamente en la Cofradía de la Cruz Desnuda en Valladolid, Jose yo decidimos aventurarnos a preguntar a los niños por el cuento que más les gustaba. No de los que acababan de escuchar, sino de todos aquellos que conocieran. David nos dijo que a él y a su hermana les encantaban los de Geronimo Stilton, mientras que Juan, de 5 años, nos dijo que a él le encantaban las Tortugas Ninja porque eran mutantes y además luchaban contra los malos. Antonio enmudeció, y es que ¿quién no pasa apuros cuando tienes ganas de decir algo, pero las palabras simplemente no te salen?
A Silvia su hermana Paola le cuenta Simbad el marino. Y le gusta porque, como a David, a Juan y a Antonio, como a todos, nos interesan los tesoros, las aventuras y las sorpresas. A ellos les importaba muy poco la diferencia entre un cuento, un relato, una historia, una novela o una película. Lo interesante es que alguien que tú quieres le ponga voz e imágenes a ese instante antes de dejarte vencer por el sueño.
Hay un sinfín de artículos sesudos sobre las diferentes tipologías del cuento, su procedencia, variantes, parentescos…, pero en el fondo, si seguimos contando, leyendo y escuchando cuentos, es –no nos engañemos - porque, después de todo, cuando mojas una galleta en tu leche con cola-cao disfrutas como un enano.
Esta pasada Navidad, después de una sesión de cuentos de esas que llamamos para todos los públicos, en la meseta castellana, concretamente en la Cofradía de la Cruz Desnuda en Valladolid, Jose yo decidimos aventurarnos a preguntar a los niños por el cuento que más les gustaba. No de los que acababan de escuchar, sino de todos aquellos que conocieran. David nos dijo que a él y a su hermana les encantaban los de Geronimo Stilton, mientras que Juan, de 5 años, nos dijo que a él le encantaban las Tortugas Ninja porque eran mutantes y además luchaban contra los malos. Antonio enmudeció, y es que ¿quién no pasa apuros cuando tienes ganas de decir algo, pero las palabras simplemente no te salen?
A Silvia su hermana Paola le cuenta Simbad el marino. Y le gusta porque, como a David, a Juan y a Antonio, como a todos, nos interesan los tesoros, las aventuras y las sorpresas. A ellos les importaba muy poco la diferencia entre un cuento, un relato, una historia, una novela o una película. Lo interesante es que alguien que tú quieres le ponga voz e imágenes a ese instante antes de dejarte vencer por el sueño.
Hay un sinfín de artículos sesudos sobre las diferentes tipologías del cuento, su procedencia, variantes, parentescos…, pero en el fondo, si seguimos contando, leyendo y escuchando cuentos, es –no nos engañemos - porque, después de todo, cuando mojas una galleta en tu leche con cola-cao disfrutas como un enano.
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