martes, 18 de diciembre de 2007

COMIENDO DRAGONES


Lord Leighton
Perseo y Andrómeda, 1891

"Los cuentos de hadas son más que ciertos —

no porque nos digan que los dragones existen,

sino porque nos dicen que pueden comerse".




La lógica de los cuentos está en ofrecerte nuevos mundos, no como algo fantástico e inexistente, sino como una auténtica realidad alternativa.
Por eso no me interesa que el autor se mate en convencerme de la existencia de un mundo distinto al que habito. De hecho, me parece genial que existan otros mundos. Total, quién no necesita creer que hay “algo más” cuando está apretujado en un autobús hasta los topes, harto de plantillas de excel, teléfonos de oficina, colas en el médico…

Prefiero viajar por desiertos que ocultan ríos subterráneos, disfrutar de noches iluminadas por tres lunas y soñar con seres que tienen ojos encima de la nuca… Y todo eso, mientras me sumerjo en la trama de valerosas damas y pobres caballeros que esperan ser liberados del encierro en altas torres al que están sometidos por sus terribles madrastras.

Oh, sí, yo creo en dragones ¡porque sé que existen!

No necesito justificaciones, ni complicados razonamientos, me lo creo como dogma de fe.

Dentro de esa lógica donde todo es posible, me gusta perderme en los vericuetos y las tramas que ofrecen otras coordenadas. Por eso, cuando he leído esta cita de Chesterton me ha encantado.

Además, no me negaréis que es más bonito que decir aquello de “creer en lo imposible para que lo posible se haga realidad”

Pues eso, ¡FELIZ NAVIDAD!



jueves, 13 de diciembre de 2007

DOS MUESTRAS DE LA SABIDURÍA ISLÁMICA




El Amado y el amante cuentan la misma historia

Lo que sigue es un brevísimo extracto del largo poema "La canción del vino", del místico egipcio Sharafu'd-Din 'Umar Ibn al-Farid (muerto en 1235 d.C). Traduzco de la versión inglesa de Martin Lings que forma parte de su antología Sufi Poems: A Mediaeval Anthology, Cambridge, Islamic Texts Society, 2004, p. 78. Ilustro la entrada con un gravado antiguo de un narrador que he encontrado en la web turca http://www.yapi.com.tr/ La imagen parece reflejar un entorno del imperio Otomano a finales del siglo XIX.

Ibn al-Farid es contemporáneo del andalusí Ibn Arabi. Su tumba, al pie de las colinas de Muqattam, es venerada como uno de los siete lugares santos de El Cairo. Muchos lo consideran el mayor de los poetas árabes. Lings explica en la nota introductoria al poema que en este poema el vino "es símbolo de la Gnosis y el Amor en su unidad esencial [...]. La Gnosis-Amor es al mismo tiempo trascendente e inmanente, su sujeto y su objeto son, al mismo tiempo, Dios. Al ser absoluto, el vino puro sólo es accesible al hombre en virtud del Yo Divino que se encuentra en lo hondo de su corazón" (p. 66). La "ella" a la que se refiere el poema es el vino, que en árabe es femenino.

De este modo, si a ella llaman, soy yo quien [respondo,
y ella a quien me llama responde con "aquí estoy",
y si ella es la que habla, soy yo quien habla,
y cada vez que ella cuenta una historia,
[ soy yo el narrador.


El origen de la poesía y la narración

Este segundo extracto procede la segunda parte de El libro de las letras del erudito islámico Abu Nasr Al-Farabi. Tomo el texto de la traducción parcial de José Antonio Paredes Gandía (El libro de las letras: el origen de las palabras, la filosofía y la religión, Madrid: Trotta, 2004, pp. 73-74).

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Abu Nasr Al-Farabi nació en Transoxiana (el actual Uzbekistán) hacia 870-875, y murió en Siria en el año 950. Se sabe de él que estudió medicina, matemáticas y música, campo este último del que fue uno de los principales teóricos medievales. Desde el año 920 se dedicó a la enseñanza en Bagdad, y en 942 se estableció en Alepo, donde residió hasta su muerte. El Libro de las letras estuvo perdido durante siglos, hasta su redescubrimiento, en una biblioteca de Teherán, en los años de 1960.

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En el tratado, Al-Farabi indaga sobre la aparición de las filosofías y las religiones en el transcurso de la historia humana. El extracto procede del capítulo IV, "El origen de las artes vulgares" que, según explica Paredes Gandía, "se ocupa de las llamadas 'ciencias tradicionales' (o ciencias del lenguaje) y explica su aparición y función en la sociedad, destacando su caracter vulgar, precientífico, y limitado a lo establecido dentro de la sociedad misma" (p. 73, n.1).

"Con el tiempo surgen novedades, que obligan a los hablantes a recurrir al discurso o a partes del discurso. Estas novedades continúan desarrollándose poco a poco hasta que aparece [entre los seres humanos] el arte de la retórica, que es la primera de las artes lógicas. Con su desarrollo o después de éste empieza el uso de símbolos de los conceptos y figuras que los sustituyen o que permiten su comprensión.

Así se originan las expresiones poéticas. Esto no deja de desarrollarse hasta que, poco a poco, aparece la poesía y se origina, de entre las artes lógicas, el arte de la poesía, ya que en la naturaleza del hombre hay algo que aspira al orden y a la armonía en todas las cosas. Pues en la poesía las medidas de las palabras están establecidas y la belleza de la composición, y la armonía con relación al ritmo de la pronunciación. Y se origina también a lo largo del tiempo el arte de la poesía. [...]

También están ocupados [los seres humanos] con los discursos y los poemas para contar con ellos exactamente las noticias de los asuntos pasados y presentes que necesitan. Y aparecen en ellos narradores de los discursos y poemas, y los que memorizan las noticias que se han contado a través de ellos. Ellos son los modelos clásicos y de elocuencia de esta nación, sus sabios, sus dirigentes, y los que establecen la referencia de la lengua de esa nación. También son los que componen para esa nación unas palabras que antes no estaban construidas, y establecen sinónimos para las palabras conocidas, trabajando minuciosamente y enriqueciendo (el vocabulario). Y aparecen palabras extrañas (poco frecuentes) que ellos reconocen y aprenden unos de otros y los modernos de los antiguos."




miércoles, 12 de diciembre de 2007

LOS NARRADORES PROFESIONALES CHINOS



Recientemente he estado leyendo un artículo de la sinóloga checa Vena Hrdlicková, aparecido en 1965, en inglés, en la revista Archiv Orientalni (vol. 33, 1965, pp. 225-248), con el título "La formación profesional de los narradores chinos y los gremios de narradores" ("The professional training of Chinese storytellers and the storyteller's guilds").

Por supuesto, Hrdlicková (que, al igual que su maestro, Jaroslav Prusek, escribió copiosamente sobre esta cuestión), se refiere a los cuentistas profesionales que, en prosa o en verso, desde tiempos inmemoriales y al menos hasta el periodo de la catastrófica "Revolución cultural", ejercieron su arte en numerosos ámbitos de la China continental, entre ellos los teatros, los cafés y hasta en las mismas calles, como veremos más adelante. Ilustro esta entrada con un grabado del finales del siglo XVII muestra al legendario narrador Liu Jingtin (1587-c. 1670). El grabado está en una edición del drama Taohuashan de Kong Shangren (1699). Lo tomo de la excelente página "Chinese Storytelling", que contiene textos de Vibeke Bordhal, otro gran estudioso de este tema:
http://www.shuoshu.org/

El aprendizaje

Sería complicado ahora abordar las cuestiones históricas y terminológicas que Hrdlicková trata al principio de su artículo (como la relación entre estos narradores y determinados géneros literarios chinos), por lo que me limitaré extractar algunos pasajes que, creo, son de interés para los narradores orales urbanos que, felizmente, proliferan en nuestros tiempos, y que tienen en los cuentistas chinos unos parientes cercanos.


Según Hrdlicková, los estadios básicos del proceso de formación de estos cuentistas eran los siguientes: memorizar, escuchar y recitar. A este respecto, la sinóloga cita la siguiente máxima: "Escuchar al maestro mientras recita una sola vez es mil veces mejor que memorizar sus palabras, y recitar uno mismo una sola vez es mil veces mejor que escuchar al maestro mientras recita". (p. 231)

En otro momento, Hrdlicková dice "de las descripciones del proceso de formación de los alumnos para su futura dedicación está muy claro que los aspirantes aprendían los relatos de labios de su maestro". (p. 232)

"Toda la técnica de recitado o canto, y la estructura final del relato, aunque el tema fuera conocido y a menudo se hubiera transmitido a lo largo de varias generaciones, eran, hasta cierto punto, el secreto profesional del narrador, quien no lo transmitía a cualquiera, sino sólo a sus discípulos, que estaban unidos a él por el vínculo de una inviolable devoción, una relación que era uno de los rasgos característicos de la sociedad feudal. Para el maestro, su arte era, por encima de todo, un medio de ganarse la vida y cualquier competidor en su campo ponía en peligro 'su cuenco de arroz'. El discípulo no podía abandonar a su maestro cuando quería, sino sólo al final de un periodo de aprendizaje establecido mediante contrato." (p. 232)

El maestro, por otro lado, solía transmitir a sus discípulos un "manual secreto" con valiosa información sobre el gremio al que tanto él como sus discípulos pertenecían. Dado que el arte se transmitía a menudo dentro de una familia, estos manuales con frecuencia pasaban de padres a hijos. (p. 233)

"Una vez el alumno había dominado los principios básico del narrar, el maestro le permitía recitar en público breves segmentos [de algún relato]." (p.235)


El arte de improvisar

Es muy interesante la parte del artículo de Hrdlicková que trata de esta cuestión. Entre los narradores urbanos españoles, no es infrecuente ver a cuentistas que recitan, más que cuentan, textos aprendidos de memoria, o imitan con tediosa fidelidad el estilo de un narrador carismático. Entre los narradores chinos estudiados por Hrdlicková parece que esta situación no se planteaba:

"Al prepararse para su futura profesión, el alumno no podía esperar salir adelante con una mera imitación mecánica de lo que había aprendido de su maestro. Debía ser capaz de dar nueva forma al material adquirido, y dejar en él la impronta de su personalidad artística. Como los viejos maestros solían decirles a sus discípulos, 'un cantor [de historias] debe cantar no sólo con la voz, sino también con su corazón' y siempre era un defecto si 'la boca cantaba y el corazón no'. Así, el alumno tenía que poner un poco de sí mismo en su canto, y no darse por satisfecho con un mero dominio técnico del arte de su maestro. Este proceso se llamaba wu, '[acto de]aprehender'. Hasta que el aprendiz no había completado con éxito este estadio de su formación, no podía encontrar reposo 'ni para comer ni para dormir'.

"El narrador introducía nuevos elementos en el relato improvisando sobre la marcha, sin preparación, delante del público. Todo cuentista debía estar dotado de la facultad de improvisar, algo que siempre, en todos los lugares del mundo, ha sido una parte característica del bagaje del narrador. [...] También los narradores chinos eran excelentes improvisadores. Cultivaban este don a lo largo de su proceso de formación, cuando aprendían a hacer uso de las muchas frases hechas y ornamentos [que debían aprender] para componer estrofas con rapidez y reaccionar sin demora y de forma sensible a lo que sucedía a su alrededor." (p. 236)

Como ejemplo de esto, extraído entre muchos, Hrdlicková menciona el caso de un tipo de cuentistas denominados shu-lai-pao, cuyos recitales eran en verso rimado. "Estos narradores -dice la sinóloga-, deambulaban por las calles, se detenían en algún lugar apropiado y, sin más ceremonias, empezaban a recitar. La introducción al relato debía contener siempre algo que atrajera el interés de un público que empezaba a congregarse lentamente allí donde el ruido insistente de alguien que daba palmadas indicaba que un cuentista acababa de subir a su tarima." (p. 236)

Hrdlicková refiere a continuación cómo uno de estos cuenteros, al ser atacado por un perro en pleno recital, incorporó al can a su narración, rogando al mismo tiempo al respetable que se hiciera cargo de él y se lo quitara de encima. Una vez conseguido esto, improvisó unos versos para interceder en favor del perro, ya que este, al fin y al cabo, no había hecho sino cumplir con su función de guardián del lugar. (p. 237)


Distintos grados de improvisación

"El futuro cuentista no sólo aprendía a improvisar durante su periodo de formación, sino que a menudo realizaba cambios de una naturaleza más profunda y permanente, al añadir nuevos episodios, y caracterizar de forma individualizada a los personajes, etc." (p. 237)
Describir con detalle aspectos del relato, y del mundo en que esta desarrollaba, era también una forma que tenían los cuentistas chinos de enriquecer el relato. Según Hrdlicková, esto exigía al narrador "un notable conocimiento de la vida, así como recursos y orginalidad". (p. 238)

"Debe tenerse en cuenta -dice la sinóloga para concluir la parte de su artículo que habla de este tema- que el grado de improvisación y de recreación del relato variaban en función de las dotes y el tipo de creatividad del narrador. Los cuentistas menos dotados no se atrevían a hacer improvisaciones a gran escla, mientras que los mejores eran siempre maestros de la improvisación". (p. 238)

Hasta aquí esta primera aproximación a este fascinante tema. Más adelante espero poder añadir otra entrada con una nueva serie de extractos.

sábado, 8 de diciembre de 2007

EJERCICIOS DE ESTILO

Cuántas veces me habré dicho, para justificarme cuando no escribo, es que no tengo tema... ¡Pero si se puede escribir de todo! ¡Y de tantas formas diferentes!

En el libro de Raymond Queneau Ejercicios de estilo se utiliza una anécdota banal en un autobus para escribir de 99 formas diferentes la misma historia.

Esto corrobora una vez más el dicho tan manido: "Hay tantas maneras de contar como personas que cuentan".

Os invito a leer algunas y a dejarnos la vuestra, si gustáis...

EJERCICIOS DE ESTILO
Raymond Queneau
Versión de Antonio Fernández Ferrer
Cátedra, Madrid 1987

NOTACIONES

En el S, a una hora de tráfico. Un tipo de unos veintiséis años, sombrero de fieltro con cordón en lugar de cinta, cuello muy largo como si se lo hubiesen estirado. La gente baja. El tipo en cuestión se enfada con un vecino. Le reprocha que lo empuje cada vez que pasa alguien. Tono llorón que se las da de duro. Al ver un sitio libre, se precipita sobre él.

Dos horas más tarde, lo encuentro en la plaza de Roma, delante de la estación de Saint-Lazare. Está con un compañero que le dice: "Deberías hacerte poner un botón más en el abrigo". Le indica dónde (en el escote) y por qué.

VULGAR

¿Sabes? Eran poco más dlas doce cuando me lsa vi negras para subir alese. Mesubo, pues, pago mi billete porque no había más remedio, ¿no te parece?, y, bueno, me fijo nun fulano con pinta panoli, con un cuello, osea, que a uno le parecía un telescopio y con una especie cordón alrededor duna birria sombrero. Y me lo miro, fíjate, qué pinta tenía de lila, entonces se ponen-cabronar a uno questaba a su lao. Oiga, chamulla, mucho cuidao ¿eh?, añade, que me parece caposta, lloriquea, que me estáciendo polvo los pinreales, farfulla, pisándome sin parar, le encasqueta. En eso, muy pagao de la cosa, se larga sentarse. Comun ceporro.

Vuelvo a pasar más tarde por la plaza Roma y, mira, me lo veo pegando la hebra con otro mamarracho de su cuerda. Oyes, le suelta lotro, pues tendrías, le decía, que poner otro botón, añadía, a tu abrigucho, concluía.


SONETO

Subido al autobús, por la mañana,
Entre golpe, cabreo y apretón,
Me encuentro con tu cuello y tu cordón,
Lechugino chuleta y tarambana.

De improviso y de forma un tanto vana,
Gritando que te ha dado un pisotón,
Provocas a un fornido mocetón
Que por poco te zurra la badana.

Y vuelvo a verte al cabo de dos horas
Discutiendo con otro pisaverde
Acerca del gabán que tanto adoras.

Él critica con saña que remuerde;
Tú te enojas, fastidias y acaloras
Y, por toda respuesta, exclamas: "¡Merde!"

POR DELANTE POR DETRÁS

Un día por delante hacia las doce por detrás en la plataforma por delante trasera por detrás de un autobús por delante casi completo por detrás, me fijé por delante en un hombre por detrás que tenía por delante un largo cuello por detrás y un sombrero por delante rodeado por un galón trenzado por detrás en lugar de cinta por delante. De pronto se puso por detrás a gritarle por delante a un vecino por detrás, que, según le decía por delante, le chafaba por detrás los pies por delante cada vez que subían por detrás viajeros por delante. Después fue por detrás a sentarse por delante, porque un sitio por detrás se había quedado libre por delante.

Poco más tarde por detrás, volví a verlo por delante de la estación de Saint-Lazare por detrás con un amigo por delante que le daba por detrás consejos sobre ropa.

lunes, 26 de noviembre de 2007

EN LA MUERTE DE DUNCAN WILLIAMSON (1928-2007)

El pasado 8 de noviembre murió en Escocia, a los 79 años, el gran narrador tradicional Duncan Williamson, sobre el que se han escrito varios libros y muchos artículos, y que, junto a su ex mujer, la folklorista Linda Williamson, publicó varias colecciones de sus propios relatos. Entre estas destaca A Thorn in the King's Foot (Hamondsworth, Penguin Books, 1987), que es la que refleja con más fidelidad la dicción de Williamson, que pertenecía a la comunidad de los Travellers escoceses, una cultura de hojalateros nómadas cuya forma de vida es similar a la de los gitanos aunque su origen, probablemente, se remonta a una antigua casta de herreros integrada en la antigua sociedad gaélica. En la actualidad, muchos de estos nómadas se expresan en scots, una forma de inglés propia de las Tierras Bajas escocesas. Tal es el caso de Williamson.
Corría el año 2000, cuando Blanca Calvo, la organizadora del Maratón de los Cuentos de Guadalajara, se puso por primera vez en contacto conmigo, me preguntó si sabía de algún narrador tradicional de renombre al que pudieran invitar al Maratón. Inmediatamente me vino a la mente Duncan Williamson, quien a menudo participaba en este tipo de eventos. Por desgracia, aunque Blanca lo intentó en repetidas ocasiones, nunca logró contactar con Williamson.

Como homenaje a este gran forjador de palabras, traduzco a continuación, a vuela pluma, un extracto de The Horsieman: Memories of a Traveller 1928-1958, libro que contiene sus memorias de juventud, tal y como se las contó a Linda Williamson. Ilustro esta entrada con el cuadro "La leyenda" (c. 1864), del pintor escocés George Paul Chalmers (1833-1878), conservado en la Galería Nacional de Escocia, en Edimburgo. Creo que el espíritu que anima esta pintura es muy afin al de la anécdota que refiere Williamson.
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Duncan Williamson
The Horsieman: Memories of a Traveller 1928-1958
Edimburgo, Canongate Press, 1994, páginas 6-8.


"Y entonces, en las frías noches de invierno, abuelita se metía en su pequeño compartimento, su tienda, y se contaban historias. Yo entonces era muy pequeño, pero recuerdo bien a mi abuela. Alrededor del fueguecito se contaban historias maravillosas. Recuerdo a mi papá sentado alrededor del fuego, en medio del suelo, apenas una pequeña hoguera de ramas en el centro de la tienda, un agujero en el techo, y el humo que salía directamente por el agujero. Una lamparita de parafina, hecha por mi padre, estaba apagada.

Abuelita contaba una historia, padre contaba una historia. Quizá algunos nómadas [Travellers] que pasaban por allí se paraban y plantaban su tienda en «El Rincón de los Caldereros», un lugar al otro lado del arroyo, frente al bosque en el que acampábamos. […] También ellos contaban historias y tenían allí un pequeño encuentro. Nuestra tienda era un lugar en el que paraban los nómadas que venían hasta Argyll, y siempre había tiempo para un relato.

Bueno, pues abuelita pasaba con nosotros todo el invierno, en esa gran tienda, con su pequeño compartimento. […]

Abuelita era una anciana, y en aquellos días de antaño ninguna anciana de los nómadas llevaba bolso. Lo que si llevaban alrededor de la cintura era una gran faltriquera. Me acuerdo de la de abuelita; la había hecho ella misma, una faltriquera de tartán. Era como un bolso grande, con una correa, y se lo ataba a al cintura. Tenía tres botones de nácar en el centro; en aquellos tiempos no había cremalleras. Abuelita llevaba todos sus bienes materiales en esta faltriquera.

Bien, abuelita fumaba un pequeña pipa de barro. Y cuando necesitaba tabaco, decía:

–Pequeños, quiero que vayáis al pueblo a por tabaco para mi pipa.

Y nos daba a mi hermana y a mí tres peniques, uno para cada uno, y el otro para tabaco. El anciano tendero solía tener un rollo de tabaco, y cortaba un poquito para abuelita, a cambio del penique. Nosotros volvíamos, y la recompensa era:

–¡Abuelita, cuéntanos un cuento!
Ella se sentaba allí, frente a su pequeña tienda, y tenía un cacito y un pequeña hoguera.
Recogíamos ramas para ella, y ella se hacía un té negro y fuerte. Levantaba el cacito, lo ponía al lado del fuego y decía:

–Bueno, pequeños, ¡voy a ver que puedo encontrar esta vez para vosotros en mi faltriquera!

Abría su gran faltriquera, con sus tres botones de nácar, que tenía a su lado. Los recuerdo bien, y decía:

–Bueno, pues os contaré este cuento.

Quizá fuera el que había contado tres noches antes. Quizá era uno que no había contado en semanas. A veces nos contaba un cuento tres, cuatro veces; a veces nos contaba uno que nunca antes habíamos oído.

Así que, un día, mi hermana y yo volvimos del pueblo. Estábamos jugando, y nos acercamos a la tienda de abuelita. El sol brillaba, cálido. El cacito de té de la abuela estaba junto al fuego: estaba frío, el fuego se había consumido. El sol calentaba. Abuelita estaba tumbada, con las dos manos bajo la cabeza, como una anciana, y su camita estaba frente a la tienda. A su lado estaba la faltriquera. Era la primera vez que la veíamos separada de la cintura de abuelita. Probablemente se la quitaba por la noche, al irse a acostar. Pero por el día, ¡nunca!

De modo que mi hermana y yo nos deslizamos en silencio, y dijimos:

–¡Abuelita está dormida! Ahí está su faltriquera. ¡Vamos a ver cuántos cuentos hay en la faltriquera de abuelita!

Así que, con mucho cuidado, la cogimos y la llevamos detrás del árbol junto al que vivíamos en el bosque, y desabrochamos los tres botones de nácar. ¡Y lo que había en esa faltriquera era como la cueva de Aladino! Había pipas de barro, monedas de tres peniques, anillos, monedas de medio penique, perras gordas, broches, agujas, alfileres, todo lo que una anciana lleva consigo, dedales… ¡pero ni una solo cuento pudimos encontrar! Así que no tocamos nada. Lo volvimos a poner todo dentro, cerramos la faltriquera y la pusimos donde la habíamos encontrado, la dejamos junto a abuelita.

Dijimos:

–Nos iremos otra vez a jugar, y volveremos con abuelita cuando despierte.
Así que nos fuimos de nuevo a jugar, volvimos más o menos una hora después, y abuelita estaba levantada. Y nos sentamos a su lado. Después de tomarse su te negro y fuerte, ella comenzó a encender su pipa. nosotros le preguntamos:

–Abuelita, ¿nos vas a contar un cuento?

–Sí, pequeños –respondió–. Os contaré un cuento.

Le encantaba contarnos cuentos porque nos hacía compañía, también era buena compañía para ella sentarse allí con nosotros, los niños. Dijo:

–Ahora esperad un momento, esperad a ver qué tengo para vosotros esta noche.

Y abrió aquella faltriquera. Nos miró un rato a mí y a mi hermanita, nos miró largo tiempo con sus ojos azules. Dijo:

–¿Sabéis una cosa, niños?

Respondimos:

–No, abuelita.
Ella dijo:

–Resulta que, cuando estaba durmiendo, alguien ha abierto mi faltriquera, ¡y todos los cuentos se han ido! Esta noche, niños, no os puedo contar ningún cuento.

Y esa noche no nos contó ningún cuento. Y nunca volvió a contarnos un cuento. Y yo tenía diecisiete años cuando murió mi abuelita, pero sólo once cuando esto sucedió. Abuelita no volvió a contarme ninguna historia, ¡y esta es una historia que sucedió de veras!"

domingo, 25 de noviembre de 2007

Y ESCUCHO CON MIS OJOS A LOS MUERTOS

Es curioso como convergen las cosas en un mismo punto. Feliz coincidencia. El caso es que después del post de Jose sobre su sueño con Ursula K.LeGuin, mi amigo Agustín me envío el verso de Quevedo "escucho con mis ojos a los muertos"(tan parecido al nombre de nuestro blog como que parte de la misma idea) y hoy, en una tarde de domingo tranquilo y poblado de libros, mis ojos se pasean por el e.mail de otro amigo, Ramon, feliz con sus estudios y su vida de "trapense" atrapado en el estudio y la historia del arte. Para vosotros tres la cadencia musical de esta belleza de Quevedo:

FRANCISCO DE QUEVEDO

Retirado en la paz de estos desiertos,
Con pocos, pero doctos libros juntos,
Vivo en conversación con los difuntos,
Y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
O enmiendan, o fecundan mis asuntos;
Y en músicos callados contrapuntos
Al sueño de la vida hablan despiertos.

Las Grandes Almas que la Muerte ausenta,
De injurias de los años vengadora,
Libra, ¡oh gran Don Josef!, docta la Imprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
Pero aquélla el mejor cálculo cuenta,
Que en la lección y estudios nos mejora.


Porque la vida se parece tanto al sueño que se confunde con él, o tal vez es el sueño que parece tan real como la vida misma. No lo sé.

En cualquier caso, gracias a los libros, el tiempo no impide el diálogo con otros hombres y mujeres que habitaron otros siglos y otras tierras. Y gracias a lo escrito somos capaces de reconocer sus voces, sin haberlas oído nunca, ¿es sueño o realidad lo que oímos?

Ni lo sé, ni me importa. Porque tantas veces lo que encuentro en los libros es más cercano a mí que lo que escucho por la tele o por la calle que no veo la hora de llegar a mi casa y encerrarme entre mis libros, en mi habitación con estanterías blancas y luz cálida, tapada hasta la cintura con la manta y el libro en el regazo.

Si no fuera porque desaparezco en otros mundos poblados de palabras que viven fuera del tiempo y del espacio, mi vida cotidiana - esa que llaman real - sería muy distinta, seguro que mucho más aburrida y mucho menos feliz.

martes, 13 de noviembre de 2007

ENCUENTRO EN OTRO MUNDO

En un sueño que tuve hace poco, me encontraba explorando un continente desconocido, en un planeta que, evidentemente, no era el nuestro. Las principales peripecias del sueño no vienen ahora al caso, pero sí el hecho de que, en un momento dado, mientras paseaba por las calles de una gran ciudad, veía a Ursula K. LeGuin. La escritora estaba tranquilamente sentada en la terraza de un café, observando lo que sucedía a su alrededor. Recuerdo que en el sueño me pareció de lo más natural encontrar allí a LeGuin. "Ahora entiendo -pensé- por qué sus descripciones de mundos imaginarios son tan asombrosamente verosímiles: se basan en trabajo de campo".

jueves, 8 de noviembre de 2007

LA MUJER QUE SOÑÓ UNA LENGUA

En su extensa y compleja obra Trabajo sobre el mito (traducción de Pedro Madrigal, Barcelona, Paidós, 2003), el filósofo alemán Han Blumenberg afirma que los mitos, lejos de ser una expresión de lo irracional, han sido siempre una herramienta fundamental para la supervivencia humana. Gracias a ellos, los primeros homínidos que asomaron desde los densos bosques a la sabana pelada, pudieron resistir lo que Blumenberg llama "el absolutismo de la realidad". No sé por qué, las ideas de Blumenberg (cuyo libro, reconozco, todavía no he logrado leer en su totalidad), me han venido a la cabeza al releer el resumen que esbocé hace años de un mito melanesio de las islas Salomón que encontré en libro de Kay Bauman Solomon Island Folktales from Malaita (Ranbury, Rutledge Books, 1998, págs. 2-3). También he recordado el sino de aquellos que, por distintos motivos, se han visto obligados a vivir durante mucho tiempo entre gentes de otros países, y a utilizar cotidianamente una lengua extraña, de modo que, poco a poco, imperceptiblemente, su idioma materno, sin quedar olvidado, retrocede a regiones insondables del espíritu. Y un buen día se percatan de que, quién sabe desde hace cuanto tiempo, sueñan en aquella lengua que les fue ajena, pero ahora es, irreversiblemente, la suya.

He aquí el mito:

Los baegu de Malaita, en el archipiélago melanesio conocido como islas Salomón, cuentan que un hombre llamado Nunu (Sombra) y su esposa Fala (Dadivosidad) llegaron a Malaita procedentes de Marado. Cierta noche, Fala soñó con una nueva lengua. Cuando despertó, no podía recordar su antiguo idioma: sólo era capaz de hablar la lengua con la que había soñado. Ella y su marido decidieron entonces fundar una nueva aldea, a la que llamaron Baegu, que es el nombre de la lengua que siguen hablando sus descendientes.


Dicho esto, me encantaría saber qué reflexiones suscita este relato a los navegantes que, alguna que otra vez, recalan, aunque sea brevemente, en este blog.


martes, 30 de octubre de 2007

MEMORIAS DE IDHÚN

Ha llegado el momento de devolverle a mi sobrina los libros de Memorias de Idhún de Laura Gallego. Son suyos, así que tampoco los puedo acaparar. Pero no quería abandonarlos sin hablar de un momento realmente especial para mí porque habla de la importancia de la narración oral.

Y lo sé: me puedo comprar otros, pero no serían los mismos que leí por primera vez... No sé si me entendéis.

El caso es que Memorias de Idhún habla de una profecía que anuncia que Idhún se podrá salvar del poder del malvado Ashrán y de los sheks gracias a la unión del último unicornio y del último dragón.

Los libros, a parte de cuestionarse el poder, la eficacia y la manipulación de las profecías por parte de los sacerdotes, magos y demás, habla de lo que nos apasiona siempre: la lucha del bien y el mal, lo real y lo fantástico, la amistad, el amor, los celos y la fuerza de las ideas.


Digo esto para poneros en antecedentes sobre el momento en el que la narración oral, aquella que hace que la fe encienda los corazones en los momentos de crisis, cobra especial importancia.
Para entender la cita imaginaos un desierto, la dureza de la vida en él, la opresión ejercida por unos jefecillos tiránicos y... por consiguiente... la necesidad de alimentar la esperanza de una vida mejor... Así, cuando leáis el momento en el que Kimara relata la historia de aquella que ha conocido al dragón y que ha recibido la magia del unicornio, podréis entender porque tiene los ojos de fuego y porque enciende la llama de todos los que la escuchan. Porque el relato surge de la necesidad de contar y de la necesidad de escuchar. Y eso, es algo que yo también he vivido.

Memorias de Idhún II. La Tríada
Laura Gallego
Ed. Sm. Madrid 2005
Pag. 316 -317


"Shail y Zaisei se sentaron en un rincón, el uno junto al otro, y escucharon la historia que Kimara había ido a contar a aquel lugar. Llena de entusiasmo, la joven de los ojos de fuego contó una vez más cómo había conocido a Jack y a Victoria en un campamento limyati; cómo los había acompañado a través del desierto, evitando a las serpientes, en dirección a Awinor. Relató todos los detalles del viaje, sí, pero también habló del carácter y la determinación del muchacho dragón, de la serenidad y la valentía de la chica unicornio, y del intenso amor que los unía a ambos.


"-Jack me pidió que acudiera al norte, a Nandelt -concluyó Kimara-, para decir a todo el mundo que el dragón y el unicornio han regresado y que pronto se enfrentarán a Ashran y a los sheks. En Nandelt, el príncipe Alsan ha iniciado una rebelión para reconquistar los reinos humanos. Muy pronto viajaré hasta allí para unirme a él. Pero antes -añadió, clavando en la concurrencia la intensa mirada de sus ojos rojizos- quería decir a mi gente, a las gentes de Kash-Tar, las gentes del desierto, que la magia ha regresado al mundo, y ha sido aquí, en nuestra tierra. Que, por una vez en la historia, los yan, los hijos de Aldun, no hemos sido los últimos... sino los primeros."

domingo, 14 de octubre de 2007

ESCUCHANDO EL VIENTO DE /HAN=KASS'O


En el encabezamiento de este blog se alude a las palabras de //Kabbo, el narrador /xam que dijo que un cuento es como el viento, viene de un lugar lejano, y lo sentimos. Esta semana he estado recorriendo una parte considerable del territorio de los bosquimanos /xam, y me he visto de forma casi constante expuesto a ese viento. A menudo soplaba del sureste, y era un viento áspero y frío, que te obligaba a resguardarte, si es que tenías dónde, dado que buena parte de esa tierra es llana y no ofrece muchos abrigos.

Pero al salir de la granja Arbeidsvreugd, donde está la charca //Xara-//kam (Bitterpits, "Pozo Amargo"), el corazón del territorio dei que //Kabbo era custodio, también experimenté el suave viento del norte, sobre el que /Han=kass'o, el yerno de //Kabbo, dijo que le invitaba a quitarse el manto de piel y dejarlo en el suelo, porque es un viento agradable. /Han=kass'o dijo también que el viento del norte era su propio viento.

A mi amigo Neil Rusch y a mí el viento de /Han=kass'o nos acompañó mientras nos alejábamos de //Xara-//kam en dirección este, hacia la Montaña del Estelión, que en los mapas aparece como Strandberg.
Cuenta un relato /xam que hace mucho tiempo, el Estelión (un tipo de lagarto) viajaba hacia el sur, para acampar en las dunas rojas, entre las que se formaban charcos poco profundos. Pero las montañas lo atraparon, y lo partieron en dos.
Mientras nosotros mismos no dirigíamos allí en el todoterreno de Neil, la cercanía de la montaña nos animó a comentar esta historia. Al cabo de un rato paramos para fotografiarla, y aprovechamos para echar mano de un ejemplar de Specimens of Bushman Folklore de Bleek y Lloyd y discutir algunos detalles del mito. Mientras lo hacíamos, el viento de /Han=kass'o, que fue quien contó esa historia a Lucy Lloyd en 1879, nos envolvía.

El día antes, en la granja, habíamos visitado el que muy probablemente era el campamento principal de //Kabbo y los suyos. También fuimos a ver la piedra blanca que /Han=kass'o describió con precisión a Lucy Lloyd, y que está a pocos kilómetros del campamento. No pude resistir la tentación de sentarme en ella, a esperar, como dice //Kabbo en el testimonio aludido más arriba, a que el viento me trajera historias que vienen de lejos...

martes, 9 de octubre de 2007

MIGRAÑA

Cuando tenía 19 años o así, me diagnosticaron migrañas. Saber que esos horribles dolores de cabeza que padecía tenían un nombre no les restaba intensidad, pero caray ¡no era la única! Podía estar tranquila: no tenía un derrame cerebral, ni problemas de visión, ni me estaba volviendo loca... ¡sólo migrañas!

Con los años sigo teniendo migrañas, pero van perdiendo intensidad (cruzo los dedos). El médico me dijo que, en la mayoría de los casos, desaparecen con la vejez. Bueno, o se sustituyen por otros males -digo yo-pero eso será otra cuestión.

Hace poco me he terminado de leer un libro de Oliver Sacks que se llama precisamente Migraña. Esperaba que me aportara alguna fórmula mágica, pero debo de decir que no ha sido así, supongo que es que no la hay.

Al menos, el libro es ameno y divertido; no podía ser de otra manera con Oliver Sacks, uno de esos médicos humanistas que sabe muchas cosas y las hace comprensibles para todos.

Si cuando conseguí nombrar a mi dolor de cabeza, me consolé pensando que aquello era "normal", ahora, después de leer el libro, pienso: "¡Vaya, qué suerte, aún no he llegado a esos extremos!".

Hay muchos casos que cuenta que parecen pura literatura, son hasta bonitos, pero... ¿alguién quiere padecerlos?

"Comenzó con el papel de la pared, que de pronto pareció brillar como la superficie del agua cuando se agita. Pocos minutos después, esto se acompañó de una vibración en la mano derecha, como si estuviese apoyada sobre la caja sonora de un piano. Luego, puntos, destellos, que se movían lentamente a través del campo visual. Parecían motivos de alfombras turcas, que cambiaban repentinamente. Imágenes de flores que formaban rayos continuamente, y se dispersaban. Todo se fragmentaba y se multiplicaba: burbujas que avanzaban hacia mí, aberturas que abrían y cerraban laberintos. Cuando cerraba los ojos, estas imágenes se volvían deslumbrantes, pero seguían siendo visibles. Con los ojos abiertos se desvanecían un poco. Duraron veinte o treinta minutos, y las sustituyó un terrible dolor de cabeza" (pag. 118)

Bonito, ¿eh?

Este es un poco más terrorífico:

"(...) Durante estos ataques parece desaparecerle el lado izquierdo de su cuerpo, y también todo lo que se ve de ese lado. Dice: 'Ya no hay nada más allí, sólo una laguna, un agujero.' Una laguna en su campo visual, en su cuerpo, en el universo mismo, y durante ese estado no puede estar de pie, y tiene que sentarse antes de que la cosa empeore. Experimenta asimismo un sentimiento de terror mortal, siente que el 'agujero' es la muerte, y que algún día se hará tan grande que se la 'tragará' por completo. Durante la infancia ya había padecido estos ataques, pero cuando los describía la llamaban 'mentirosa'.

En los ataques graves no sólo es la parte izquierda de su cuerpo la que parece desaparecer, sino que se siente confundida respecto a todo su cuerpo, y no está segura de dónde están las cosas... ni de lo que son.

Se siente irreal (éste es uno de los motivos de su temor a ser engullida). En esos ataques graves puede incluso no entender lo que ve (agnosia visual) y suele ser incapaz de reconocer los rostros familiares. Los rostros de las personas conocidas le parecen 'diferentes' o, lo que es más habitual, ve a la gente 'sin cara', con rasgos carentes de expresión alguna (prosopagnosia). En los peores ataques, esto se extiende también a las voces: las oye, pero pierden su tonalidad y su 'carácter'. Se trata de una especie de agnosia auditiva.

Estas privaciones de la sensación alcanzan la oscuridad y el silencio absoluto (...), y la paciente parece perder el conocimento, aunque se trata de una disolución sensitiva en la que ella se hunde progresivamente hasta quedar completamente insensible. No es sorprendente, pues, que estos ataques tan espantosos y vividos se asocien a la muerte." (pag. 128-129)

Ambos casos están extractados de:

Migraña de Oliver Sacks
Edit. Anagrama
Barcelona, 1992

domingo, 30 de septiembre de 2007

ELIAS CANETTI

La Fundación Círculo de Lectores ha organizado una exposición en honor de Elias Canetti, con el título: Poder y supervivencia.

En esta exposición se reflexiona sobre el pensamiento y la obra de Canetti, sobre el poder de la masa, pero también de las palabras y del lenguaje.

Canetti habitó muchas lenguas: el español sefardí, el búlgaro, que curiosamente olvidó, el inglés y, sobre todo, el alemán.

Las mujeres que amó, los libros que se pasearon por su vida y los acontecimientos que le tocó vivir - transcendentales porque Canetti vivió de 1905-1994- se nos muestran en imágenes y paneles que, aunque afortunadamente no pueden resumir toda una vida, nos adentran en el pensamiento de este escritor del s. XX.

Somos lo que comemos, sí, pero también lo que leemos, y hay escritores que nos son tan cercanos y queridos que no seriamos los mismos sin ellos, a Jose le ocurre eso con Elias Canetti, por eso, y aunque se encuentra en Suráfrica, no he querido dejar de preguntarle cómo surgió esa pasión y de que manera le ha influido.

Jose: Descubrí la obra de Canetti a través de su primer libro, la novela "Auto de fe", una obra maestra de la estética de lo grotesco y lo extremo. Sentí la necesidad de leer más sobre el autor, y devoré uno tras otro aquellos de sus libros que entonces se habían traducido. Mi vocación, y la persona que soy ahora, nacen de la impresión que me causó uno de sus ensayos breves, "La profesión de escritor", donde recomienda al aspirante a escritor empaparse de mitos de los llamados pueblos primitivos. Que el hombre que había escrito "Auto de fe" pudiera dar ese consejo le conferia a este más autoridad todavía, así que lo seguí. Uno de los primeros libros que adquirí y leí siguiendo esa recomendación fue "Specimens of Bushman Folklore" de Bleek y Lloyd. Si en estos momentos estoy en Suráfrica es, entre otros motivos, para intentar encontrar un sentido a toda la hermosura y el dolor que me han acompañado desde que leí ese libro.

Helena: Por lo que a mí respecta, os quiero dejar con un texto de Canetti que habla de historias de lobos - tema que de por sí ejerce una poderosa atracción sobre mí - y en el que habla de la importancia de los relatos, de los cuentos, y de la curiosa manera como los recuerda nuestra memoria.

ELIAS CANETTI
La lengua salvada
Pag. 31-32
Edit. DeBolsillo 2005


"Algunos años excepcionales el Danubio se helaba en invierno y la gente contaba historias fabulosas sobre el fenómeno. En su juventud, mi madre cruzó varias veces en trineo a Rumania y me enseñaba las pielas en las que había ido arropada. Cuando el frío, arreciaba, los lobos bajaban de las montañas y, hambrientos, atacaban a los caballos de los trineos. El cochero intentaba ahuyentarlos a latigazos, pero eso no servía de nada y tenía que disparar contra ellos. En una de esas excursiones resultó que no se había llevado ningún arma. Un circasiano armado que vivía en casa como criado tendría que haber acompañado el trineo, pero no se había presentado y el cochero partió sin él. Fue muy difícil rechazar a los lobos y el peligro fue enorme. Si no hubiera venido casualmente de frente un trineo con dos hombres que mataron a tiros a un lobo y ahuyentaron a los demás el desenlace hubiera sido fatal. Mi madre pasó mucho miedo, describía las lenguas rojas de los lobos, que llegaron a acercársele tanto que aún años más tarde soñaba con ellos.

Yo le pedía a menudo que me contara esa historia y ella lo hacía de buena gana. Así los lobos fueron los primeros animales salvajes que poblaron mi imaginación. El temor a ellos estaba alimentado por los cuentos que oía contar a las muchachas campesinas búlgaras. Cinco, seis de ellas vivían siempre en nuestra casa. Eran muy jóvenes, tenían quizá diez o doce años, y habían sido traídas por sus familias de los pueblos a la ciudad, donde las colocaban de criadas en las casas de los burgueses. Andaban descalzas por la casa y siempre estaban de buen humor, no tenían mucho que hacer, y lo hacían juntas; fueron mis primeras compañeras de juego.

Por la noche, cuando mis padres salían, yo me quedaba en casa con ellas. A lo largo de las paredes de la gran sala de estar había sofás turcos bajos. Aparte de las alfombras que se extendían por todas partes y de algunas mesas pequeñas, eran, que yo recuerde, los únicos muebles permanentes de esa habitación. Cuando oscurecía las muchachas sentían miedo. Nos apiñábamos todos en uno de los sofás, junto a la ventana, yo en el medio, y entonces empezaban a contar sus historias de hombres-lobo y vampiros. Apenas terminaba una cuando empezaban con la siguiente, era horripilante, y sin embargo yo, apretado contra las chicas por todas partes, me sentía muy bien. Teníamos tanto miedo que nadie se atrevía a levantarse, y cuando mis padres regresaban a casa nos encontraban temblando amontonados.

De los cuentos que oí solo recuerdo los que trataban de vampiros y hombres-lobo. Quizá no me contaran otros. No puedo coger un libro de cuentos de los Balcanes sin reconocer inmediatamente alguno de ellos. Los tengo presentes con todos los detalles, aunque no en la lengua en que los oí. Los oí en búlgaro, pero los conozco en alemán esta misteriosa traducción es quizá lo más curioso que tengo que relatar de mi juventud, y como el destino lingüístico de la mayoría de los niños transcurre de otra manera debería decir algo más sobre esto. (...)"


La exposición se puede visitar en Barcelona hasta el 10 de noviembre de 2007 en:

Centro Cultural Fundación Círculo de Lectores
Consell de Cent, 323
Barcelona
Horario: de lunes a viernes de 10 a 20 h.
sábados de 11 a 14 y de 17 a 20 h.
domingos y festivos, cerrado.

domingo, 2 de septiembre de 2007

LAS HISTORIAS Y LOS FUNCIONARIOS

La semana pasada Jose y yo vimos una película que nos impactó mucho "La vida de los otros" de Florian Henckel Von Donnersmarck. Aún sigue en cartelera, o sea que recomiendo a todos los que aún no la hayan visto que no esperen más. La acción transcurre en 1984 en la República Democrática Alemana; la dictadura comunista a través de su aparato controlador, la Stasi, vigila a todos los ciudadanos susceptibles de tener afinidades políticas pro-occidentales. Pero ¿qué ocurre cuando el que vigila, el espía de la vida de los otros, escucha y se inmiscuye en las vidas de los espiados? ¿Puede permanecer indiferente a todo lo que ve y siente desde su silencioso escondrijo?

Curiosamente esta película me evocó un libro de Mircea Eliade El viejo y el funcionario. En la calle Mantuleasa. En este caso la acción transcurre en Budapest, pero también el aparato del Estado intenta controlar la vida de sus ciudadanos a través de todas sus historias. Escucharlas, transcribirlas, analizarlas, despedazarlas para etiquetarlas y limpiarlas de toda sospecha. Exactamente igual que en "La Vida de los otros".

Sin embargo, las historias, igual que la vida de las personas, tienen infinidad de ramificaciones, unas llevan a otras, y no se pueden entender si antes no se conoce la evocación de tal lugar o la relación de tal persona con tal otra. Las historias atrapan a los funcionarios del Estado, les enredan y les llevan de un lugar a otro. Luchan por evitar el etiquetaje y discurren por sinuosos vericuetos que son viajes auténticos al territorio del mito, de la leyenda y de la propia historia del individuo.

El viejecito de la novela de Mircea, Farama, es sistemáticamente interrogado por un ejército de funcionarios que se sienten subyugados por las historias que cuenta pero desbordados por ellas.

Tanto en la novela, como en la película que comentaba, como en la vida que nos toca vivir, cuando el caos y la falta de libertades amenazan nuestras identidades individuales, siempre, siempre, siempre, nos queda el incontrolable y poderoso terreno de la Narración.

"- Farama - interrumpió Ana Vogel-, beba usted el champán porque se calienta.
Farama inclinó con respeto la cabeza y se bebió toda la copa de un solo trago. Después se levantó, se inclinó varias veces, colocó la copa en la mesita y volvió a sentarse en el sillón.

- Y ahora, mientras no se pierda en historias -continuó Ana Vogel-, quiero que sepa que sí me gustan todos sus relatos, especialmente me gustaría saber lo que le ocurrió a Oana, con su marido el estoniano y con Lixandru...

- Allí quería también yo llegar - empezó Farama, sonriendo confuso-, porque en su boda, el doctor habló de sus peripecias y a través de esa boda se anudan muchas aventuras. Pero, para que comprenda bien, tiene usted que saber que Lixandru había hecho amistad con un joven algo mayor que él, de unos veinte años, Dragomir Calomfirescu. Les gustaba pasear durante la noche por las calles solamente ellos dos y hablando poco. Porque Dragomir era por naturaleza callado y meláncolico, y Lixandru, cuando no empezaba a recitar versos, tampoco hablaba. Y en una noche, después de haberse paseado bastante tiempo callados, Lixandru exclamó de repente: "Si supiera adónde llegó la saeta y dónde se encuentra Iozi, ¡lo sabría todo! "Dragomir no conocía más que fragmentos de todas estas historias y Lixandru se las relató por entero. Cuando terminó, Dragomir sonrió con amargura y dijo: "Durante mi infancia, no tuve la suerte de vivir esas raras aventuras. Todo lo que ha sido extraño y extraordinario en mi vida, me ocurrió antes de nacer y después, más tarde cuando ya no era un niño. Pero recuerdo, sin embargo, un detalle: cuando tenía unos ocho años, tuve la escarlatina y fui internado en el hospital. Me daban toda clase de libros con cuentos y aventuras. Probablemente las he leído todas, pero las he olvidado. Aunque no olvidaré nunca un cuento de Carmen Sylva, el cual no llegué a terminar porque en aquella mañana salí del hospital y todos los libros que fueron tocados por mí, como no los podían desifectar los quemaron. En verdad, de aquel cuento sólo recuerdo fragmentos aislados y quizá sin importancia: una muchacha extraordinariamente hermosa, que iba montada sobre un elefante blanco, un templo antiguo en algún lugar de la India. Eso es todo, pero para mí es el más precioso recuerdo de infancia. Años seguidos luché para encontrar el libro y terminar de leer el cuento empezado en el hospital. Pero ahora estoy seguro que no voy a descubrir jamás quién era aquella muchacha tan hermosa, que iba montada en un elefante blanco y que buscaba en un templo indio... Tú has aprendido el hebreo para comprender una aventura de infancia. Has hecho muy bien, pero ten cuidado: párate ahí..." Subrayó con tanta fuerza las palabras que Lixandru se paró y le preguntó: "¿Qué quieres decir?".

EL VIEJO Y EL FUNCIONARIO. EN LA CALLE MANTULEASA
Mircea Eliade
Edit. Laia. Abril 1984
pp 70-71

domingo, 26 de agosto de 2007

BARTLEBY, EL ESCRIBIENTE.


Este mes de agosto estuvimos pasando un par de semanas en Nueva York, esa ciudad fascinante y bulliciosa de la que se dice que "nunca duerme". Jose ha ido en repetidas ocasiones y ha estudiado allí durante cerca de año y medio, pero para mí era la primera vez. Me ha gustado todo: los rascacielos, el tráfico incesante, los escaparates de las tiendas, los impresionantes museos, el día y la noche paseando por el puente de Brooklyn... Sí, me ha gustado todo, sobre todo los contrastes. El pensar que en esa ciudad, en nuestro mundo, todo es posible. Incluso sentirse solo, en medio de enormes rascacielos, por eso hemos escogido para nuestra entrada a un personaje fascinante en su repetición y aparentemente anodina vida: Bartleby, el escribiente.
















"¿Lo confesaré? Como resultado final quedó establecido en mi oficina que un pálido joven llamado Bartleby tenía ahí un escritorio, que copiaba al precio corriente de cuatro céntimos la hoja (cien palabras), pero que estaba exento, permanentemente, de examinar su trabajo y que ese deber era transferido a Turkey y a Nippers, sin duda en gracia de su mayor agudeza; ítem, el susodicho Bartleby no sería llamado a evacuar el más trivial encargo, y si se le pedía que lo hiciera, se entendería que preferiría no hacerlo, en otras palabras, que rehusaría de modo terminante.
Con el tiempo, me sentí considerablemente reconciliado con Bartleby. Su aplicación, su falta de vicios, su laboriosidad incesante (salvo cuando se perdía en un sueño detrás del biombo), su gran calma, su ecuánime conducta en todo momento, hacían de él una valiosa adquisición. En primer lugar, siempre estaba ahí, el primero por la mañana, durante todo el día, y el último por la noche. Yo tenía singular confianza en su honestidad. Sentía que mis documentos más importantes estaban perfectamente seguros en sus manos. A veces, muy a pesar mío, no podía evitar el caer en espasmódicas cóleras contra él. Puer era muy difícil no olvidar nunca esas raras peculiaridades, privilegios y excepciones inauditas que formaban las tácitas condiciones bajo las cuales Bartleby seguía en la oficina. A veces, en la ansiedad de despachar asuntos urgentes, distraídamente pedía a Bartleby, en breve y rápido tono, poner el dedo, digamos, en el nudo incipiente de un cordón colorado con el que estaba atando unos papeles. Detrás del biombo resonaba la consabida respuesta: Preferiría no hacerlo. Y entonces, ¿cómo era posible que un ser humano dotado de las fallas comunes de nuestra naturaleza dejara de contestar con amargura a una perversidad semejante, a semejante sinrazón? Sin embargo, cada nueva repulsa de esta clase tendía a disminuir las posibilidades de que yo repitiera la distracción.

Debo decir que, según la costumbre de muchos hombres de ley con oficinas en edificios densamente habitados, la puerta tenía varias llaves. Una la guardaba una mujer que vivía en la buhardilla, que hacía una limpieza a fondo una vez por semana y diariamente barría y sacudía el departamento; Turkey tenía otra, la tercera yo solía llevarla en mi bolsillo y la cuarta no sé quién la tenía.



Ahora bien, un domingo de mañana, se me ocurrió ir a la iglesia de la Trinidad a oír a un famoso predicador, y como era un poco temprano pensé pasar un momento a mi oficina. Felizmente llevaba mi llave, pero al meterla en la cerradura, encontré resistencia en la parte interior. Llamé; consternado, vi girar una llave por dentro y, exhibiendo su pálido rostro por la puerta entreabierta, entreví a Bartleby en mangas de camisa, y un raro y andrajoso deshabillé.


Se excusó, mansamente: dijo que estaba muy ocupado y que preferiría no recibirme por el momento. Añadió que sería mejor que yo fuera a dar dos o tres vueltas por la manzana, y que entonces habría terminado sus tareas.

La inesperada aparición de Bartleby, ocupando mi oficina un domingo, con su cadavérica indiferencia caballeresca, pero tan firme y tan seguro de sí, tuvo tan extraño efecto, que de inmediato me retiré de mi puerta y cumplí sus deseos. Pero no sin variados pujos de inútil rebelión contra la mansa desfachatez de este inexplicable amanuense. Su maravillosa mansedumbre no sólo me desarmaba, me acobardaba. Porque considero que es una especie de cobarde el que tranquilamente permite a su dependiente asalariado que le dé órdenes y que lo expulse de sus dominos. Además, yo estaba lleno de dudas sobre lo que Bartleby podría estar haciendo en mi oficina, en mangas de camisa y todo deshecho, un domindo de mañana. ¿Pasaría algo impropio? No, eso quedaba descartado. No podía pensar ni por un momento que Bartleby fuera una persona inmoral. Pero, ¿qué podría estar haciendo allí? ¿Copias? No, por excéntrico que fuera Bartleby, era notoriamente decente. Era la última persona para sentarse en su escritorio en un estado vecino a la desnudez. Además, era domingo y había algo en Bartleby que prohibía suponer que violaría la santidad de ese día con tareas profanas.


Con todo, mi espíritu no estaba tranquilo; y lleno de inquieta curiosidad, volví, por fin, a mi puerta. Sin obstáculo introduje la llave, abrí y entré. Bartleby no se veía, miré ansiosamente por todo, eché una ojeada detrás del biombo; pero era claro que se había ido. Después de un prolijo examen, comprendí que por un tiempo indefinido Bartleby debía haber comido y dormido y haberse vestido en mi oficina, y eso sin vajilla, cama o espejo. El tapizado asiento de un viejo sofá desvencijado mostraba en un rincón la huella visible de una flaca forma reclinada. Enrollada bajo el escritorio encontré una frazada; en el hogar vacío, una caja de pasta y un cepillo; en una silla, una palangana de lata, jabón y una toalla rotosa; en un diario, unas migas de bizcochos de jengibre y un bocado de queso. Sí, pensé, es bastante claro que Bartleby ha estado viviendo aquí.


Entonces, me cruzó el pensamiento: ¡qué miserables orfandades, miserias, soledades, quedan reveladas aquí! Su pobreza es grande; pero su soledad, ¡qué terrible! Piensen.


Los domingos, Wall Street es un desierto como la Arabia Pétrea; y cada noche de cada día es una desolación. Este edificio, también, que en los días de semana bulle de animación y de vida, por la noche retumba de puro vacío, y el domingo está desolado.


¡Y es aquí donde Bartleby hace su hogar, único espectador de una soledad que ha visto poblada - una especie de inocente y transformado Mario, meditando entre las ruinas de Cartago!


Por primera vez en mi vida una impresión de abrumadora y punzante melancolía se apoderó de mí. Antes, nunca había experimentado más que ligeras tristezas, no desagradables. Ahora, el lazo de una común humanidad me arrastraba al abatimiento. ¡Una melancolía fraternal! Los dos, yo y Bartleby, éramos hijos de Adán. Recordé las sedas brillantes y los rostros dichosos que había visto ese día, bogando como cisnes por el Misisipí de Broadway y los comparé al pálido copista, reflexionando: Ah, la felicidad busca la luz, por eso juzgamos que el undo es alegre; pero el dolor se esconde en la soledad, por eso juzgamos que el dolor no existe. "


Bartleby el escribiente
Herman Melville
traducción de Jorge Luis Borges


José Manuel: Transcurridos casi veinte años me resulta extraño, pero lo cierto es que durante mis propias soledades neoyorquinas, en 1989, cuando acaba de llegar allí para cursar estudios de literatura comparada en la Universidad de Columbia, Melville y su "Bartleby" fueron muy importantes para mí. Mi primer trabajo para el títul0 de Master of Arts se lo dediqué a este texto tardío del autor, que comparé con sus dos primeras novelas, Typee y Omoo. El eje de mi ensayo era una comentario que había hecho Luis Izquierdo en una de sus clases de Estudios Literarios, a las que asistí cuando cursaba filología en la Universidad de Barcelona: "Bartleby desiste de actuar en el paraíso de la acción". Y, en efecto, todavía hoy Nueva York es, ante todo, eso: el paraíso de la acción. Hacia el final de mi trabajo, yo decía:

"La Wall Street a la que pertenece Bartley es un mundo estéril en el que el frenesí de la superficie oculta la intensa parálisis moral e intelectual que acecha en el alma de cada inviduo. Como el Tahití que se describe en Omú, la Wall Street de «Bartleby» es un mundo espiritualmente enfermo. Las excentricidades de Nipper y Turkey no son sino síntomas de esta descomposición. La frenética existencia que se ven obligados a llevar para ganarse el sustento es tan incompatible con el desarrollo intelectual como lo era el paradisíaco Typee para el narrador de esa obra."

Una de mis grandes paradojas como individuo es que sigo suscribiendo estas palabras a pesar de que, con el paso de los años, he terminado por encontrar en Manhattan (de la que Wall Street no es sino un epítome) mi más genuino paraíso.

domingo, 22 de julio de 2007

RECITAL DE CUENTOS EN CIGUÑUELA, VALLADOLID

El pasado miércoles 11 de julio, Helena y yo contamos cuentos en el atrio de la iglesia de san Ginés, en el pueblo vallisoletano de Ciguñuela (que nosotros no empañábamos en llamar erróneamente "Cigüeñuela").

Lo hicimos a requerimiento de Pablo de Castro, quien desde hace un par de años colabora con otros miembros de la asociación Bocallave (de la que ya se ha hablado en este blog) en la organización, en un entorno rural, de talleres creativos para jóvenes de entre 11 y 18 años. Entre otros, se hacen talleres de guión cinematográfico, land art, litografía y percusión.

A nosotros, Pablo nos había sugerido que hiciéramos un taller de narración, lo que a nosotros nos pareció un magnífico reto. Pero, debido a la premura con la que se planteó esto, al final pensamos que lo más adecuado para este año era dar un recital de cuentos para los participantes en los talleres y cualquier persona del pueblo que quisiera sumarse. La sesión se anunció con el título "Historias que viajan con el viento", en homenaje al gran narrador /xam //Kabbo.

El lugar elegido fue el atrio de la iglesia de San Ginés, un espacio pequeño pero acogedor, que a mí no me cabe duda de que en el pasado acogió los recitales de los cantores de gestas y otros artífices de la palabra. Por eso no pude resistir la tentación de dedicar nuestra sesión a la memoria de esos antepasados nuestros, cuyos espíritus quiero pensar que, de algún modo, estaban presentes, observándonos y, sobre todo, escuchándonos.

Si he de ser sincero, yo soy más bien un narrador que donde se desenvuelve mejor es en el entorno familiar, o en reuniones de amigos y colegas. Así que esta sesión era, en cierto modo, mi "bautismo de fuego", ante un público de gente a la que no conocía de nada.

El recital comenzó hacia las 8:20 de la tarde. La concurrencia (unas cuarenta persona de todas las edades) fue notable. Si el éxito de una cosa así ha de juzgarse por la actitud del público, y su perseverancia, la verdad es que podemos decir que la sesión funcionó muy bien. Tuvimos siempre la atención de nuestros oyentes, y nos produjo especial satisfacción el que un hombre y una mujer, de avanzada edad, que estaban en primera fila se lo pasaran en grande.

Nuestra intención era ofrecer al público la oportunidad de contar algo, una vez nosotros hubiéramos terminado, pero lo cierto es que nadie se animó., aunque varias personas nos aseguraron de que les faltó poco para lanzarse al ruedo. Seguro que la próxima vez se anima más de uno.

Porque estamos seguros de que volveremos a Ciguñuela. Entre otras cosas porque el atrio de la iglesia de san Ginés es realmente un espacio maravilloso para contar, recogido, bello, y con una excelente acústica.

Hice una breve introducción, en la que expliqué el origen del título de la sesión, y narré el cuento ekoi sobre la ratona tejedora de historias (sobre el que ya hablaremos en otra ocasión). Después Helena contó el mito amazónico (de los indios ge) de Katxeré, la estrella que se casó con un muchacho y trajo a la humanidad las plantas comestibles.

Cuando me llegó otra vez el túrno narré el cuento de Urashima Taro, el pescador del mar interior, uno de los más bellos relatos de la tradición japonesa. Helena contó después esa maravilla que es "Leyenda pobre", un cuento que ha escrito ella y sobre el que espero que nos hable en algún momento. Yo conté entonces, juro que con la idea de animar al público a no guardarse sus historias, el relato kannada (de la India) sobre la mujer que se sabía una historia y una canción pero nunca las compartía con nadie.

Sin duda porque era tarde y ya comenzaba a hacer frío, nadie se animó a contarnos nada, por lo que Helena cerró la sesión contando su versión (de origen africano) del cuento del hombre que va a buscar a Dios para preguntarle por qué no tiene suerte.
Para terminar esta breve noticia sobre el recital de Ciguñuela os añado aquí, traducido "a vuela ordenador", el relato "Un cuento y una canción", tal y como aparece en el libro póstumo del folklorista indio A. K. Ramanujan de donde yo lo he tomado.
José Manuel
UN CUENTO Y UNA CANCIÓN
A. K. Ramanujan
A Flowering Tree and Other Oral Tales from IndiaBerkeley: University of California Press, 1997, págs. 1-2
Un ama de casa se sabía un cuento. Se sabía también una canción. Pero se los guardaba para sí y nunca le contaba a nadie el cuento o cantaba la canción.
Prisioneros dentro de ella, el cuento y la canción se sentían asfixiados. Querían liberarse, querían escapar. Un día, cuando la mujer dormía con la boca abierta, el cuento escapó, se desprendió de ella, adoptó la forma de un par de zapatos y se quedó fuera de la casa. La canción también escapó, adoptó la forma de algo parecido a un abrigo de hombre y se colgó de un perchero.
El marido de la mujer volvió a casa, vio el abrigo y los zapatos y le preguntó:
- ¿Quién ha venido a vernos?
- Nadie - respondió ella.
- Entonces, ¿de quién son este abrigo y estos zapatos?
- No lo sé - repuso la mujer.
Al hombre no le satisfizo su respuesta. Desconfiaba. Su conversación se volvió desagradable. De ser desagradable pasó a ser una disputa. El marido se enfureció, cogió su manta y se fue a dormir al templo del dios Mono.
La mujer no entendía lo que estaba pasando. Aquella noche se acostó sola. Una y otra vez se hacía la misma pregunta: "¿De quién son ese abrigo y esos zapatos?" Confusa y triste apagó la lámpara y se fue a dormir.
Las llamas de todas las lámparas de la ciudad, una vez las apagaban, solían ir al templo del dios Mono para pasar allí la noche cotilleando. Aquella noche, las lámparas de todas las casas estaban allí representadas... excepto una, que llegó tarde.
Las otras le preguntaron a la recién llegada:
- ¿Por qué has llegado tan tarde esta noche?
- Esta noche, en nuestra casa el matrimonio ha discutido - dijo la llama.
- ¿Por qué han discutido?
- Cuando el marido estaba ausente, un par de zapatos se plantó en el porche de la casa, y un abrigo de hombre se las arregló para colgarse de un perchero. El marido le preguntó a su esposa de donde salían aquellas cosas. La mujer dijo que no lo sabía. Y por eso, se pelearon.
- ¿De donde habían salido el abrigo y los zapatos?
- El ama de nuestra casa se sabe un cuento y una canción. Nunca cuenta el cuento, y nunca le ha cantado a nadie la canción. Dentro de ella el cuento y la canción se asfixiaban, así que han salido de su interior y se han transformado en un abrigo y en un par de zapatos. Se han vengado. La mujer no lo sabe.
El marido, que estaba en el templo tapado bajo su manta, escuchó la explicación de la lámpara. Sus sospechas quedaron despejadas. Volvió a casa; era el alba. Le preguntó a su esposa por el cuento y la canción. Pero ella los había olvidado.
- ¿Qué cuento, qué canción? - preguntó.

EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS

Contar historias y escuchar historias tiene mucho que ver con el punto de vista: la perspectiva del narrador, del que recibe las imágenes y el de los propios personajes de la historia.
Muchas veces he comentado que contar cuentos es para mí la mejor terapia porque me libera de mi misma durante un ratito. Sí, es una cuestión de higiene mental, durante un lapsus de tiempo me olvido de que existo porque estoy sumergida en las historias de otros y cuando vuelvo a mirarme el ombligo resulta que vuelvo enriquecida y relajada.

Acabo de terminar de leer un libro contado desde la óptica de un niño. Es el hijo de un nazi, aunque nunca se dice, toda la historia está contada desde el punto de vista de un explorador de nueve años. El niño viaja junto a su familia a "Auchviz" y contempla con curiosidad el mundo, tan lejano a él, que hay tras una enorme alambrada.

Esto es lo que un día vio Bruno cuando se atrevió a acercarse adonde no le dejaban hacerlo...


EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS
John Boyne
Pag. 105-107
Edit. Salamandra

Cuando llevaba casi una hora andando y empezó a tener hambre, pensó que quizá ya había explorado suficiente por aquel día y que debería volver. Sin embargo, en ese preciso instante apareció a lo lejos un puntito y Bruno entrecerró los ojos para distinguir que era. Recordó un libro que había leído, en el que un hombre se perdía en el desierto y, como llevaba varios libros sin comer ni beber nada, imaginaba que veía fabulosos restaurantes y enormes fuentes, pero cuando intentaba comer o beber en ellos estos desaparecían y sólo encontraba puñados de arena. Se preguntó si sería aquello lo que le estaba pasando a él.

Pero mientras lo pensaba, sus piernas, que no paraban de moverse, lo iban acercando más y más a aquel punto, que entretanto se había convertido en una manchita y empezaba a dar muestras de convertirse en un borrón. Y poco después el borrón se convirtió en una figura. Y entonces, a medida que Bruno se acercaba más, vió que aquella cosa no era ni un punto ni una manchita ni un borrón ni una figura, sino una persona.

Y que aquella persona era un niño.

Bruno había leído suficientes libros de aventuras para saber que uno nunca podía estar seguro de qué iba a encontrar. La mayoría de las veces los exploradores tropezaban con algo interesante que sencillamente estaba allí, sin molestar a nadie, esperando a que lo descubrieran (por ejemplo, América). Otras veces descubrían algo que seguramente era mejor dejar en paz (como un ratón muerto en el fondo de un armario).

El niño pertenecía a la primera categoría. Estaba allí sentado, sin molestar a nadie, esperando a que lo descubrieran.

Bruno aminoró el paso cuando vió al niño que antes era una figura, que antes era un borrón que antes era una manchita que antes era un punto. Aunque los separaba una alambrada, él sabía que debía tener mucho cuidado con los desconocidos y que siempre era mejor abordarlos con cautela. Así que siguió andando; poco después se encontraban uno frente al otro.

- Hola - dijo Bruno.
- Hola - contestó el niño.


Y como siempre lo más importante es dar el primer paso y atreverse a explorar mundos desconocidos. Eso sí, también como siempre, el éxito nunca está garantizado.

Espero que os guste el libro.

Helena

sábado, 30 de junio de 2007

Fines de semana de cuento

Durante los dos últimos fines de semana hemos vivido entre cuentos. Del 15 al 17 de junio estuvimos en el Maratón de los Cuentos de Guadalajara, donde llovió intesamente, pero las palabras no dejaron de fluir. En efecto, a pesar de que hizo un tiempo pésimo, el Maratón se desarrolló un año más con éxito y cumplió su objetivo: 48 horas de narración ininterrumpida, que fue posible por la intervención de 1040 narradores.


José Manuel: Una vez más, disfruté mucho con el ambiente, la inmersión en las palabras, el contacto cotidiano con tantas personas que viven por y para ellas. Estar en Guadalajara esos días fue un auténtico baño de la energía espiritual que yo derivo de los cuentos y quienes los narran. En fin, que volví eufórico y con muchas ganas de seguir en la brecha.

Helena: Yo volví eufórica también, pero al contrario del año pasado, el contacto con el día a día se me hizo algo insoportable. ¿Cómo puede ser que las casas no tengan alas? ¿Cómo puede ser que las palabras salgan de nuestras bocas sin desvelarnos extraordinarios secretos?
Hace poco oímos al cuentero Nicolás Buenaventura y él dijo algo con lo que me identifiqué por completo: que la diferencia entre los cuentos y la vida es que los cuentos son realidad.


De entre los muchos cuentistas que escuchamos recordamos especialmente a Tim. José Manuel ya le conocía y le había entrevistado en alguna ocasión, pero para Helena, y sus amigas, era "la primera vez".

En esta ocasión, Tim no estuvo acompañado por Casilda Regueiro, que es quien habitualmente traduce, si esa es la palabra adecuada, sus recitales al castellano. Quien en esta ocasión recreó sus relatos en nuestra lengua fue Charo Pita, y hay que decir que también ella nos conmovió con un hermoso cántico que expresaba de un modo incomparable la tristeza de la protagonista del relato que más nos impresionó.

Se trata de un hermoso mito inuit (esquimal) que gira en torno al milenario motivo conocido como «la doncella cisne». Habla de un pescador que ve bañarse a unas bellísimas muchachas, y roba el vestido de una de ellas, la más hermosa. La otras recuperan sus ropajes y consiguen escapar. En realidad, son focas que habían adoptado forma humana. Al no poder recuperar sus ropas, la mujer no tiene más remedio que irse con el pescador. No vamos aquí a resumiros toda la historia, pero hay que decir que, si bien la escuchamos dos veces en el intervalo de pocas horas, en ambas ocasiones nos entusiasmó.

En la Maratón de Cuentos José Manuel (así como hacia las 3 de la madrugada) narró un precioso cuento chino de la tradición medieval que habla del extraordinario encuentro de un campesino con un estudiante. El estudiante es capaz de viajar en la jaula de gansos que el campesino lleva a la espalda y de extraer de su propia boca los más exquisitos manjares, los platos más hermosos y la mujer más bella.


José se entregó con entusiasmo y claridad al discurso y consiguió, un año más, el pin de cerámica de "la ciudad de los cuentos". Pequeño obsequio que todos los narradores conservamos con cariño de maratón en maratón. (¡Y él ya tiene cinco!).

Helena se ganó el pin contando "Mundo Baldería" un cuento de José María Merino (de su libro Cuentos de los días raros) que ella ha "oralizado" de un modo muy efectivo. El relato contrapone las trayectorias paralelas, divergentes y, por último, convergentes, de dos primos, uno de los cuales permanece fiel a las lecturas de su infancia (y termina literalmente inmerso en ellas), mientras el otro emprende el camino «sensato» de hacer una carrera «rentable» que le aparta totalmente de aquellos gozos de la niñez. Eso, hasta que, de un modo inesperado, se reencuentra con su primo…




Y el fin de semana de San Juan, como teníamos mono de cuentos, y queríamos hacer algo "mágico". Aceptamos la invitación de Pilar y de Paco de ir a Creixell, un pueblecito precioso de Tarragona, donde además de comer coca, beber cava y «soportar» a los vecinos tirando petardos celebramos un pequeño ritual propiciatorio que, como no, terminó contando cuentos a la luz de las llamas.

domingo, 10 de junio de 2007

En la tierra de Azcaria Prieto

Hacía mucho que no creaba una entrada en el blog y es que la vida me ha tenido bastante entretenida. Pero vuelvo a la carga y no estaré sola, José Manuel ha entrado con fuerza en mi vida y también en mi blog, que ahora será de los dos.

El pasado fin de semana hicimos un viaje a Saldaña, en Palencia, para visitar a la familia de Azcaria Prieto de Castro, una narradora tradicional sobre la que él ha escrito un libro. José Manuel les debía esa visita desde hacía tiempo y yo tuve el privilegio de acompañarle.

El lugar es precioso: el campo estaba lleno de amapolas y flores silvestres. Comimos y bebimos los ricos manjares de la tierra y, sobre todo, compartimos momentos y cuentos con Carmen, Javier, Pablo y Javi, entre otros, a los que desde aquí enviamos un fuerte abrazo.

Y ahora os dejamos con la voz de Azcaria que sigue viva en la fuerza de sus relatos:

La peña encantada
En un rincón de la montaña hay un sitio donde hay una peña grandísima que por dentro está toda güeca. Y la puerta para entrar es de forma de arco. Todos cuentan que en esas cuevas hay cosas encantadas: mujeres, animales y qué sé yo de cosas.

El pueblo más inmediato está muy cerca de las cuevas, y allí cuentan cosas muy miedosas. Cuando los hombres tienen que ir a regar los praos cerca de la peña, nunca se atreven a ir solos, ni de madrugada ni por la noche. Si algún pastor pasa alguna vez por allí para ir al corral donde dejan dormir el ganao, pues cuenta cosas: que se le aparecen calaveras, que ve pasar sombras. En fin, que tenían un miedo que nadie quería pasar por allí.

Un día llegó al pueblo una señora muy elegante. Tenía el porte de princesa y preguntó que si habría alguna nodriza en el pueblo para criar un niño recién nacido. Le dijeron que sí, que había una mujer que quería criar. Entonces la señora dijo que ella misma la llevaría el niño. Se marchó la señora y al poco tiempo volvió con un niño en brazos; se lo entregó a la nodriza y se marchó.

Se pasó más de un año, y nunca volvieron a ver a la señora del niño. No sabían si era su madre o quién era aquella mujer. Después del año, se presentó un día la señora en el pueblecillo y fue a la casa donde criaban al niño. Dijo a la nodriza que iría con ella para pagarle las crianzas. La mujer marchó con ella, y llegaron a las cuevas. Entonces la nodriza cogió un miedo horroroso y se negó a entrar dentro. La señora, pues, tuvo que entrar sola. Al poco tiempo salió la señora con un taleguito y le dijo a la nodriza:

–Ponga usted el mandil y mire usted para otro sitio. No quiero que vea lo que la doy.

La desocupó el talego en el mandil y la dijo:

–No mire ustez para lo que lleva hasta que no entre ustez en el pueblo.

La mujer marchó preocupada. ¿Qué sería lo que la había dao? Y antes de llegar al pueblo abrió el delantal y miró lo que llevaba. Y resulta que eran carbones. Entonces la mujer, desesperada, dice:

–¡Vaya una cosa que ha dao! ¡Carbones!

Y les tiró al suelo; pero entre las tablas del delantal se le habían quedao escondidos tres carbones. Y nada más entrar en el pueblo fue a sacudir el delantal para que caesen, y se encontró que eran tres onzas de oro. Entonces la mujer volvió corriendo donde había tirao el carbón; pero se encontró con que ya lo habían atropao. No encontró ni un carbón en el suelo.Y colorín colorao, que este cuento se ha acabao.

(recogido por Aurelio M. Espinosa hijo en mayo de 1936 y publicado en su obra Cuentos populares de Castilla y León, 2 vols., Madrid, CSIC, 1987-1988, nº 118. Reimpreso, con comentarios, en el libro de José Manuel de Prada Samper El pájaro que canta el bien y el mal: La vida y los cuentos tradicionales de Azcaria Prieto (1883-1970), Madrid: Lengua de Trapo, 2004, págs. 265-266)

jueves, 19 de abril de 2007

SÁNDOR MÁRAI

El próximo 23 de abril es uno de los días más bonitos en Cataluña, Sant Jordi, el día del libro y de la rosa. También en Valladolid, en toda Castilla y León es un día festivo; lo cual no deja de ser curioso puesto que lo que se "celebra" es la derrota de los comuneros frente a las trompas imperiales de Carlos V, pero en fin cosas de la historia... Y puestos a evidenciar contradicciones también lo es que Sant Jordi sea un día laborable, ¿o no?

En cualquier caso es un día en el que se regalan muchos libros. Y eso me lleva a reflexionar sobre el por qué y el cómo leemos. Lo haré a través de un párrafo de un autor que he descubierto recientemente y que me parece fascinante: Sándor Marai, considerado como un clásico de la literatura húngara del S.XX.

"La mujer justa" narra una historia de amor a tres voces y con tres diferentes puntos de vista: el de la mujer, el del marido y el del amante. El libro es una reflexión sobre el amor, lógicamente, pero también sobre las emociones, la burguesía, la guerra, la felicidad... Y en ocasiones encuentras joyas tan preciadas como la que os destaco ahora sobre el sentido de la lectura. Se encuentra en el monólogo del marido, hacia la mitad de la novela y expresa de forma contundente el peligro del aburguesamiento en la lectura y en la vida.

LA MUJER JUSTA
Sándor Marai
Edit. Salamandra
pp.214-215

"Leía mucho. Pero con la lectura pasa lo mismo, ya sabes... sólo obtienes algo de los libros si eres capaz de poner algo tuyo en lo que estás leyendo. Quiero decir que sólo si te aproximas al libro con el ánimo dispuesto a herir y ser herido en el duelo de la lectura, a polemizar, a convencer y ser convencido, y luego, una vez enriquecido con lo que has aprendido, a emplearlo en construir algo en la vida o en el trabajo...
Un día me di cuenta de que en realidad yo no ponía nada en mis lecturas. Leía como el que se encuentra en una ciudad extranjera y por pasar el rato se refugia en un museo cualquiera a contemplar con una educada indiferencia los objetos expuestos. Casi leía por sentido del deber: ha salido un libro nuevo que está en boca de todos, hay que leerlo. O bien: esta obra clásica aún no la he leído, por lo tanto, mi cultura resulta incompleta y siento la necesidad de llenar esa laguna, así que voy a dedicar una hora por la mañana y otra por la noche a leerla. Ésa era mi forma de leer... Hubo un tiempo en que la lectura era para mí una auténtica experiencia, el corazón me brincaba dentro del pecho cuando tomaba entre mis manos la última obra de un autor conocido, el nuev libro era como un encuentro, una compañía peligrosa de la que podían surgir emociones gratificantes, pero también consecuencias dolorosas e inquietantes. Pero para entonces ya leía igual que iba a la fábrica, participaba en eventos sociales o acudía al teatro, igual que vivía en casa con mi mujer, lleno de atenciones y de cortesía, y mientras tanto me torturaba el corazón una sensación cada vez más aplastante, un grito sordo que me advertía que tenía un problema grave, que estaba en peligro o quizá enfermo, o tal vez que estaba siendo víctima de una traición o una conspiración, y sentía que seguiría sin saber nada seguro hasta que despertara un día y comprobara que estaba desmoronándose todo lo que había construido y dispuesto en un orden meticuloso y esmerado, el prestigio y la obra maestra de las buenas maneras y de la convivencia cortés... Vivía con esa sensación."

miércoles, 18 de abril de 2007

MEME LECTOR

Juanma me ha embarcado en el proceso este que el llama "enmarronamiento memero" y que consiste en lo siguiente:

Es fácil: copiar el párrafo segundo de la página 139 del libro que estés leyendo en ese momento. Se presupone, pues, que te gusta leer y que tienes tiempo para ello.

Como me gusta enmarronarme, ahí va mi aportación.

"Cuando vio que la muchacha volvía muy enferma de la charca y se había atado una correa a la cabeza, también él se ató una correa. Y entonces enfermó. Y cuando oyó decir a los otros que el corazón de la muchacha estaba a punto de caer, él se apresuró a enfermar. (En realidad estaba sano, y fingía estar enfermo. ) Y cuando oyó decir a los otros que el corazón de la muchacha estaba a punto de caer, /Kuken/u/unno murió."

La niña que creó las estrellas. Relatos orales de los bosquimanos /xam
Selección, traducción y prólogo: José Manuel de Prada Samper.
Edit. Rescatados Lengua de Trapo. Octubre 2004

Genial, ¿no? Es toda una historia concentrada en un parrafo. ¡Y no he hecho trampa! Es del libro que escribió un amigo, quién además tuvo el detallazo de regalármelo . Gracias, José.

Y yo enmarrono a Pau (como soy torpe no sé hacer el enlace) pero está en mis blogs de amigos como el Sr. Cebolleta. Pau por si solo será capaz de citar 7 u 8 libros. Seguro.