jueves, 23 de abril de 2009

SACRIFICIOS

Estos días han tenido lugar unas jornadas de literaturas orales africanas llamadas "Àfrica són veus" organizadas por el Instituto Catalunya Africa en el CCCB. Igual Jose más adelante os comenta cosas porque él ha participado de forma bastante activa. Pero yo no quería dejar de exponer una reflexión que me da vueltas en la cabeza.

Safiatou Amadou de Níger nos contó el mito de fundación de los griots (narradores de cuentos y rapsodas) de su étnia, los djerma-songay.
Hace mucho tiempo dos hermanos emprendieron un largo viaje. Uno de ellos empezó a sentirse enfermo y no podía ni caminar. Tenían mucho hambre, pero nada para comer. El hermano "sano" decidió irse lejos y cortarse un trozo de su muslo para asar la carne y dar de comer al hermano más débil. Cuando éste hubo probado la carne se sintió inmediatamente mejor y más fuerte. Entonces se dió cuenta de que su hermano estaba sangrando y comprendió el enorme sacrificio que había hecho. Desde entonces, dijo, cantaré lo que has hecho por mí y alabaré a toda tu descendencia. Y de este modo surgieron los griots.

Más tarde Tomás Sima Eyí y Mariano Ekomo de Guinea Ecuatorial ofrecieron un espléndido recital de Nvet, epopeya fang, y nos contaron lo siguiente: un hombre escuchaba lo que hacía el rapsoda y quiso hacer lo mismo que él. El rapsoda le dijo entonces que tendría que matar a su madre, porque era su madre, desde el más allá, quién le narraba las historias.

Desde luego son dos narraciones potentes y me hacen pensar en la fuerza del sacrificio que conlleva el arte y el oficio del narrador. Hay que saber reconocer el dolor y la pérdida y tener vocación de servicio para ser un buen griot, un rapsoda o un buen contador de historias. Aún así, yo quiero.

viernes, 27 de marzo de 2009

LOS HAKAVATI

Hace unas semanas terminé de leer un libro que me encantó y que no puedo dejar de comentar aquí: Narradores de la noche de Rafik Schami.
Cuenta la historia de Salim, un cochero de damasco que ha perdido su voz por un encantamiento, para que pueda recuperarla sus amigos le tienen que contar siete historias. Siete cuentos maravillosos. En siete noches.
Junis es uno de esos amigos, durante muchos años regentó un famoso café en Damasco y cada tarde contrataba a narradores para atraer y entretener a sus clientes.

Junis nos habla del oficio de narrador, de los hakavati. ¿Cómo no sentirse identificada?
Seguro que hoy por hoy no es tan fácil encontrar hakavatis en los cafés de Damasco como lo era antaño, pero igual queda alguno, quiero pensar que sí, igual que quiero pensar que algún día iré a buscarlos.
Se discute mucho entre los narradores si contar o no en cafés. Normalmente las bibliotecas, por ejemplo, pagan más y las condiciones de ruido y de ambiente son más cómodas, pero... ¡pero a mí me encanta contar en los bares y en los cafés! Encuentro que son sitios ideales. No voy a decir que nacidos para eso, pero casi.

Lo dificil es encontrar tu bar, o bien el dueño d
el bar que te escuche que crea en la propuesta que le haces y que se implique contigo en crear un momento mágico a un precio razonable, por desgracia todo en nuestro mundo tiene que tener un precio, como el de narrador es un oficio también lo tiene.

A veces me pregunto con la de bares que hay en este país, cómo es posible que se puedan escuchar cuentos solo
en un número tan reducido de ellos... ¡Cuando puedes ver la tele en el 99%!

En mis sueños, me veo regentando un local solo para cuentos, llamado Café de los hakavati donde todo el mundo que venga lo haga para contar y/o a escuchar historias, desde las 8 de la mañana hasta las tantas de la madrugada... Eso sólo para compensar todo lo que no se hace en los demás.

No me resisto a copiar aquí algunos parrafitos del libro para que os hagáis una idea del ambiente de uno de esos cafés a los que yo me haría adicta al té y a las historias...

NARRADORES DE LA NOCHE
Rafik Schami
Siruela, 1990
Traducción de Antón Dieterich

"Junis sólo servía comidas hasta primeras horas de la tarde. Luego empezaba el turno de los narguiles y del té, y cuando se ponía el sol, se reservaba la noche para los narradores. Noche tras noche el hakavati se sentaba en su asiento elevado y entretenía a los clientes con emocionantes historias de amor y de aventuras. Los hakavatis tenían que enfrentarse a menudo al ruido, pues los oyentes hablaban y comentaban las historias con exclamaciones, discutían y a veces exigían incluso que el hakavati repitiese un pasaje que les gustaba. Pero cuanto más emocionante se volvía una historia, más bajaba el hakavati el tono de su voz. Los oyentes se exhortaban mutuamente a guardar silencio para poder seguir la historia. Cuando su relato alcanzaba el punto más emocionante, como, por ejemplo, cuando el héroe intentaba trepar a la habitación de la amada y colgaba del balcón sujeto de las puntas de los dedos, entonces pasaba por allí un guardián o el padre.
Aquí interrumpía el hakavati su historia y prometía contar la continuación al día siguiente. Eso lo hacían los hakavatis para que los clientes acudiesen al local de Junis y no a los de la numerosa competencia. Los oyentes estaban a veces tan excitados que se apiñaban alrededor del hakavati y le ofrecían un narguile o té y le pedían en voz baja que les revelase la continuación de la historia. Pero ningún hakavati se atrevía a anticipar el desenlace de la historia, pues Junis se lo había prohibido terminantemente a todos los narradores.

-Vuelve mañana y oirás la continuación -era siempre la respuesta.

Se cuentan muchas anécdotas en Damasco, o sólo sobre las disputas de los oyentes que a menudo formaban partidos. Unos simpatizaban con la familia de la novia, otros daban la razón a la familia del novio. Las anécdotas hablan también de oyentes que no podían dormir de curiosidad y emoción. Entonces iban a medianoche a la casa del hakavati y le ofrecían dinero para que dejase llegar al héroe hasta la amada. O para que el héroe pudiese escapar de la cárcel. Se decía que sólo algunos hakavatis aceptaban tales ofertas no sin instar a los oyentes a que acudiesen al día siguiente al café; pues Junis no debía enterarse del trato." (pags. 98-99)

Y la gran pregunta: ¿Por qué narras?
"Pero yo os quería decir que el oficio de narrador es muy cansado. Yo lo he visto noche tras noche en mis hakavatis. Bajaban del estrado y estaban agotados como hojalateros. Ganaban poco. Cuando les entregaba el dinero les preguntaba a veces: '¿Por qué te pasas la noche contando historias por tan poco dinero?'. Algunos decían: 'No hemos aprendido a hacer otra cosa. Nuestros abuelos y nuestros padres eran hakavatis'. Pero un día uno de los mejores narradores de café que he tenido nunca me dijo: 'Por el premio que me dan los oyentes: el placer de convertir a leones adultos en niños fascinados. Ningún oro del
mundo iguala la dicha de vivir ese milagro en los ojos de los oyentes'. (pág. 107)

miércoles, 25 de febrero de 2009

COLGADOS DE LA LIANA

El pasado viernes 20 de febrero, en el Centro Cultural Valentina de Barcelona, nuestra la liana empezó a caminar. Fue una muy grata experiencia y los dos estamos muy satisfechos. Nuestros oyentes fueron pocos, pero selectos.



De la liana, que podeis ver en estas fotos, colgaban diez objetos, que contenían un total de doce historias (es decir, había algún objeto que tenía más de una historia), y contamos siete de ellas, tres yo y Helena otras cuatro.


Yo conté "Las ventanas del zorro", un mito de los indios del pueblo de Ácoma, el episodio inicial de "La que fue entragada", un largo relato, también mitológico, de los Haida de la Columbia Británica, recogido hace más de 100 años de boca del narrador ciego John Skay, y "El origen de la risa y el llanto", un mito de los gadaba, un pueblo tribal de la India.


Helena contó "La hermana de huesos", un cuento matabele de Zimbabwe, "La araña negra", una leyenda suiza, "Carpas como las soñadas", un relato del escritor japonés Ueda Akinari (1734-1809) y el episodio inicial de "Latkakawas", un ciclo mitológico de los indios modoc de California y Oregón, recogido en 1884 por Jeremiah Curtin de labios de la narradora Martha Lawver (c. 1819-1913).


Un riesgo que entraña este tipo de propuesta, cuando hay dos narradores, es que uno de ellos tengan que contar varias veces seguidas, o incluso que domine toda la sesión.


Pero el azar quiso en este caso que nos alteránarmos durante todo el tiempo.



Tuvimos la impresión de que el público se lo pasó bien durante la hora y pico en que estuvimos contando y, desde luego, os puedo asegurar que nosotros lo pasamos en grande.

martes, 17 de febrero de 2009

LA LIANA DE LOS CUENTOS

Fue en el libro de Anne Pellowski The World of Storytelling: A Practical Guide to the Origins, Development, and Applications of Storytelling (Nueva York: H. W. Wilson Company, 1990, págs. 127-129) donde, entre otros muchos datos y referencias fascinantes, encontré información sobre la liana de los cuentos, una forma que tienen los narradores de algunas culturas del África occidental y central de ofrecer a los potenciales oyentes una relación de los cuentos que constituyen su repertorio.


Pellowski habla de la liana en el capítulo dedicado a las formas de abrir una sesión de cuentos y, además de citar el pasaje de M. H. Kingsley que se traduce un poco más adelante, incluye la fotografía de una de estas lianas que se exhibe en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, recogida en los años de 1950 entre los lega del Congo.

Aunque voy con frecuencia a Nueva York y soy asiduo del museo de historia natural, nunca me había fijado en la vitrina que contiene la liana. En febrero de 2006 fui a verla armado de mi cámara digital, y le hice varias fotografías, una de las cuales os muestro aquí. En el verano de 2007, Helena y yo fuimos juntos a ver la liana, y casi nos da un soponcio cuando después de dar mi vueltas no pudimos encontrarla. Finalmente dimos con ella, pero no fue fácil. Por el motivo que sea, la luz de la vitrina estaba apagada, de modo que su precioso contenido no era visible. Por ese motivo, no pudimos hacernos foto junta ella, como era nuestra intención.

Antes de continuar, reproduzco en su integridad, traducido por mí, el pasaje antes mencionado de Mary H. Kingsley (1862-1900), en el que la viajera británica, a partir de un comentario sobre los ritos funerarios, narra su encuentro con los narradores profesionales del África occidental y sus lianas.



«Desde la perspectiva de los ritos funerarios, no hemos considerado todavía dos segmentos muy interesantes de la comunidad, esto es, el compuesto por quienes tienen forma humana y no son, estrictamente hablando, seres humanos, y el compuesto por quienes, aun siendo humanos, han cometido adulterio con los espíritus: las mujeres que dan a luz a gemelos o mueren durante el parto. […]

»En el África Occidental, la única categoría que he encontrado que sea como estos seres humanos-espíritu es la que incluye a esa extraña clase, los juglares. Quisiera saber más sobre estas personas. De no ser porque el señor F. Swanzy posee pruebas materiales de su existencia, en forma de la más espléndida red de historias, dudaría en mencionarlos. Sin embargo, algunos de mis amigos franceses me dicen que los han visto en Senegal, y me aventuro a decir que esa región debe de ser su sede principal. He visto a uno en Accra, a otro en Sierra Leone, a dos a bordo de sendos vapores, a otro más en la población de Buana, en Camerún.


»En pocas palabras, se trata de juglares que frecuentan las poblaciones donde hay mercado, y, por unos honorarios, cantan historias. Cada juglar tiene una red de historias, una red resistente, del tipo de las de pesca. A esta red se atan todo tipo de cosas: vértebras de pitón, pipas, trozos de porcelana, plumas, pedacitos de cuero, cabezas de pájaro, cabezas de reptil, huesos, etcétera, etcétera, y de cada uno de estos objetos pende un cuento.

»Miras la red de tu juglar, eliges un objeto y preguntas cuánto vale ese cantar. Él te da un precio exorbitante; tú regateas; es inútil: se niega a mostrarse razonable en lo referente a, pongamos, el hueso de pitón, de modo que pones precio a la pipa; más regateo. Por último, llegas a un acuerdo a propósito de algún objeto y de su precio, y te sientas sobre tus talones y escuchas embelesado el cantar o, más bien, la salmodia. Normalmente pides otra. De hecho, es como si te dieras al despilfarro para adquirir novelas. No te digo que sea una lectura tranquila, porque gente sin escrúpulos llega tan campante y, sin pagar su suscripción, se sienta a escuchar cuando tu juglar está actuando. De ahí que se desate una trifulca, a menos que seas como yo, y no te importe que los demás se diviertan un poco.

»Podría señalar que estas redes de cantares no tienen un tamaño reglamentariamente establecido. En la Costa Oeste no he visto nunca nada igual a la espléndida colección de cuentos que el señor Swanzy ha atado a su red. ¡Ay de mí!, sin el juglar que las traslade, no es sino un ciclo de cantares muertos que debió de pertenecer a un Shakespeare africano. La red de cantares más impresionante que yo vi era la de Buana. A su dueño lo llamé Homero de buenas a primeras, porque sus obras eran dos, e impresionantes. Atadas a su pequeña red podían verse una mano humana y una quijada, también humana. Eran sus únicos cantares. Sin reparar en el precio, escuché las dos. No las entendí, porque no hablo su lengua; pero eran algo fascinante, y la de la mano humana tenía un pasaje que hacía que el cantor gateara sobre rodillas y manos, dando vueltas y más vueltas, mirando a uno y otro lado, profiriendo la peculiar tos del leopardo al acecho, y dejando en el suelo, con su puño doblado, la marca de este felino. ¡Ah! ¡Menudo cantar! Habría entusiasmado a una piedra. Un público civilizado hubiese cubierto al cantor de ramos de flores. Yo…, bueno, el cacique que me acompañaba tuvo que intervenir y aconsejarme moderación al dispensar montoncitos de tabaco.

»Pero lo que quería decir sobre estos cantores era sólo esto. No son enterrados como a otras personas; cuando mueren los introducen en árboles, quizá porque son "la misma cosa" que esos cantores, los pájaros. Ignoro si es así, pero sólo me queda esperar que Homero siga entre nosotros, y que un oyente con más inteligencia que yo lo encontrará.»

(Mary H. Kingsley, West African Studies, Londres: Macmillan, 1899 [edición facsímil, Londres: Frank Cass & Co, 1964], págs. 125-127; la fotografía de M. H: Kingsley la he tomado de la web es.encarta.msn.com/)
Los narradores con los que se encontró Kingsley colgaban su mercancía narrativa de una red, no de una liana propiamente dicha, pero la idea es, esencialmente, la misma.
Desde que supe de ella en el libro de Pellowski, la imagen de la liana de los cuentos no ha dejado de rondar mi imaginación. Ya antes del viaje en que vimos la liana del Museo Americano de Historia Natural, Helena y yo habíamos hablado de la posibilidad de ofrecer una sesión de cuentos usando el mismo sistema que los narradores africanos, es decir, colgando una serie de objetos en una cuerda y dejando que el público elija aquellos que más le llamen la atención.

Después de un par de años dándole vueltas al asunto, finalmente lo vamos a hacer. La primera sesión de nuestra particular liana de cuentos tendrá lugar este viernes 20 de noviembre, en el Centro Cultural Valentina, Plaça Regomir, 2, Barcelona (metro Jaume I) a las 9 de la noche.


Para animaros a acudir os diré que, a diferencia de la señora Kingsley, vosotros no tendréis que regatear por los cuentos: el precio de 6 euros incluye no sólo la consumición, sino también todos los cuentos que querais elegir de nuestra liana, y que puedan contarse en una hora. ¡Allí os esperamos!

jueves, 12 de febrero de 2009

EL NARRADOR, MANIPULADOR DE EMOCIONES

En el V Encuentro de Narración Oral al que aludía Helena en la entrada anterior, Ana Cristina Herreros hizo una entusiasta invitación a la lectura de El cuento de nunca acabar de Carmen Martín Gaite. Una intervención mía durante el diálogo que propició la charla de Ana Herreros produjo cierto sobresalto, pues comenté, como si tal cosa, que el narrador es un manipulador de emociones.











El que mis palabras fueran malinterpretadas y causaran cierto revuelo ha de atribuirse, sin duda, a la muy mala prensa de la palabra "manipulación", que fue interpretada en su peor sentido, y eso que el sentido primario del término es neutro, y doña María Moliner define el verbo manipular como "realizar operaciones con las manos o con una cosa".

Pero, en fin si se quiere, para evitar polémicas improductivas la misma idea puede expresarse diciendo que el narrador es alguien que moldea las emociones de su público.


En resumidas cuentas, y por abreviar (que estoy haciendo novillos del trabajo en mi tesis doctoral), reproduzco aquí varios pasajes de un artículo del folklorista Harold Scheub, al que cité en mi intervención, ya que al comentar el vínculo entre relato y emoción me estaba limitando a resumir uno de sus planteamientos básicos.

Antes de pasar a las citas, quería decir que Harold Scheub, catedrático de Humanidades en la Universidad de Wisconsin, es para mí el mayor folklorista vivo, tanto por sus estudios teóricos como por el impresionante y solidísimo trabajo de campo que lo sustenta. En algún momento espero poder dedicarle una entrada. Baste decir ahora que su forma detallada de documentar las sesiones de narración es un ejemplo a imitar.

Scheub es quizá uno de los primeros investigadores que se dieron cuenta de que no basta con "encuestar" al narrador para recoger sus "textos", sino que, si eso es posible, hay que asistir a verdaderos recitales de relatos y fijarse en todo lo que sucede en ellos, en especial la compleja relación que se establece entre un narrador carismático y su público.
Scheub realizó la mayor parte de sus investigaciones en Suráfrica en los años de 1960 y 1970, es decir, en pleno apartheid. Sus expediciones de trabajo de campo (durante las cuales recogió, según su propio testimonio, 9.000 piezas de literatura oral), se centraron sobre todo en las comunidades xhosa y zulú.
Entre sus informantes de la primera de estas etnias destaca la narradora Nongenile Masithathu Zenani, del Transkei, quizá una de las artistas verbales más extraordinarias de las que tenemos noticia. Zenani era experta en la narración de ntsomi, un género muy similar a los cuentos maravillosos de la Europa occidental.

En la web South African Voices (http://digital.library.wisc.edu/1711.dl/SouAfrVc), que forma parte de la University of Wisconsin Digital C0llections, Scheub ha puesto a disposición de todo el mundo la transcripción de sus grabaciones de los recitales de la señora Zenani, y también las grabaciones mismas. Yo no hablo xhosa, pero he podido leer muchos de los relatos y testimonios de esta narradora en su libro (porque figura ella como autora) The World and the World: Tales and Observations from the Xhosa Oral Tradition (Madison: Wisconsin University Press, 1992), que recoge buena parte de su repertorio.

Las fotos de Zenani que ilustran esta entrada proceden de la antes citada web South African Voices. La de Scheub, en pleno acto de narrar un cuento africano es de la web del Departamento de Lenguas y Literatura Africanas de la Universidad de Wisconsin (http://african.lss.wisc.edu/).

Y ahora, los prometidos extractos. Proceden del artículo de Scheub «Performance of Oral Narrative», publicado 1977 en la recopilación Frontiers of Folklore, edición a cargo de W. R. Bascom, Boulder, Colorado: Westview Press, págs. 54-78.


«La unidad generadora esencial del recital (performance) de relatos orales es la imagen[.] [Las imágenes son acciones, o grupos de acciones, que se sienten, evocadas en la imaginación de los oyentes por medio de elementos verbales y no verbales que el artista maneja, y que exigen una experiencia común por parte del artista y el público.] [L]a función de la imagen es evocar una respuesta emocional de los oyentes [...] En estos recitales imaginativos el mensaje es la experiencia emocional de las formas y de las relaciones entre formas. Las homilías superficiales, los comentarios etiológicos y los datos de tipo cultural se cuentan entre los materiales de la composición de un relato oral; son los medios para el mensaje, no el fin. Puesto que el mensaje del relato oral es emocional, no es fácil parafrasearlo en palabras. […]

»[D]anzar es descubrir", sostiene Senghor, y Susan Sontag: "interpretar es empobrecer, vaciar el mundo…". Un narrador zulú me dijo: "para hablar del significado de este relato debo contártelo otra vez".» (págs. 54)
«Así, los tipos de emociones evocadas no son idénticos: algunas derivan del conocimiento íntimo por parte del público del relato que se está recitando; otras fluyen desde la especifidad del recital, que siempre es singular; las emociones están imbricadas en las expectativas y la previsibilidad […] El público, atrapado por completo en el recital, se implica totalmente en el movimiento del relato hacia la unidad final […]

»La implicación emocional es tal que el público no emite juicios sobre las imágenes concretas, sino que deja que el recitador genere dichas imágenes para sus propios fines. Las conclusiones sobre las imágenes concretas no pueden alcanzarse hasta que el recital haya terminado; hasta ese momento, las imágenes, la disposición en pautas y la experiencia de los oyentes, están en proceso de devenir.» (págs. 56, 57)

miércoles, 11 de febrero de 2009

EL CUENTO DE NUNCA ACABAR

El fin de semana pasado estuvimos en el V encuentro de narración oral. Esta vez ha sido en El Escorial. Hacía un frío que pelaba. Nada más llegar la nieve cubría los tejados, las aceras, los árboles y los pies resbalan sobre el hielo, pero ¡estaba todo tan bonito!


Nos juntamos unos 150 narradores orales de toda España y se realizaron talleres, debates, mesas redondas. Es un momento para verte y para aprender cosas unos de otros. En mi caso, la verdad, es que aprendo más que aporto.

Me han gustado especialmente dos personas que, en principio, son ajenas al mundo de la narración oral: un ilustrador,
Pablo Amargo, y un rapero, Chojin, que participaron en una mesa redonda en torno al "Arte hoy".

Por un lado, Pablo Amargo me aportó unas reflexiones muy interesantes sobre la imagen y la palabra. La imagen puede servir de soporte explicativo a la palabra o puede hablar sola, por sí misma, y decir muchas cosas, incluso contradecir o cuestionar lo escrito.
Como narradora oral trabajo también con las imágenes, las evoco y las veo en la pantalla que son los ojos del que escucha cuando estoy contando. ¿Será posible poner una imagen plástica en esos ojos y en esos oídos que vaya más allá de la mera palabra? Ese es el reto.

Y Chojin me dejó con una de las mejores definiciones de cuentero, cuentista, cuentacuentos, narrador oral o como queramos llamarnos, lo hizo refiriéndose a lo que significa rapear, pero me sirve perfectamente para expresar lo que intentamos hacer:

"Decir lo que te da la gana, como te da la gana, intentando que los otros estén pendientes de lo que estás diciendo".

Nuestro tren salía pronto por la tarde, así que nos marchamos sin saber dónde será el próximo encuentro, pero seguro, seguro, que nos acabaremos enterando...

domingo, 11 de enero de 2009

EL SEÑOR PIP

El Señor Pip de Lloyd Jones es un libro que podemos calificar como metaliterario: habla de literatura y plantea interrogantes sobre la lectura y la narración. Pip es el nombre de un protagonista de la novela Grandes esperanzas de Charles Dickens, pero es también el nombre adoptado por el Sr. Watts, alias Ojos Saltones, que ejerce de profesor en la lejana isla de Bougainville, en Papúa Nueva Guinea.


El Sr. Dickens, foto extraída de la Wikipedia.

La novela me interesa desde el momento en que plantea la ficción como vía de escape a una realidad asfixiante: una guerra y un embargo.

¿Hasta qué punto es posible sentirte identificado con una realidad muy alejada de la tuya? La respuesta es que no hay límites, porque las fronteras del imaginario no existen. Así, puede resultarnos más cercano un personaje literario ambientado en la Inglaterra victoriana que nuestra propia madre.

Lo único "malo", como dice la protagonista de la novela, Matilda, es que el dialogo con Grandes Esperanzas -como con cualquier lectura- es "en una sola dirección". A pesar de eso, el diálogo puede ser muy intenso, vivimos la vida de otra persona a través de una ficción y descubrimos el mundo:

"En Grandes esperanzas descubrimos cómo podía cambiar la vida sin previo aviso. Pip lleva cuatro años de aprendiz de Joe Gargery. Así pues, ahora ya es mayor que yo. Pero no importaba: en otros aspectos seguía siendo un verdadero amigo, un compañero por el que me precupaba y en quien pensaba mucho." (Lloyd Jones, El Señor Pip, Lloyd Jones, traducción de Isabel Ferrer, Salamandra 2008, pág. 59)

"(...) Así que él (Pip) estaba a punto de cambiar y convertirse en algo distinto.Tras esta revelación, me quedé preocupada hasta el final del capítulo: necesitaba saber cómo iba a ser Pip después del cambio para tener la certeza de que seguiríamos siendo amigos. No quería que cambiara." (Lloyd Jones, El Señor Pip, p. 60)

Leer, aunque sea siempre el mismo libro nos permite ensanchar los horizontes: ver otra realidad, otro mundo, a veces incluso más coherente que el real:

"Siempre era un alivio volver a Grandes esperanzas. Contenía un mundo que era íntegro y, a diferencia del nuestro tenía sentido." (Lloyd Jones, El Señor Pip, pág. 74)

Pero, ¿leemos lo que el autor quiere comunicarnos exactamente? A veces, leemos una traducción, o una versión resumida o adaptada. En otras ocasiones, la misma historia leída en un momento de nuestra vida significa una cosa, y más adelante, otra.
Al final de la novela de Lloyd Jones, el Sr. Watts, el profesor que les inicia en la lectura de Grandes esperanzas, adopta el nombre del personaje, Pip, y narra en primera persona historias de la novela de Dickens, mezcladas con su propias experiencias vitales. Todo se mezcla. ¿He vivido esto? ¿Lo he soñado? ¿Lo he leído?

Para todos los que disfrutamos con la lectura, el tiempo se suspende cuando tienes una buena historia entre manos, te puedes hacer amigo de un ser literario y esperarle y anhelarle cuando no "está" contigo, cuando no le estás leyendo.

En situaciones extremas, cuando todo lo demás ha fallado -situación que se describe en la novela: una guerra y sus consiguientes atrocidades- siempre nos queda la ficción: lo único real. ¡Menos mal!