jueves, 1 de septiembre de 2016

Elias Lönnrot y los cantores de runas

Hace pocas semanas me invadió una honda nostalgia del breve periodo que Helena y yo pasamos en Finlandia entre finales de julio y principios de agosto de 2014 para participar en un simposio sobre narración en Karja, al sur del país. Terminado el simposio, aprovechamos la oportunidad para hacer un poco de turismo en Helsinki. 

A decir verdad, mi nostalgia se concentraba no en los edificios, museos y monumentos que visitamos, sino en esos dos o tres días que dedicamos a patear esa hermosa ciudad. Fue aquel un deambular desenfrenado en el que cada calle era un pequeño mundo a descubrir, cada plaza una invitación a hacer una pausa y sentarnos sobre la hierba.

Nos alojábamos en el Omena, un curioso establecimiento perteneciente a la cadena de ese nombre, que ofrece el último grito en hoteles impersonales. Carece de recepción y sus habitaciones, por lo demás muy aceptables, guardan cierto parecido con camarotes de barco. Con todo, consideramos de buen augurio que el hotel estuviera en la Lönnrotinkatu, es decir, en la calle dedicada a Elias Lönnrot (1802-1884), el folklorista-poeta que dio a su país esa obra fascinante, parte folklore auténtico, parte pura creación literaria, que es el Kalevala. Esta epopeya causó sensación cuando se publicó en 1835, en un momento en que, por distintos avatares de la historia, la lengua de la mayoría de la población era el finés, pero los funcionarios que administraban el país hablaban sueco y sus dueños absolutos, ruso.

En estas circunstancias, y en pleno auge de los nacionalismos europeos, la intelligentsia finlandesa estaba hondamente desconcertada y no sabía por qué cultura y qué lengua decantarse la hora de afirmar su nacionalidad. El Kalevala de Lönnrot, en el que elementos chamánicos propios de los pueblos del Ártico se combinan felizmente con un paganismo más próximo a las sensibilidades germánicas, les hizo finalmente decantarse por la cultura y la lengua finesas. Lo más curioso, sin embargo, era que hasta la llegada de Lönnrot esta epopeya (que en su versión definitiva de 1849 tiene 22.795 versos) no existía como tal, sino sólo en cantos narrativos aislados (llamados runas) que formaban parte de la tradición oral del campesinado de las regiones más remotas del país. 

A la mañana siguiente de establecernos en el hotel descubrimos a que, a pocos pasos, frente a una antigua iglesia, estaba la placita en la que un monumento de 1902 conmemora al Kalevala y su creador. La escultura, obra de Emil Wikström (1864-1943), muestra a Lönnrot sentado, anotando en su cuaderno un canto que le recita un anciano de larga barba que está arrodillado en el suelo. Ambas figuras tienen un tamaño mayor al natural.




Wikström no era Bernini, pero el monumento impresiona, entre otros motivos por su temática fuera de lo común. Mientras lo contemplaba me pregunté cuántos países podían jactarse de tener en su capital una escultura que muestre una escena semejante. Lönnrot está elegantemente vestido, y sólo las botas que calza indican que no está haciendo trabajo de campo en un arrabal de Helsinki sino en algún pueblo de la región de Carelia, en el interior. El anciano cantor, como he dicho, está arrodillado junto a él, y parece completamente transportado por su canto. De hecho, Lönnrot mismo también parece ensimismado, como cogido por sorpresa en una pausa de su trabajo de anotación, la mirada perdida en la lejanía, quizá pensando ya en la grandeza que su trabajo le iba a reportar a su patria. Puede incluso que el escultor le haya pillado en el momento de inspiración en que a Lönnrot se le ocurrió la genial idea de, como hacían algunos de sus informantes, enlazar unos cantares con otros para así crear no una antología o un corpus de runas, sino una especie de Mahabharata del norte.

Ese mismo día Helena y yo peregrinamos a la sede de la Suomalaisen Kirjallisuuden Seura o SKS, la Sociedad de la Literatura Finesa, que alberga los cuadernos de campo y otros manuscritos a partir de los cuales Lönnrot compuso el Kalevala. La SKS también alberga el archivo de cuentos tradicionales más antiguo de Europa, en el que trabajaron folkloristas como Kaarle Krohn (1863-1933), uno de los fundadores de la moderna metodología del folklore y Antti Aarne (1867-1925), el autor del primer catálogo tipológico de los cuentos europeos. Por mucho que algunos renieguen, los folkloristas nunca podremos agradecerles lo suficiente a los fineses el haber establecido el folklore como una de las ciencias sociales.


En los vestíbulos de la SKS nos encontramos un relieve en bronce con una variación del tema de Lönnrot anotando el canto de un campesino de Carelia, obra del propio Wikström. En esta versión, el folklorista está de pie, cuaderno en ristre y botas calzadas, en el acto de escribir mientras el cantor, un hombre musculoso con el torso desnudo, está sentado y le mira directamente. En esta variante, aunque la otredad del informante queda menos patente que en la escultura de la Lönnrotinkatu, sigue quedando claro que cantor y escriba pertenecen a mundos sociales y culturales muy diferentes. Sin embargo, ¡qué servicio impagable prestaron a Finlandia aquellos rudos campesinos! No sé de ningún otro país que deba su existencia, como quien dice, a un “acto de folklore” llevado a cabo por un miembro de su burguesía. Es, por así decirlo, como si la conciencia nacional alemana hubiera surgido de la publicación en 1812 del primer tomo de los cuentos populares de los hermanos Grimm.



Rematamos el peregrinaje la Sociedad de la Literatura Finesa visitando la cercana librería donde se venden sus publicaciones. Allí compré algún que otro libro, ciertamente no tantos como me hubiera gustado, pero es que si en todas partes los libros son caros, en Finlandia todavía más, porque allí hay pocas cosas baratas. Uno de los libros que adquirí fue A Trail for Singers (“Una senda para los cantores”, 1995), de Matti Kuusi, que contiene, en versión inglesa de Keith Bosley, un amplia selección de las runas que sirvieron a Lönnrot para componer su obra. Huelga decir que, si bien en su día disfruté mucho leyendo el Kalevala (en la primera edición de la versión castellana de Joaquín Fernández y Úrusla Ojajen), los cantos originales que contiene este libro me interesan muchísimo más.



Estos días de canícula, cuando evocaba nuestros paseos de un extremo a otro de la zona histórica de la capital de Finlandia en medio de una ola de calor similar, intentaba acordarme de los dos versos del proemio del Kalevala con las que, animados por Yvonne Karsten, la enérgica organizadora, recitábamos cogidos de la mano los que impartíamos talleres en el simposio al terminar nuestras reuniones matinales:

Lyökämme käsi kätehen, sormet sormien lomahan,
lauloaksemme hyviä, parahia pannaksemme…

Que en la magistral traducción en eneasílabos de Joaquín Fernández y Ursula Ojanen (Madrid: Editora Nacional 1984), equivalen a:

Démonos la mano,
entrelacemos nuestros dedos,
bellas canciones cantaremos… (pág. 52, vv. 21-23)

Para facilitarnos las cosas a los que no hablamos finés, Yvonne suprimió las palabras sormet sormien lomahan, “entrelacemos nuestros dedos”, y nos dijo que el sentido de los versos que recitábamos es “unamos nuestras manos para cantar bellas canciones”, lo que animaba a imaginarse a un grupo de gente cantando en corro. Poco después, hablando durante el simposio con Yvonne y con otros entendidos en la poesía popular me enteré de lo equivocado que estaba. Estos versos aluden a la costumbre de los cantores carelianos de entrelazar sus dedos y cantar a dúo mientras se mecía rítmicamente.

Hay fotografías históricas que muestran a dos cantores así unidos. Su valor documental es grande, pero para ilustrar esta entrada me he decantado por un cuadro del gran pintor finlandés Akseli Gallen-Kallela (1865-1931), que no pudimos ver durante nuestra visita a Helsinki (creo que está en una colección privada) pero que encontré el otro día buscando por la red. Este cuadro es, además, una tercera variante del tema artístico del que os he venido hablando: Lönnrot en el acto de anotar el recital de un cantor de runas. Sólo que aquí muestra no a uno, sino a dos cantores, que, a horcajadas sobre un tronco caído y con los dedos entrelazados se mecen al ritmo de su canción. Uno de ellos, como en las esculturas, tiene larga barba, y podría muy bien ser Arhippa Perttunen (1769-1841), uno de los mejores informantes de Lönnrot y precisamente aquel de quien tomó la idea de combinar cantos de temática similar para hacer una obra más larga. A diferencia de las otras versiones, informante y folklorista no están aquí aislados. Una cuarta persona asa tres pescados en una hoguera de la que se levanta una espiral de humo, mientras otras cinco figuras, cuyas cabezas se ven a espaldas del folklorista, escuchan atentamente el recital de sus paisanos. El cuadro es un prodigio de luces y sombras, que plasma a la perfección el mágico momento del “acto de folklore” de los campesinos que el burgués Lönnrot, descalzo y a la misma altura que sus informantes, se afana por documentar.




Para terminar esta entrada, traduzco, de la versión ingles hecha por el kalevalista estadounidense Francis P. Magoun Jr., la descripción que en su día escribió Elias Lönnrot de su encuentro con Arhippa Perttunen. Está en el artículo “Arhippa Perttunen, Elias Lönnrot and Gallen-Kallela”, en el que Magoun Jr. comenta otro cuadro que el pintor hizo de este mismo tema. El artículo se publicó en 1972 en el volumen 73 de la revista Neuphilologische Mitteilungen, donde ocupa las páginas 209-213. La fuente original es el tomo primero la obra Elias Lönnrotin Matkat (“Viajes de Elias Lönnrot para recoger canciones”), publicado en Helsinki en 1902, páginas 221-226. La reproducción del cuadro de Gallen-Kallela “Lonnrot y los cantores de runas,” está tomada del siguiente artículo del New York Times que podéis consultar clicando en el link.

El lector podrán encontrar más información sobre la escultura de Wikström en la siguiente entrada del blog de Juan Carlos Díaz Lorenzo

Y, si os apetece, podéis releer la entrada que en su día hizo de Helena sobre el Kalevala aquí

Os dejo ya con la descripción del viaje de Lönnrot y su encuentro con Arhippa:
Fui de Tsena, donde pasé el día, a Kivijärvi, que está media legua más adelante. Ahora mi ruta discurría en dirección totalmente opuesta a la que había tomado de Lonkka and Vuonninen. En todas partes, hasta ahora, todo había sido casi nieve desnuda, pero cuanto más me acercaba a Kivijärvi mejor avanzaba. Le perdí totalmente el miedo a las condiciones en que conducíamos y lamenté no haberme tomado tiempo para demorarme en Uhtua, Jyvälahti y Vuokkiniemi. 

En Kivijärvi la nieve seguía teniendo medio ell de profundidad. Tras pasar un breve tiempo en la aldea fui directamente a las orillas del lagua Latvajärvi, donde el granjero que residía allí, Arhippa, es muy apreciado como cantor de runas. El anciano tenía ahora ochenta años, pero había conservado su memoria hasta un extremo fuera de lo común. Durante dos días completos, incluso parte de un tercero, me tuvo ocupado anotando poemas. Cantaba los poemas en un buen orden, sin dejar lagunas apreciables, y el igual de la mayoría de ellos no lo había yo escuchado antes de otros cantores; dudo que se los pueda obtener en cualquier otro lugar. Estaba muy satisfecho de haber decidido visitar a Arhippa. Quién sabe si en otra ocasión hubiera encontrado al anciano con vida, y de haber muerto una parte considerable de nuestras antiguas canciones podría haberse ido con él a la tumba. El anciano se crecía de entusiasmo cuando, alguna que otra vez, empezaba a hablar de su niñez y de su padre, muerto muchos años atrás, de quien había heredado sus canciones. 
–Cuando –dijo–, pescábamos a orillas del lago Kappuka, después de haber extendido las redes junto al agua, ¡pero si tendría que haber estado usted allí! Teníamos un ayudante del distrito de Lapukka, que además era un cantor competente, si bien no se lo podía comparar con mi difunto padre. En los atardeceres solían cantar con las manos entrelazadas, y nunca se cantaba dos veces la misma canción. Yo era entonces un niño, y acostumbraba a escucharlos, de modo que, poco a poco, fui aprendiendo los mejores cantares, aunque mucho es lo que ahora he olvidado.  
”De mis hijos no saldrá un solo cantor una vez muera, como sucedió conmigo tras mi padre. Las viejas canciones ya no cuentan con la estima que tenían en mi niñez, cuando eran de lo más popular después del trabajo, o al juntarse la gente del pueblo en los ratos de asueto. Por supuesto, he escuchado a hombres cantar en encuentros, sobre todo cuando estaban algo bebidos, pero rara vez se trataba de canciones de mérito alguno. Al contrario, a los jóvenes de ahora les gusta cantar sus propias canciones subidas de tono con las que no querría yo ni mancillar mis oídos. Si entonces, como ahora, alguien las hubiera buscado, ni dos semanas le hubieran bastado para escribir las canciones que mi padre sabría. 
Mientras hablábamos, el anciano se conmovió tanto que casi rompió a llorar. Me resultaba difícil escuchar sin conmoverme su relato de aquellos buenos tiempos, si bien, naturalmente, como es habitual en estos casos, buena parte de las alabanzas dispensadas por el anciano se fundaban exclusivamente en su imaginación. Tampoco es que las canciones escaseen tanto como él piensa, aunque es cierto que, poco a poco, van pasando al olvido. En nuestros tiempos uno las escucha, y quizá sigan escuchándolas algunas de las generaciones venideras. Y tampoco es que sean totalmente denostadas; al contrario, jóvenes y viejos las escuchan cuando se cantan. Aunque la de Arhippa es en verdad pobre, me pareció más alegre que más de una casa mejor. Todos honoraban al anciano Arhippa como a un viejo patriarca, y a mis ojos también lo era. Además, carecía de muchos de los prejuicios que predominan por doquier en esos parajes. Él y la familia enteran comían en la misma mesa, al mismo tiempo, y de la misma vajilla, lo que sucede rara vez en otros lugares. …Quizá a algunos les resulte interesante saber cómo procede un buen cantor cuando recita. Un único cantor simplemente canta solo, pero si hay dos cantores, como es preceptivo para un canto de runas más ceremonioso, ambos se sientan uno frente a otro, o lado a lado, se agarran de las manos bien con sólo una mano, o con ambas al tiempo, y empiezan a cantar. Durante el recital los cuerpos se mecen hacia delante y hacia atrás, de modo que parece que cada uno tira hacia sí del otro. Entonces uno canta la primera estrofa de la runa, que entonces el otro, uniéndose en el último compás, repite completa. Mientras escucha esta repetición, el primer cantor tiene tiempo de sobras para pensar la siguiente estrofa, y así continúa el canto. O bien se canta una canción completa o se compone una totalmente nueva. En las fiestas de postín, en las que se reúnen muchos cantores, a menudo la rivalidad surge entre ellos. Los conocidos de ambos bandos apuestan entre sí si será uno u otro el que derrote al héroe de la oposición. Arhippa dijo que los otros aldeanos a menudo le habían metido en una competición, y no recordaba haber salido nunca derrotado. 
Pero, ¿cómo compite uno en el canto de runas? No como en las academias de bellas artes corrientes; el premio o la victoria no se le otorga a quien canta las mejores canciones, sino al que sigue cantando más tiempo. Primero, un hombre canta cierto poema, después da tiempo al otro para que conteste con un poema igualmente largo. Tras esto el primero canta de nuevo y a su vez es relevado. Si a un cantor se le termina el repertorio de canciones, el otro, si recuerda todavía alguna, es tenido como ganador. Si los cantores son más bien flojos, uno puede, de hecho, reírse de sus esfuerzos por tener la última palabra. La competición se parece mucho a una pelea de gallinas: la que cacarea más tiempo se considera la ganadora. También aquí las mejores canciones hace tiempo que quedaron relegadas al olvido; uno se acuerda sólo de episodios y palabras aislados con ayuda de los cuales intenta obtener la victoria. La otra forma es la de los buenos cantores. Aquello de lo que habla la canción: 
Cantó de un día al siguiente,habló sin pausa, de una noche a la otra, 
aquí sucede realmente, y el sueño es el que termina la competición, de modo que a ninguno de los dos se le considera ganador, o a ambos.