lunes, 15 de marzo de 2010

ALLANAR EL SUELO

Son muchas las tradiciones en las que el narrador, antes de empezar a contar, realiza una serie de gestos rituales que son esenciales para el recital discurra bien. He aquí los de los cheyenne, un nación de habla algónquina de las grandes praderas de América del Norte, cuyo territorio actual ocupa parte del estado de Montana:

[Antes de empezar a contar,] un viejo narrador solía allanar con la mano el suelo delante de sí y hacía dos marcas en él con el pulgar derecho, dos con el izquierdo y una doble marca con ambos pulgares a la vez. A continuación se frotaba las manos, y se pasaba la mano derecha hacia arriba por la pierna derecha, hasta la cintura; se tocaba la mano izquierda y la pasaba por el brazo derecho hasta el pecho. Hacia lo mismo pasando cada mano en la misma dirección por el otro costado. Después tocaba las marcas del suelo con ambas manos, se las frotaba y se las pasaba por la cabeza y por todo el cuerpo.

Esto significa que el Creador había hecho el cuerpo y las extremidades de los seres humanos del mismo modo que había hecho la tierra, y que el Creador era testigo de lo que iba a narrarse. No contaban ninguna de las historias antiguas o sagradas sin antes hacer esto. Y era algo bueno. Yo confié siempre en [los viejos narradores], y creo que contaban la verdad.

An old storyteller would smooth the ground in front of him with his hand and make two marks in it with his right thumb, two with his left, and a double mark with both thumbs together. Then he would rub his hands, and pass his right hand up his right leg to his waist, and touch his left hand and pass it on up his right leg to his waist, and touch his left hand and pass it on up his right arm to his breast. He did the same thing with his left and right hands going up the other side. Then he touched the marks on the ground with both hands and rubbed them together and passed them over his head and all over his body.

That meant the Creator had made humans beings' bodies and their limbs as he had made the earth, and that the Creator was witness to what was to be told. They did not tell any of the old or holy stories without that. And it was a good thing. I always trusted them, and I believe they told the truth.


John Stands in Timber y Margot Liberty, con la colaboración de Robert M. Utley, Cheyenne Memories, Lincoln y Londres: 1972, p. 12 (la primera edición es de 1967).



John Stands in Timber («John de pie en la madera», 1884-1967) fue un importante historiador de la rama norte de los cheyenne. Puede encontrarse más información sobre él, y sobre la nación cheyenne, en la web de la que hemos tomado esta fotografía: http://www.soaringeagle.org/, que es la página de un centro situado en Ashland, Montana, una de cuyas misiones es permitir que los ancianos cheyenne puedan morir en la tierra que les vio nacer, en compañía de los suyos.

jueves, 11 de marzo de 2010

APROVECHEMOS QUE HACE MAL TIEMPO

Estos días con tanta lluvia e incluso nieve apetecía quedarse en casa arrebujados tras los cristales y leer y contar cuentos.

Hay pueblos que consideran que sólo se deben contar cuentos por la noche, o junto al fuego, o mientras la nieve cae, o durante el invierno... contarlos en otros momentos puede acarrear desgracias.

El poder de los cuentos es muy grande, pero creo que siempre se puede viajar de un lugar a otro, según la época del año, buscando el lugar donde sea el momento adecuado para contar y escuchar. Los cuentos desde siempre han sido una invitación al viaje; eso también lo sabemos.

Hoy pensamos, como los indios de América del Norte, que solo en invierno deben contarse cuentos. Aprovechemos.


Esto es lo que nos dice una narradora lenape en un testimonio recogido por John Bierhorst en su libro El ciervo blanco.

En los días de antaño, los lenape tenían narradores profesionales que solían ir de un lugar a otro. La gente se reunía alrededor de ellos y les ofrecía tabaco, o algún otro tipo de pago a cambio de los relatos que iban a contar. La pequeña historia que sigue a continuación explica cómo se inició esa costumbre:

Un hombre que volvía de cazar encontró un curioso agujero en el suelo. Miró en su interior, y desde allí alguien le habló. El cazador preguntó quién era. Pero aquella cosa no se lo dijo, sólo dijo que era un abuelo.

-Si alguien quiere escuchar historias, que venga aquí, eche dentro un poco de tabaco, o un abalorio, y le contaré una historia.

Así que la gente acudió. Y ese fue el principio de las historias sobre las que no sabemos si son verdad o no.

Este abuelo les dijo [a quienes vinieron a escucharlo] que nunca contaran historias en primavera, después de que empezase a hacer calor.

-Si lo hacéis -dijo-, las serpientes, los insectos y toda clase de pequeñas criaturas irán a por vosotros.


Contado por Nora Thompson Dean (1907-1984).

Y Eduardo Galeano en su libro Las palabras andantes nos dice:

VENTANA SOBRE LA PALABRA

Los cuentacuentos, los cantacuentos, sólo pueden contar mientras la nieve cae. Así manda la tradición. Los indios del Norte de América tienen mucho cuidado con este asunto de los cuentos. Dicen que cuando los cuentos suenan, las plantas no se ocupan de crecer y los pájaros olvidan la comida de sus hijos.

lunes, 1 de marzo de 2010

UN ÁRBOL CRECE EN BROOKLYN


Puente de Brooklyn en torno a 1900. Más información pinchando aquí.

Estos días estoy terminando Un árbol crece en Brooklyn de Betty Smith. Es uno de esos libros que te lees con placer porque son capaces de hacerte pasear por las calles, hablar con las personas del barrio y sentir cada emoción que te describen como si fuera vivida en carne propia. Uno querría que un libro así no terminara nunca, ¿qué voy a hacer cuando Francie Nolan deje de hablarme?

En fin, imaginaos Brooklyn a finales, finales del s.XIX y principios del XX, un barrio lleno de emigrantes italianos, alemanes, irlandeses, austriacos... podéis oír los carros que pasan repartiendo la leche, el trasiego de los obreros que entran a las fábricas y los niños que juegan en la calle con los pantalones cortos y las rodillas desconchadas.

Muchos niños de esos emigrantes, nacieron en Brooklyn y crecieron escuchando historias de la vieja Europa de boca de sus abuelas o de sus padres. La abuela de Francie Nolan era austriaca y debía de ser una mujer extraordinaria. Me gusta la descripción que se hace de ella y me llama la atención la asociación entre no saber escribir ni leer y tener educación. Las culturas orales trasmitían todo su conocimiento sin el soporte de la escritura, ¿y qué? ¿Acaso por eso podemos llamarlos incultos? ¡Cuánta gente en nuestros días sabe leer y escribir, pero es incapaz de desarrollar con imaginación un argumento, tener ideas propias o carece de interés por su pasado! Mary Rommely era una mujer culta, educada y me hubiera gustado que fuera amiga de mi abuela, quién por cierto tampoco sabía leer ni escribir. Esta es la descripción que se hace en el libro:

Mary Rommely, su esposa y abuela de Francie, era una santa. No tenía educación alguna; no sabía leer ni escribir siquiera su propio nombre, pero guardaba en su memoria miles de cuentos y leyendas. Algunos los había inventado para entretener a sus hijos; otros eran cuentos folclóricos que le habían transmitido su madre y su abuela. Conocía la mayor parte de las canciones tradicionales de su tierra y poseía una rara habilidad para interpretar proverbios.

Profundamente religiosa, estaba al corriente de la vida de todos los santos de la religión católica. Creía en fantasmas, en hadas, en la vida sobrenatural. Sabía todo lo relativo a las hierbas y podía preparar tanto una medicina como un hechizo -siempre que éste no fuese para uso maléfico-. En su tierra se la apreciaba por su sabiduría, y sus consejos eran muy solicitados. Era una mujer sin culpa ni pecado; no obstante, era indulgente respecto a las faltas ajenas. De moral inflexible y rígida consigo misma, se apenaba por la flaqueza de sus semejantes. Reverenciaba a Dios y adoraba a Jesús, y comprendía por qué los humanos se apartaban de ellos con tanta frecuencia.

Cuando se casó era virgen y se sometió humildemente al amor brutal de su marido, quien pronto frustró todos sus deseos latentes. Comprendía las debilidades de la carne que, como decía la gente, arruinaban a las chicas. Según ella, un chico que había sido alejado del barrio por haber violado a una joven, todavía podía ser una buena persona. Veía como un fenómeno, si no justificable, por lo menos comprensible, que la gente se viera impelida a mentir, robar y dañarse entre sí. Conocía todas las debilidades humanas y muchas de las fuerzas que dominan al hombre.

Sin embargo, no sabía leer ni escribir.

Un árbol crece en Brooklyn
Betty Smith
Traducción de Rojas Clavell
Edit. Debolsillo. Enero, 2010
pag. 70