
Ayer por la noche me terminé este precioso libro. Ya venía pensando que tenía que hacer una entrada porque desde el principio la cosa prometía. Y ha llegado el momento.
Los personajes son de esos que se te hacen entrañables al primer contacto, viajan contigo en el autobús, se sientan en el café y hasta te acompañan mientras haces bici en el gimnasio. Son divertidos. No los puedes dejar. Y piensas: "mira, como el filósofo kioskero de mi barrio".
El libro habla sobre arte, filosofía y sobre las distintas sensibilidades de ver el mundo o de pasearse por él. Es la historia de una portera de un edificio de gente "bien" de París que lee a Ockham y se extasía con las películas japonesas de Oku o con la pintura flamenca del XVII. ¿Y por qué no? ¿Quién dijo que ambas realidades fueran contradictorias? Porque la belleza, la capacidad de reflexión no son patrimonio de nadie y mucho menos de las "elites".
Es también la historia de una niña superdotada con tendencias suicidas. Lo uno lleva a lo otro, porque después de sus arduas reflexiones encuentra absurdo el hecho de que estemos aquí nadando en una pecera hasta que alguien decida "se acabó". En fin, que la niña en cuestión tiene una mirada incisiva sobre su madre socialista y rica, su hermana estudiante universitaria y pija redomada, y su padre político incapaz de ser sincero consigo mismo. Vamos, que la niña ya con 12 años vive el mundo como si estuviera de vuelta de todo; aunque claro, por otro lado, solo con 12 años es posible ver el mundo "como si estuvieras de vuelta de todo".
No os desvelaré la trama porque lo divertido es leerlo y enamorarse un poco de los personajes, tan franceses... Pero baste decir que al final todos nos imponemos disfraces y cuando somos capaces de enfrentarnos con nuestros propios miedos y mirarnos cara a cara se nos caen las máscaras a los pies y hasta nos damos la oportunidad de vivir... o de morir.
Al final no se vive por el movimiento perfecto, por la belleza de las cosas, por la sorpresa del momento, se vive, de verdad, cuando has sufrido, cuando has tenido una pérdida y has padecido el dolor, entonces aprendes con una claridad meridiana el "valor" de la VIDA. Se vive contra la muerte.
Eso sí, mientras nos paseamos nadando por esta pecera de dimensiones impredecibles - porque nunca sabes cuando te vas a dar contra el cristal - no me digáis que no es entretenido y delicioso leer a Tolstói o zamparse un helado de chocolate en un parque durante una tarde de verano.
Se puede estar de acuerdo o no con algunas de las reflexiones del libro sobre cuestiones metafísicas o artísticas, en realidad poco importa porque tampoco se trata de sentar una tesis doctoral sino de hablar de ello con la naturalidad que arroja el saber que tu opinión carece de importancia.
Los personajes son de esos que se te hacen entrañables al primer contacto, viajan contigo en el autobús, se sientan en el café y hasta te acompañan mientras haces bici en el gimnasio. Son divertidos. No los puedes dejar. Y piensas: "mira, como el filósofo kioskero de mi barrio".
El libro habla sobre arte, filosofía y sobre las distintas sensibilidades de ver el mundo o de pasearse por él. Es la historia de una portera de un edificio de gente "bien" de París que lee a Ockham y se extasía con las películas japonesas de Oku o con la pintura flamenca del XVII. ¿Y por qué no? ¿Quién dijo que ambas realidades fueran contradictorias? Porque la belleza, la capacidad de reflexión no son patrimonio de nadie y mucho menos de las "elites".
Es también la historia de una niña superdotada con tendencias suicidas. Lo uno lleva a lo otro, porque después de sus arduas reflexiones encuentra absurdo el hecho de que estemos aquí nadando en una pecera hasta que alguien decida "se acabó". En fin, que la niña en cuestión tiene una mirada incisiva sobre su madre socialista y rica, su hermana estudiante universitaria y pija redomada, y su padre político incapaz de ser sincero consigo mismo. Vamos, que la niña ya con 12 años vive el mundo como si estuviera de vuelta de todo; aunque claro, por otro lado, solo con 12 años es posible ver el mundo "como si estuvieras de vuelta de todo".
No os desvelaré la trama porque lo divertido es leerlo y enamorarse un poco de los personajes, tan franceses... Pero baste decir que al final todos nos imponemos disfraces y cuando somos capaces de enfrentarnos con nuestros propios miedos y mirarnos cara a cara se nos caen las máscaras a los pies y hasta nos damos la oportunidad de vivir... o de morir.
Al final no se vive por el movimiento perfecto, por la belleza de las cosas, por la sorpresa del momento, se vive, de verdad, cuando has sufrido, cuando has tenido una pérdida y has padecido el dolor, entonces aprendes con una claridad meridiana el "valor" de la VIDA. Se vive contra la muerte.
Eso sí, mientras nos paseamos nadando por esta pecera de dimensiones impredecibles - porque nunca sabes cuando te vas a dar contra el cristal - no me digáis que no es entretenido y delicioso leer a Tolstói o zamparse un helado de chocolate en un parque durante una tarde de verano.
Se puede estar de acuerdo o no con algunas de las reflexiones del libro sobre cuestiones metafísicas o artísticas, en realidad poco importa porque tampoco se trata de sentar una tesis doctoral sino de hablar de ello con la naturalidad que arroja el saber que tu opinión carece de importancia.
Me gusta este parrafito que os transcribiré ahora, no es significativo, pero me gusta, y me renconcilia con la manida frase que siempre ha chocado contra mi impaciencia: "Todo llega cuando tiene que llegar".
La elegancia del erizoMuriel Barbery Edit.
Seix Barral Biblioteca Formentar,2007
Pag. 114
Seix Barral Biblioteca Formentar,2007
Pag. 114
"-¿Sabe?... todo llega cuando tiene que llegar. Esto puede sonar a proverbio popular, aunque sean también las palabras que el mariscal Kutuzov, en Guerra y paz, dirige al príncipe Andrés. Me hicieron, por la guerra y por la paz, tantos reproches… Pero todo llegó a su hora… Todo llega cuando tiene que llegar para quien sabe esperar…"