Los cuentos son imprevisibles: surgen cuando menos te los esperas, en la vida, en mitad de una novela... Ahora por ejemplo me estoy leyendo un precioso libro que se llama "Por amor a Judit" y es de Meir Shalev, está editado por Salamandra. Se trata de uno de esos libros que dejas de subrayar porque te das cuenta de que TODO es digno de ser subrayado y releído.
Cuenta la historia de un niño que tiene una madre, Judit, y tres padres. El niño en cuestión se llama Zeide. Un buen día, a Zeide le explican unas cuantas cosas importantes con respecto al tiempo...
EL TIEMPO
Pag. 112
Recuerdo cómo me enseño mi madre a leer esas agujas por primera vez. Yo tenía seis años y le pedí que me comprara un reloj.
- No tengo dinero para un reloj - dijo ella
- Se lo voy a pedir a Globerman y él me lo comprará - le respondí yo -. Es mi papá y tiene todo el dinero que quiere.
A pesar de mi corta edad yo había comprendido ya muy bien la situación de los tres hombres que velaban por mí, me llevaban regalos y jugaban conmigo.
- Tú no le vas a pedir nada a nadie - replicó mammá, con una voz tranquila pero enérgica -. Tú no tienes padre, Zeide, sólo madre, y se te comprará lo que yo pueda comprarte. Tienes comida, tienes ropa y no andas descalzo.
Después se ablandó, me llevó a fuera de la mano y me dijo:
- No te hace falta ningún reloj, Zeide. Mira la cantidad de relojes que hay en el mundo.
Me mostró la sombra del eucalipto, que por medio de su gran tamaño, su orientación y su frescor marcaba las nueve de la mañana; los pétalos rojos del granado, que decían que estábamos a mediados de marzo; el diente que se me columpiaba en la boca indicaba mis seis años, y las pequeñas arrugas que bailoteaban alrededor de sus ojos, marcaban cuarenta.
- ¿Ves, Zeide? Así estás dentro del tiempo. Si te compran un reloj estarás a su lado.
4 comentarios:
El pasaje me ha hecho pensar en un apunte de Elias Canetti: "Nadie conoce el corazón secreto del reloj"
Me mostró la sombra del eucalipto, que por medio de su gran tamaño, su orientación y su frescor marcaba las nueve de la mañana; los pétalos rojos del granado, que decían que estábamos a mediados de marzo; el diente que se me columpiaba en la boca indicaba mis seis años, y las pequeñas arrugas que bailoteaban alrededor de sus ojos, marcaban cuarenta.
Ya, esto es lo que le explico Zeide a su jefe el primer día de trabajo después de llegar 3 horas tarde, pero el jefe no se lo tragó jajajajaja
Compresé un reloj de una vez, hombre!!
Hola José Manuel: ¿El corazón secreto del reloj? Habrá que preguntarle al relojero...
Querido Mil-IO: Zeide no trabajo nunca en una oficina. Hay otros mundos pero están en este... O eso dicen...
Besos
Helena
El relojero es inescrutable. O ni él mismo lo sabe.
JM
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