Nos gusta que nos cuenten historias. Desde que somos niños nos gusta sumergirnos en mundos imaginarios que amplíen nuestros horizontes y que expliquen nuestro presente. Ese deseo de sobrevolar la realidad para volver de nuevo a ella, pero como se vuelve después de un largo viaje lleno de aventuras: como un héroe, eso es lo que significa para mi la anécdota que me ha enviado Ignasi. La ha encontrado mientras leía Brooklyn follies del escritor mago Paul Auster.
Os invito a leerla, al final te da igual que se pueda corroborar la anécdota o no, lo importante es que prefieres creértela. ELIGES QUE SEA CIERTA:
AUSTER, KAFKA Y LA MUÑECA
de Brooklyn Follies
Anagrama. Barcelona, 2006
pp 159-161
- Vale. Cuéntame ya esa historia.
- De acuerdo. Esa historia. La historia de la muñeca... Estamos en el último año de la vida de Kafka, que se ha enamorado de Dora Diamant, una chica polaca de diecinueve o veinte años de familia hasídica que se ha fugado de casa y ahora vive en Berlín. Tiene la mitad de años que él, pero es quien le infunde valor para salir de Praga, algo que Kafka desea hacer desde hace mucho, y se convierte en la primera y única mujer con quien Kafka vivirá jamás. Llega a Berlín en el otoño de 1923 y muere la primavera siguiente, pero esos últimos meses son probablemente los más felices de su vida. A pesar de su deteriorada salud. A pesar de las condiciones sociales de Berlín: escasez de alimentos, disturbios políticos, la peor inflación de la historia de Alemania. Pese a ser plenamente consciente de que tiene los días contados.
Todas las tardes, Kafka sale a dar un paseo por el parque. La mayoría de las veces, Dora lo acompaña. Un día, se encuentra con una niña pequeña que está llorando a lágrima viva. Kafka le pregunta qué le ocurre, y ella contesta que ha perdido su muñeca. Él se pone inmediatamente a inventar un cuento para explicarle lo que ha pasado. “Tu muñeca ha salido de viaje”, le dice. “¿Y tú cómo lo sabes?”, le pregunta la niña. “Porque me ha escrito una carta”, responde Kafka. La niña parece recelosa. “¿Tienes ahí la carta?”, pregunta ella. “No, lo siento”, dice él, “me la he dejado en casa sin darme cuenta, pero mañana te la traigo.” Es tan persuasivo, que la niña ya no sabe qué pensar. ¿Es posible que ese hombre misterioso esté diciendo la verdad?
Kafka vuelve inmediatamente a casa para escribir la carta. Se sienta frente al escritorio y Dora, que ve como se concentra en la tarea, observa la misma gravedad y tensión que cuando compone su propia obra. No es cuestión de defraudar a la niña. La situación requiere un verdadero trabajo literario, y está resuelto a hacerlo como es debido. Si se le ocurre una mentira bonita y convincente, podrá sustituir la muñeca perdida por una realidad diferente; falsa, quizá, pero verdadera en cierto modo y verosímil según las leyes de la ficción.
Al día siguiente, Kafka vuelve apresuradamente al parque con la carta. La niña lo está esperando, y como todavía no sabe leer, él se la lee en voz alta. La muñeca lo lamenta mucho, pero está harta de vivir con la misma gente todo el tiempo. Necesita salir y ver mundo, hacer nuevos amigos. No es que no quiera a la niña, pero le hace falta un cambio de aires y por tanto deben separarse durante una temporada. La muñeca promete entonces a la niña que le escribirá todos los días y la mantendrá al corriente de todas sus actividades.
Ahí es donde la historia empieza a llegarme al alma. Ya es increíble que Kafka se tomara la molestia de escribir aquella primera carta, pero ahora se compromete a escribir otra cada día, única y exclusivamente para consolar a la niña, que resulta ser una completa desconocida para él, una criatura que se encuentra casualmente una tarde en el parque. ¿Qué clase de persona hace una cosa así? Y cumple su compromiso durante tres semanas, Nathan. Tres semanas. Uno de los escritores más geniales que han existido jamás sacrificando su tiempo (su precioso tiempo que va menguando cada vez más) para redactar cartas imaginarias de una muñeca perdida. Dora dice que escribía cada frase prestando una tremenda atención al detalle, que la prosa era amena, precisa y absorbente. En otras palabras, era su estilo característico, y a lo largo de tres semanas Kafka fue diariamente al parque a leer otra carta a la niña. La muñeca crece, va al colegio, conoce otra gente. Sigue dando a la niña garantías de su afecto, pero apunta a determinadas complicaciones que han surgido en su vida y hacen imposible su vuelta a casa. Poco a poco, Kafka va preparando a la niña para el momento en que la muñeca desaparezca de su vida por siempre jamás. Procura encontrar un final satisfactorio, pues teme que, si no lo consigue, el hechizo se rompa. Tras explorar diversas posibilidades, finalmente se decide a casar a la muñeca. Describe al joven del que se enamora, la fiesta de pedida, la boda en el campo, incluso la casa donde la muñeca vive ahora con su marido. Y entonces, en la última línea, la muñeca se despide de su antigua y querida amiga.
Para entonces, claro está, la niña ya no echa de menos a la muñeca. Kafka le ha dado otra cosa a cambio, y cuando concluyen estas tres semanas, las cartas la han aliviado de su desgracia. La niña tiene la historia, para habitar un mundo imaginario, las penas de este mundo desaparecen. Mientras la historia sigue su curso, la realidad deja de existir.
7 comentarios:
Definitivamente, Auster es dios.
:-)
Besoos. :-***
Mucha luna en charlas pero hemos hablado poco de literatura. Me apasiona Auster y este libro más...sobre todo porque está lleno de esperanza.
Besos Pilar
bueno, bueno...
esta tarde, cuentos en el pati llimona no?
nos vemos allí!
Paco.
Una historia realmente preciosa, me ha encantado, por su ternura, su cariño, su bondad, pero bueno (juanma) eso no significa que Auster sea Dios.
Felicidades Helena por hacernos participes de tu sensibilidad.
Emilio
Hola a tod@s! Gracias por compartir conmigo la sesión del jueves pasado. Fue genial! De verdad.
Pilar, guapetona, si es que nos quedan muchas lunas por observar y muchos libros por comentar :-) por eso pediremos que el viaje a Ítaca "sea largo y lleno de peligros".
Emilio, me encanta que escribas en el blog. Y sin entrar en cuestiones ontológicas, Auster es sin lugar a dudas uno de mis escritores favoritos.
Besos
Ando paseando por tu blog, al que llego buscando una "ventana" desde otro de Iván Humanes... bueno, líneas en el aire...
lo cierto es que esta historia,que releo ahora, me vuelve a fascinar, por la belleza del alma de Kafka y ese enriedo mágico que tiene con la escritura.
Me gusta tu blog. Y acaso me anime a participar en la VENTANA.
Claro que sí nina de papuza anímate con la "ventana" y muchas gracias por visitar el blog y compartir tus comentarios.
Saludos y...hasta pronto
Helena
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