La semana pasada Jose y yo vimos una película que nos impactó mucho "La vida de los otros" de Florian Henckel Von Donnersmarck. Aún sigue en cartelera, o sea que recomiendo a todos los que aún no la hayan visto que no esperen más. La acción transcurre en 1984 en la República Democrática Alemana; la dictadura comunista a través de su aparato controlador, la Stasi, vigila a todos los ciudadanos susceptibles de tener afinidades políticas pro-occidentales. Pero ¿qué ocurre cuando el que vigila, el espía de la vida de los otros, escucha y se inmiscuye en las vidas de los espiados? ¿Puede permanecer indiferente a todo lo que ve y siente desde su silencioso escondrijo?
Curiosamente esta película me evocó un libro de Mircea Eliade El viejo y el funcionario. En la calle Mantuleasa. En este caso la acción transcurre en Budapest, pero también el aparato del Estado intenta controlar la vida de sus ciudadanos a través de todas sus historias. Escucharlas, transcribirlas, analizarlas, despedazarlas para etiquetarlas y limpiarlas de toda sospecha. Exactamente igual que en "La Vida de los otros".
Sin embargo, las historias, igual que la vida de las personas, tienen infinidad de ramificaciones, unas llevan a otras, y no se pueden entender si antes no se conoce la evocación de tal lugar o la relación de tal persona con tal otra. Las historias atrapan a los funcionarios del Estado, les enredan y les llevan de un lugar a otro. Luchan por evitar el etiquetaje y discurren por sinuosos vericuetos que son viajes auténticos al territorio del mito, de la leyenda y de la propia historia del individuo.
El viejecito de la novela de Mircea, Farama, es sistemáticamente interrogado por un ejército de funcionarios que se sienten subyugados por las historias que cuenta pero desbordados por ellas.
Tanto en la novela, como en la película que comentaba, como en la vida que nos toca vivir, cuando el caos y la falta de libertades amenazan nuestras identidades individuales, siempre, siempre, siempre, nos queda el incontrolable y poderoso terreno de la Narración.
"- Farama - interrumpió Ana Vogel-, beba usted el champán porque se calienta.
Farama inclinó con respeto la cabeza y se bebió toda la copa de un solo trago. Después se levantó, se inclinó varias veces, colocó la copa en la mesita y volvió a sentarse en el sillón.
- Y ahora, mientras no se pierda en historias -continuó Ana Vogel-, quiero que sepa que sí me gustan todos sus relatos, especialmente me gustaría saber lo que le ocurrió a Oana, con su marido el estoniano y con Lixandru...
- Allí quería también yo llegar - empezó Farama, sonriendo confuso-, porque en su boda, el doctor habló de sus peripecias y a través de esa boda se anudan muchas aventuras. Pero, para que comprenda bien, tiene usted que saber que Lixandru había hecho amistad con un joven algo mayor que él, de unos veinte años, Dragomir Calomfirescu. Les gustaba pasear durante la noche por las calles solamente ellos dos y hablando poco. Porque Dragomir era por naturaleza callado y meláncolico, y Lixandru, cuando no empezaba a recitar versos, tampoco hablaba. Y en una noche, después de haberse paseado bastante tiempo callados, Lixandru exclamó de repente: "Si supiera adónde llegó la saeta y dónde se encuentra Iozi, ¡lo sabría todo! "Dragomir no conocía más que fragmentos de todas estas historias y Lixandru se las relató por entero. Cuando terminó, Dragomir sonrió con amargura y dijo: "Durante mi infancia, no tuve la suerte de vivir esas raras aventuras. Todo lo que ha sido extraño y extraordinario en mi vida, me ocurrió antes de nacer y después, más tarde cuando ya no era un niño. Pero recuerdo, sin embargo, un detalle: cuando tenía unos ocho años, tuve la escarlatina y fui internado en el hospital. Me daban toda clase de libros con cuentos y aventuras. Probablemente las he leído todas, pero las he olvidado. Aunque no olvidaré nunca un cuento de Carmen Sylva, el cual no llegué a terminar porque en aquella mañana salí del hospital y todos los libros que fueron tocados por mí, como no los podían desifectar los quemaron. En verdad, de aquel cuento sólo recuerdo fragmentos aislados y quizá sin importancia: una muchacha extraordinariamente hermosa, que iba montada sobre un elefante blanco, un templo antiguo en algún lugar de la India. Eso es todo, pero para mí es el más precioso recuerdo de infancia. Años seguidos luché para encontrar el libro y terminar de leer el cuento empezado en el hospital. Pero ahora estoy seguro que no voy a descubrir jamás quién era aquella muchacha tan hermosa, que iba montada en un elefante blanco y que buscaba en un templo indio... Tú has aprendido el hebreo para comprender una aventura de infancia. Has hecho muy bien, pero ten cuidado: párate ahí..." Subrayó con tanta fuerza las palabras que Lixandru se paró y le preguntó: "¿Qué quieres decir?".
EL VIEJO Y EL FUNCIONARIO. EN LA CALLE MANTULEASA
Mircea Eliade
Edit. Laia. Abril 1984
pp 70-71
1 comentario:
Tremendo libro..
Un saludo.
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