jueves, 8 de noviembre de 2007

LA MUJER QUE SOÑÓ UNA LENGUA

En su extensa y compleja obra Trabajo sobre el mito (traducción de Pedro Madrigal, Barcelona, Paidós, 2003), el filósofo alemán Han Blumenberg afirma que los mitos, lejos de ser una expresión de lo irracional, han sido siempre una herramienta fundamental para la supervivencia humana. Gracias a ellos, los primeros homínidos que asomaron desde los densos bosques a la sabana pelada, pudieron resistir lo que Blumenberg llama "el absolutismo de la realidad". No sé por qué, las ideas de Blumenberg (cuyo libro, reconozco, todavía no he logrado leer en su totalidad), me han venido a la cabeza al releer el resumen que esbocé hace años de un mito melanesio de las islas Salomón que encontré en libro de Kay Bauman Solomon Island Folktales from Malaita (Ranbury, Rutledge Books, 1998, págs. 2-3). También he recordado el sino de aquellos que, por distintos motivos, se han visto obligados a vivir durante mucho tiempo entre gentes de otros países, y a utilizar cotidianamente una lengua extraña, de modo que, poco a poco, imperceptiblemente, su idioma materno, sin quedar olvidado, retrocede a regiones insondables del espíritu. Y un buen día se percatan de que, quién sabe desde hace cuanto tiempo, sueñan en aquella lengua que les fue ajena, pero ahora es, irreversiblemente, la suya.

He aquí el mito:

Los baegu de Malaita, en el archipiélago melanesio conocido como islas Salomón, cuentan que un hombre llamado Nunu (Sombra) y su esposa Fala (Dadivosidad) llegaron a Malaita procedentes de Marado. Cierta noche, Fala soñó con una nueva lengua. Cuando despertó, no podía recordar su antiguo idioma: sólo era capaz de hablar la lengua con la que había soñado. Ella y su marido decidieron entonces fundar una nueva aldea, a la que llamaron Baegu, que es el nombre de la lengua que siguen hablando sus descendientes.


Dicho esto, me encantaría saber qué reflexiones suscita este relato a los navegantes que, alguna que otra vez, recalan, aunque sea brevemente, en este blog.


7 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay lenguas que amamos y sentimos como propias. Me pasa con el italiano. Cuando tenía 19 años estuve allí de au-pair y tuve un sueño. Era un sueño extraño con ángeles y sacerdotes. Recuerdo claramente que se me dijo: "sei uno spirito libero"

La frase me encantó, claro, pero sobre todo me resultó significativo que hubiera soñado en italiano.

Cuando me vine a vivir aquí a Barcelona, llegó un momento en que ya no sabía si la película que había visto era en catalán o en castellano. "Genial", pensé. Eso significa que "ya vivo aquí".

Lo cierto es que las lenguas se habitan y hay que sentirse cómodo en ellas, de otro modo nos encorsetan.

Anónimo dijo...

Sí, es cierto, las lenguas se habitan, y las lenguas nos habitan. Ocasionalmente, también en mis sueños se ha hablado inglés, y también me sucede a veces que no recuerdo exactamente en qué lengua vi una determinada película o serie de televisión. Esto está relacionado, naturalmente, con el fenómeno al que se refiere Canetti en el pasaje de sus memorias que Helena puso hace poco en el blog. Canetti había escuchado ciertas leyendas de lobos en búlgaro, lengua que había aprendido en su niñez, escuchando a las criadas que le habían contado esos relatos. Cuando abandonó Bulgaria olvidó esa lengua, pero recordó las leyendas en la lengua que se convertiría en su principal vehículo de expresión, literaria y personal, el alemán.

Anónimo dijo...

Diría que hay lenguas... con distintos tipos de saliva. Pero no sé si es demasiado prosaica mi reflexión.

La verdad, esta página está muy bien. Yo entré buscando a Helena: ¿tú fuiste coordinadora de la exposición 'Ventanas'?... Colaboré con un texto que he perdido. Me gustaría que en tal caso, si pudieras, me lo pasaras. Gracias. Me llamo Fernando del Val y mi correo es: fernando_del@inicia.es

Anónimo dijo...

Hola Fernando!

Pues, sí, soy la de Ventanas y te envío por correo tu texto.

Puede que tu reflexión salivaria sea prosáica, no sé, en cualquier caso es es absolutamente cierta
:-)

Esperamos verte por aquí de vez en cuando.

Saludos

Anónimo dijo...

Siempre he soñado con recuperar la lengua de mi madre (el gallego), algún día se convertirá en un sueño vivificador.
Muchas gracias por la leyenda, me ha encantado!
Agustín

isaacaguareles dijo...

Me parece cierto que las lenguas las habitamos y nos habitan. A mí, además, me devoran. Soy un completo enfermo de las lenguas y del lenguaje en general. Y me di cuenta de ello en Francia, donde estuve durante el curso 1999-2000. Pero lejos de ponerme melancólico, comento este momento (nada es gratuito) por la gran impresión que me llevé de la lengua francesa. Hice tal inmersión que al volver a CASA, para expresarme, tenía que traducir del francés al catalán o al castellano. De hecho, ahora que soy profesor y corrector de catalán he buscado de manera inconsciente en esta lengua el embrujo y deleite que me produjo la francesa.
En mi primera maratón de cuentos en el Pati llimona, en el mismo año 2000, llamé a mi miniactuación Bon appétit. Supongo que queda claro el significado de la expresión pero, por si a caso, la traduciré: Que aproveche!
PS: felicidades por el blog

Cristina de Prada - milliner dijo...

Recuerdo aquellas noches antes de dormir pero ya oscuras, yo en la litera de arriba, escuchando a Jose en la litera de abajo contarme historias sobre aquel amigo suyo que hablaba un idioma diferente al nuestro. De hecho, tanto el amigo como el idioma eran imaginarios, pero yo me lo creía todo y le pedía una y otra vez a Jose que me presentara a su amigo. Curiosamente nunca coincidíamos... siempre acababa de irse cuando yo llegaba!