miércoles, 12 de diciembre de 2007

LOS NARRADORES PROFESIONALES CHINOS



Recientemente he estado leyendo un artículo de la sinóloga checa Vena Hrdlicková, aparecido en 1965, en inglés, en la revista Archiv Orientalni (vol. 33, 1965, pp. 225-248), con el título "La formación profesional de los narradores chinos y los gremios de narradores" ("The professional training of Chinese storytellers and the storyteller's guilds").

Por supuesto, Hrdlicková (que, al igual que su maestro, Jaroslav Prusek, escribió copiosamente sobre esta cuestión), se refiere a los cuentistas profesionales que, en prosa o en verso, desde tiempos inmemoriales y al menos hasta el periodo de la catastrófica "Revolución cultural", ejercieron su arte en numerosos ámbitos de la China continental, entre ellos los teatros, los cafés y hasta en las mismas calles, como veremos más adelante. Ilustro esta entrada con un grabado del finales del siglo XVII muestra al legendario narrador Liu Jingtin (1587-c. 1670). El grabado está en una edición del drama Taohuashan de Kong Shangren (1699). Lo tomo de la excelente página "Chinese Storytelling", que contiene textos de Vibeke Bordhal, otro gran estudioso de este tema:
http://www.shuoshu.org/

El aprendizaje

Sería complicado ahora abordar las cuestiones históricas y terminológicas que Hrdlicková trata al principio de su artículo (como la relación entre estos narradores y determinados géneros literarios chinos), por lo que me limitaré extractar algunos pasajes que, creo, son de interés para los narradores orales urbanos que, felizmente, proliferan en nuestros tiempos, y que tienen en los cuentistas chinos unos parientes cercanos.


Según Hrdlicková, los estadios básicos del proceso de formación de estos cuentistas eran los siguientes: memorizar, escuchar y recitar. A este respecto, la sinóloga cita la siguiente máxima: "Escuchar al maestro mientras recita una sola vez es mil veces mejor que memorizar sus palabras, y recitar uno mismo una sola vez es mil veces mejor que escuchar al maestro mientras recita". (p. 231)

En otro momento, Hrdlicková dice "de las descripciones del proceso de formación de los alumnos para su futura dedicación está muy claro que los aspirantes aprendían los relatos de labios de su maestro". (p. 232)

"Toda la técnica de recitado o canto, y la estructura final del relato, aunque el tema fuera conocido y a menudo se hubiera transmitido a lo largo de varias generaciones, eran, hasta cierto punto, el secreto profesional del narrador, quien no lo transmitía a cualquiera, sino sólo a sus discípulos, que estaban unidos a él por el vínculo de una inviolable devoción, una relación que era uno de los rasgos característicos de la sociedad feudal. Para el maestro, su arte era, por encima de todo, un medio de ganarse la vida y cualquier competidor en su campo ponía en peligro 'su cuenco de arroz'. El discípulo no podía abandonar a su maestro cuando quería, sino sólo al final de un periodo de aprendizaje establecido mediante contrato." (p. 232)

El maestro, por otro lado, solía transmitir a sus discípulos un "manual secreto" con valiosa información sobre el gremio al que tanto él como sus discípulos pertenecían. Dado que el arte se transmitía a menudo dentro de una familia, estos manuales con frecuencia pasaban de padres a hijos. (p. 233)

"Una vez el alumno había dominado los principios básico del narrar, el maestro le permitía recitar en público breves segmentos [de algún relato]." (p.235)


El arte de improvisar

Es muy interesante la parte del artículo de Hrdlicková que trata de esta cuestión. Entre los narradores urbanos españoles, no es infrecuente ver a cuentistas que recitan, más que cuentan, textos aprendidos de memoria, o imitan con tediosa fidelidad el estilo de un narrador carismático. Entre los narradores chinos estudiados por Hrdlicková parece que esta situación no se planteaba:

"Al prepararse para su futura profesión, el alumno no podía esperar salir adelante con una mera imitación mecánica de lo que había aprendido de su maestro. Debía ser capaz de dar nueva forma al material adquirido, y dejar en él la impronta de su personalidad artística. Como los viejos maestros solían decirles a sus discípulos, 'un cantor [de historias] debe cantar no sólo con la voz, sino también con su corazón' y siempre era un defecto si 'la boca cantaba y el corazón no'. Así, el alumno tenía que poner un poco de sí mismo en su canto, y no darse por satisfecho con un mero dominio técnico del arte de su maestro. Este proceso se llamaba wu, '[acto de]aprehender'. Hasta que el aprendiz no había completado con éxito este estadio de su formación, no podía encontrar reposo 'ni para comer ni para dormir'.

"El narrador introducía nuevos elementos en el relato improvisando sobre la marcha, sin preparación, delante del público. Todo cuentista debía estar dotado de la facultad de improvisar, algo que siempre, en todos los lugares del mundo, ha sido una parte característica del bagaje del narrador. [...] También los narradores chinos eran excelentes improvisadores. Cultivaban este don a lo largo de su proceso de formación, cuando aprendían a hacer uso de las muchas frases hechas y ornamentos [que debían aprender] para componer estrofas con rapidez y reaccionar sin demora y de forma sensible a lo que sucedía a su alrededor." (p. 236)

Como ejemplo de esto, extraído entre muchos, Hrdlicková menciona el caso de un tipo de cuentistas denominados shu-lai-pao, cuyos recitales eran en verso rimado. "Estos narradores -dice la sinóloga-, deambulaban por las calles, se detenían en algún lugar apropiado y, sin más ceremonias, empezaban a recitar. La introducción al relato debía contener siempre algo que atrajera el interés de un público que empezaba a congregarse lentamente allí donde el ruido insistente de alguien que daba palmadas indicaba que un cuentista acababa de subir a su tarima." (p. 236)

Hrdlicková refiere a continuación cómo uno de estos cuenteros, al ser atacado por un perro en pleno recital, incorporó al can a su narración, rogando al mismo tiempo al respetable que se hiciera cargo de él y se lo quitara de encima. Una vez conseguido esto, improvisó unos versos para interceder en favor del perro, ya que este, al fin y al cabo, no había hecho sino cumplir con su función de guardián del lugar. (p. 237)


Distintos grados de improvisación

"El futuro cuentista no sólo aprendía a improvisar durante su periodo de formación, sino que a menudo realizaba cambios de una naturaleza más profunda y permanente, al añadir nuevos episodios, y caracterizar de forma individualizada a los personajes, etc." (p. 237)
Describir con detalle aspectos del relato, y del mundo en que esta desarrollaba, era también una forma que tenían los cuentistas chinos de enriquecer el relato. Según Hrdlicková, esto exigía al narrador "un notable conocimiento de la vida, así como recursos y orginalidad". (p. 238)

"Debe tenerse en cuenta -dice la sinóloga para concluir la parte de su artículo que habla de este tema- que el grado de improvisación y de recreación del relato variaban en función de las dotes y el tipo de creatividad del narrador. Los cuentistas menos dotados no se atrevían a hacer improvisaciones a gran escla, mientras que los mejores eran siempre maestros de la improvisación". (p. 238)

Hasta aquí esta primera aproximación a este fascinante tema. Más adelante espero poder añadir otra entrada con una nueva serie de extractos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Está claro: ¡cuánto hay que estudiar para desaprenderlo todo después! Y es que la improvisación cuesta, eh...

Por otro lado, vaya cuajo el narrador que es capaz de seguir contando con un perro enganchado a su cuerpo. Yo desde luego no podría, creo.

Helena

Anónimo dijo...

En verdad, sí, la anécdota del perro demuestra que estos narradores tenían un temple fuera de lo común. Me pregunto si alguno de los cuentistas locales que a veces frecuentan este blog, y que, como los shu-lai-pao, han contado en la calle, podrían compartir con nosotros alguna anécdota sobre sus experiencias como narradores callejeros.