Una amiga se lo dio a Jose hace unas semanas, como regalo de cumpleaños, y yo buscaba algo ligero para llevarme de viaje a Valladolid en una visita familiar.
El libro ha sido un fantástico compañero de viaje, aunque no es precisamente ligero en cuanto al contenido.
Me ha encantado la manera en la que está escrito, un tono íntimo y personal, como cuando mantienes una charla con una amiga. De hecho siento que ha sido una conversación tan de tú a tú, que yo he asentido, titubeado y contestado muchas veces mientras mis ojos recorrían la página.
Rosa Montero nos cuenta la vida de Marie Curie partiendo del diario que ésta escribió tras la muerte de su marido Pierre. Pero no sólo eso, no, Rosa Montero se cuenta a sí misma también y hace del dolor y del duelo algo hermoso, que nos une a todos por encima del tiempo y del espacio.
La necesidad de narrar lo que nos pasa tiene un enorme poder de transformación y de curación. Y así nos dice:
La creatividad es justamente esto: un intento alquímico de transmutar el sufrimiento en belleza. El arte en general, y la literatura en particular, son armas poderosas contra el Mal y el Dolor. Las novelas no los vencen (son invencibles), pero nos consuelan del espanto. En primer lugar, porque nos unen al resto de los humanos: la literatura nos hace formar parte del todo y, en el todo, el dolor individual parece que duele un poco menos. Pero además el sortilegio funciona porque, cuando el sufrimiento nos quiebra el espinazo, el arte consigue convertir ese feo y sucio daño en algo bello.
Qué manera tan honesta de escribir sobre alguien: buscando el eco del retratado en uno mismo. Y es que cuando en la universidad me hablaban del anhelo de la "objetividad" a la hora de tratar los hechos históricos o de escribir sobre un personaje, nunca me convencieron. ¡Si todo depende del cristal con que se mira! Más bien pensaba, y sigo pensando, si la objetividad es prácticamente imposible, ¿por qué esforzarse tanto en ella, por qué no ser sinceramente "subjetivo"? Y eso es lo que Rosa Montero ha hecho en este libro, contarse mientras cuenta a otra. Y también es eso lo que a mí me sirve para "contarme", para ayudarme a creer que entiendo de qué va todo esto de vivir; o, al menos, para sentirme, desde un punto de vista ontológico, menos sola.
Todo es ficción; empezando por nosotros mismos. Y no lo veo como algo negativo, por eso comparto también esta otra reflexión que la autora nos hace:
Para vivir tenemos que narrarnos; somos un producto de nuestra imaginación. Nuestra memoria en realidad es un invento, un cuento que vamos reescribiendo cada día (lo que recuerdo hoy de mi infancia no es lo que recordaba hace veinte años); lo que quiere decir que nuestra identidad también es ficcional, puesto que se basa en la memoria. Y sin esa imaginación que completa y reconstruye nuestro pasado y que le otorga al caos de la vida una apariencia de sentido, la existencia sería enloquecedora e insoportable, puro ruido y furia.
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