Hace unas semanas terminé de leer un libro que me encantó y que no puedo dejar de comentar aquí: Narradores de la noche de Rafik Schami.
Cuenta la historia de Salim, un cochero de damasco que ha perdido su voz por un encantamiento, para que pueda recuperarla sus amigos le tienen que contar siete historias. Siete cuentos maravillosos. En siete noches.
Junis es uno de esos amigos, durante muchos años regentó un famoso café en Damasco y cada tarde contrataba a narradores para atraer y entretener a sus clientes.
Junis nos habla del oficio de narrador, de los hakavati. ¿Cómo no sentirse identificada?
Seguro que hoy por hoy no es tan fácil encontrar hakavatis en los cafés de Damasco como lo era antaño, pero igual queda alguno, quiero pensar que sí, igual que quiero pensar que algún día iré a buscarlos.
Se discute mucho entre los narradores si contar o no en cafés. Normalmente las bibliotecas, por ejemplo, pagan más y las condiciones de ruido y de ambiente son más cómodas, pero... ¡pero a mí me encanta contar en los bares y en los cafés! Encuentro que son sitios ideales. No voy a decir que nacidos para eso, pero casi.
Lo dificil es encontrar tu bar, o bien el dueño del bar que te escuche que crea en la propuesta que le haces y que se implique contigo en crear un momento mágico a un precio razonable, por desgracia todo en nuestro mundo tiene que tener un precio, como el de narrador es un oficio también lo tiene.
A veces me pregunto con la de bares que hay en este país, cómo es posible que se puedan escuchar cuentos solo en un número tan reducido de ellos... ¡Cuando puedes ver la tele en el 99%!
En mis sueños, me veo regentando un local solo para cuentos, llamado Café de los hakavati donde todo el mundo que venga lo haga para contar y/o a escuchar historias, desde las 8 de la mañana hasta las tantas de la madrugada... Eso sólo para compensar todo lo que no se hace en los demás.
No me resisto a copiar aquí algunos parrafitos del libro para que os hagáis una idea del ambiente de uno de esos cafés a los que yo me haría adicta al té y a las historias...
NARRADORES DE LA NOCHE
Rafik Schami
Siruela, 1990
Traducción de Antón Dieterich
"Junis sólo servía comidas hasta primeras horas de la tarde. Luego empezaba el turno de los narguiles y del té, y cuando se ponía el sol, se reservaba la noche para los narradores. Noche tras noche el hakavati se sentaba en su asiento elevado y entretenía a los clientes con emocionantes historias de amor y de aventuras. Los hakavatis tenían que enfrentarse a menudo al ruido, pues los oyentes hablaban y comentaban las historias con exclamaciones, discutían y a veces exigían incluso que el hakavati repitiese un pasaje que les gustaba. Pero cuanto más emocionante se volvía una historia, más bajaba el hakavati el tono de su voz. Los oyentes se exhortaban mutuamente a guardar silencio para poder seguir la historia. Cuando su relato alcanzaba el punto más emocionante, como, por ejemplo, cuando el héroe intentaba trepar a la habitación de la amada y colgaba del balcón sujeto de las puntas de los dedos, entonces pasaba por allí un guardián o el padre.
Aquí interrumpía el hakavati su historia y prometía contar la continuación al día siguiente. Eso lo hacían los hakavatis para que los clientes acudiesen al local de Junis y no a los de la numerosa competencia. Los oyentes estaban a veces tan excitados que se apiñaban alrededor del hakavati y le ofrecían un narguile o té y le pedían en voz baja que les revelase la continuación de la historia. Pero ningún hakavati se atrevía a anticipar el desenlace de la historia, pues Junis se lo había prohibido terminantemente a todos los narradores.
-Vuelve mañana y oirás la continuación -era siempre la respuesta.
Se cuentan muchas anécdotas en Damasco, o sólo sobre las disputas de los oyentes que a menudo formaban partidos. Unos simpatizaban con la familia de la novia, otros daban la razón a la familia del novio. Las anécdotas hablan también de oyentes que no podían dormir de curiosidad y emoción. Entonces iban a medianoche a la casa del hakavati y le ofrecían dinero para que dejase llegar al héroe hasta la amada. O para que el héroe pudiese escapar de la cárcel. Se decía que sólo algunos hakavatis aceptaban tales ofertas no sin instar a los oyentes a que acudiesen al día siguiente al café; pues Junis no debía enterarse del trato." (pags. 98-99)
Y la gran pregunta: ¿Por qué narras?
"Pero yo os quería decir que el oficio de narrador es muy cansado. Yo lo he visto noche tras noche en mis hakavatis. Bajaban del estrado y estaban agotados como hojalateros. Ganaban poco. Cuando les entregaba el dinero les preguntaba a veces: '¿Por qué te pasas la noche contando historias por tan poco dinero?'. Algunos decían: 'No hemos aprendido a hacer otra cosa. Nuestros abuelos y nuestros padres eran hakavatis'. Pero un día uno de los mejores narradores de café que he tenido nunca me dijo: 'Por el premio que me dan los oyentes: el placer de convertir a leones adultos en niños fascinados. Ningún oro del mundo iguala la dicha de vivir ese milagro en los ojos de los oyentes'. (pág. 107)
Cuenta la historia de Salim, un cochero de damasco que ha perdido su voz por un encantamiento, para que pueda recuperarla sus amigos le tienen que contar siete historias. Siete cuentos maravillosos. En siete noches.
Junis es uno de esos amigos, durante muchos años regentó un famoso café en Damasco y cada tarde contrataba a narradores para atraer y entretener a sus clientes.
Junis nos habla del oficio de narrador, de los hakavati. ¿Cómo no sentirse identificada?
Seguro que hoy por hoy no es tan fácil encontrar hakavatis en los cafés de Damasco como lo era antaño, pero igual queda alguno, quiero pensar que sí, igual que quiero pensar que algún día iré a buscarlos.
Se discute mucho entre los narradores si contar o no en cafés. Normalmente las bibliotecas, por ejemplo, pagan más y las condiciones de ruido y de ambiente son más cómodas, pero... ¡pero a mí me encanta contar en los bares y en los cafés! Encuentro que son sitios ideales. No voy a decir que nacidos para eso, pero casi.
Lo dificil es encontrar tu bar, o bien el dueño del bar que te escuche que crea en la propuesta que le haces y que se implique contigo en crear un momento mágico a un precio razonable, por desgracia todo en nuestro mundo tiene que tener un precio, como el de narrador es un oficio también lo tiene.
A veces me pregunto con la de bares que hay en este país, cómo es posible que se puedan escuchar cuentos solo en un número tan reducido de ellos... ¡Cuando puedes ver la tele en el 99%!
En mis sueños, me veo regentando un local solo para cuentos, llamado Café de los hakavati donde todo el mundo que venga lo haga para contar y/o a escuchar historias, desde las 8 de la mañana hasta las tantas de la madrugada... Eso sólo para compensar todo lo que no se hace en los demás.
No me resisto a copiar aquí algunos parrafitos del libro para que os hagáis una idea del ambiente de uno de esos cafés a los que yo me haría adicta al té y a las historias...
NARRADORES DE LA NOCHE
Rafik Schami
Siruela, 1990
Traducción de Antón Dieterich
"Junis sólo servía comidas hasta primeras horas de la tarde. Luego empezaba el turno de los narguiles y del té, y cuando se ponía el sol, se reservaba la noche para los narradores. Noche tras noche el hakavati se sentaba en su asiento elevado y entretenía a los clientes con emocionantes historias de amor y de aventuras. Los hakavatis tenían que enfrentarse a menudo al ruido, pues los oyentes hablaban y comentaban las historias con exclamaciones, discutían y a veces exigían incluso que el hakavati repitiese un pasaje que les gustaba. Pero cuanto más emocionante se volvía una historia, más bajaba el hakavati el tono de su voz. Los oyentes se exhortaban mutuamente a guardar silencio para poder seguir la historia. Cuando su relato alcanzaba el punto más emocionante, como, por ejemplo, cuando el héroe intentaba trepar a la habitación de la amada y colgaba del balcón sujeto de las puntas de los dedos, entonces pasaba por allí un guardián o el padre.
Aquí interrumpía el hakavati su historia y prometía contar la continuación al día siguiente. Eso lo hacían los hakavatis para que los clientes acudiesen al local de Junis y no a los de la numerosa competencia. Los oyentes estaban a veces tan excitados que se apiñaban alrededor del hakavati y le ofrecían un narguile o té y le pedían en voz baja que les revelase la continuación de la historia. Pero ningún hakavati se atrevía a anticipar el desenlace de la historia, pues Junis se lo había prohibido terminantemente a todos los narradores.
-Vuelve mañana y oirás la continuación -era siempre la respuesta.
Se cuentan muchas anécdotas en Damasco, o sólo sobre las disputas de los oyentes que a menudo formaban partidos. Unos simpatizaban con la familia de la novia, otros daban la razón a la familia del novio. Las anécdotas hablan también de oyentes que no podían dormir de curiosidad y emoción. Entonces iban a medianoche a la casa del hakavati y le ofrecían dinero para que dejase llegar al héroe hasta la amada. O para que el héroe pudiese escapar de la cárcel. Se decía que sólo algunos hakavatis aceptaban tales ofertas no sin instar a los oyentes a que acudiesen al día siguiente al café; pues Junis no debía enterarse del trato." (pags. 98-99)
Y la gran pregunta: ¿Por qué narras?
"Pero yo os quería decir que el oficio de narrador es muy cansado. Yo lo he visto noche tras noche en mis hakavatis. Bajaban del estrado y estaban agotados como hojalateros. Ganaban poco. Cuando les entregaba el dinero les preguntaba a veces: '¿Por qué te pasas la noche contando historias por tan poco dinero?'. Algunos decían: 'No hemos aprendido a hacer otra cosa. Nuestros abuelos y nuestros padres eran hakavatis'. Pero un día uno de los mejores narradores de café que he tenido nunca me dijo: 'Por el premio que me dan los oyentes: el placer de convertir a leones adultos en niños fascinados. Ningún oro del mundo iguala la dicha de vivir ese milagro en los ojos de los oyentes'. (pág. 107)
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