Fue en el libro de Anne Pellowski The World of Storytelling: A Practical Guide to the Origins, Development, and Applications of Storytelling (Nueva York: H. W. Wilson Company, 1990, págs. 127-129) donde, entre otros muchos datos y referencias fascinantes, encontré información sobre la liana de los cuentos, una forma que tienen los narradores de algunas culturas del África occidental y central de ofrecer a los potenciales oyentes una relación de los cuentos que constituyen su repertorio.
Pellowski habla de la liana en el capítulo dedicado a las formas de abrir una sesión de cuentos y, además de citar el pasaje de M. H. Kingsley que se traduce un poco más adelante, incluye la fotografía de una de estas lianas que se exhibe en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, recogida en los años de 1950 entre los lega del Congo.
Aunque voy con frecuencia a Nueva York y soy asiduo del museo de historia natural, nunca me había fijado en la vitrina que contiene la liana. En febrero de 2006 fui a verla armado de mi cámara digital, y le hice varias fotografías, una de las cuales os muestro aquí. En el verano de 2007, Helena y yo fuimos juntos a ver la liana, y casi nos da un soponcio cuando después de dar mi vueltas no pudimos encontrarla. Finalmente dimos con ella, pero no fue fácil. Por el motivo que sea, la luz de la vitrina estaba apagada, de modo que su precioso contenido no era visible. Por ese motivo, no pudimos hacernos foto junta ella, como era nuestra intención.
Antes de continuar, reproduzco en su integridad, traducido por mí, el pasaje antes mencionado de Mary H. Kingsley (1862-1900), en el que la viajera británica, a partir de un comentario sobre los ritos funerarios, narra su encuentro con los narradores profesionales del África occidental y sus lianas.
«Desde la perspectiva de los ritos funerarios, no hemos considerado todavía dos segmentos muy interesantes de la comunidad, esto es, el compuesto por quienes tienen forma humana y no son, estrictamente hablando, seres humanos, y el compuesto por quienes, aun siendo humanos, han cometido adulterio con los espíritus: las mujeres que dan a luz a gemelos o mueren durante el parto. […]
»En el África Occidental, la única categoría que he encontrado que sea como estos seres humanos-espíritu es la que incluye a esa extraña clase, los juglares. Quisiera saber más sobre estas personas. De no ser porque el señor F. Swanzy posee pruebas materiales de su existencia, en forma de la más espléndida red de historias, dudaría en mencionarlos. Sin embargo, algunos de mis amigos franceses me dicen que los han visto en Senegal, y me aventuro a decir que esa región debe de ser su sede principal. He visto a uno en Accra, a otro en Sierra Leone, a dos a bordo de sendos vapores, a otro más en la población de Buana, en Camerún.
»En pocas palabras, se trata de juglares que frecuentan las poblaciones donde hay mercado, y, por unos honorarios, cantan historias. Cada juglar tiene una red de historias, una red resistente, del tipo de las de pesca. A esta red se atan todo tipo de cosas: vértebras de pitón, pipas, trozos de porcelana, plumas, pedacitos de cuero, cabezas de pájaro, cabezas de reptil, huesos, etcétera, etcétera, y de cada uno de estos objetos pende un cuento.
»Miras la red de tu juglar, eliges un objeto y preguntas cuánto vale ese cantar. Él te da un precio exorbitante; tú regateas; es inútil: se niega a mostrarse razonable en lo referente a, pongamos, el hueso de pitón, de modo que pones precio a la pipa; más regateo. Por último, llegas a un acuerdo a propósito de algún objeto y de su precio, y te sientas sobre tus talones y escuchas embelesado el cantar o, más bien, la salmodia. Normalmente pides otra. De hecho, es como si te dieras al despilfarro para adquirir novelas. No te digo que sea una lectura tranquila, porque gente sin escrúpulos llega tan campante y, sin pagar su suscripción, se sienta a escuchar cuando tu juglar está actuando. De ahí que se desate una trifulca, a menos que seas como yo, y no te importe que los demás se diviertan un poco.
»Podría señalar que estas redes de cantares no tienen un tamaño reglamentariamente establecido. En la Costa Oeste no he visto nunca nada igual a la espléndida colección de cuentos que el señor Swanzy ha atado a su red. ¡Ay de mí!, sin el juglar que las traslade, no es sino un ciclo de cantares muertos que debió de pertenecer a un Shakespeare africano. La red de cantares más impresionante que yo vi era la de Buana. A su dueño lo llamé Homero de buenas a primeras, porque sus obras eran dos, e impresionantes. Atadas a su pequeña red podían verse una mano humana y una quijada, también humana. Eran sus únicos cantares. Sin reparar en el precio, escuché las dos. No las entendí, porque no hablo su lengua; pero eran algo fascinante, y la de la mano humana tenía un pasaje que hacía que el cantor gateara sobre rodillas y manos, dando vueltas y más vueltas, mirando a uno y otro lado, profiriendo la peculiar tos del leopardo al acecho, y dejando en el suelo, con su puño doblado, la marca de este felino. ¡Ah! ¡Menudo cantar! Habría entusiasmado a una piedra. Un público civilizado hubiese cubierto al cantor de ramos de flores. Yo…, bueno, el cacique que me acompañaba tuvo que intervenir y aconsejarme moderación al dispensar montoncitos de tabaco.
»Pero lo que quería decir sobre estos cantores era sólo esto. No son enterrados como a otras personas; cuando mueren los introducen en árboles, quizá porque son "la misma cosa" que esos cantores, los pájaros. Ignoro si es así, pero sólo me queda esperar que Homero siga entre nosotros, y que un oyente con más inteligencia que yo lo encontrará.»
(Mary H. Kingsley, West African Studies, Londres: Macmillan, 1899 [edición facsímil, Londres: Frank Cass & Co, 1964], págs. 125-127; la fotografía de M. H: Kingsley la he tomado de la web es.encarta.msn.com/)
Los narradores con los que se encontró Kingsley colgaban su mercancía narrativa de una red, no de una liana propiamente dicha, pero la idea es, esencialmente, la misma.
Desde que supe de ella en el libro de Pellowski, la imagen de la liana de los cuentos no ha dejado de rondar mi imaginación. Ya antes del viaje en que vimos la liana del Museo Americano de Historia Natural, Helena y yo habíamos hablado de la posibilidad de ofrecer una sesión de cuentos usando el mismo sistema que los narradores africanos, es decir, colgando una serie de objetos en una cuerda y dejando que el público elija aquellos que más le llamen la atención.
Después de un par de años dándole vueltas al asunto, finalmente lo vamos a hacer. La primera sesión de nuestra particular liana de cuentos tendrá lugar este viernes 20 de noviembre, en el Centro Cultural Valentina, Plaça Regomir, 2, Barcelona (metro Jaume I) a las 9 de la noche.
Para animaros a acudir os diré que, a diferencia de la señora Kingsley, vosotros no tendréis que regatear por los cuentos: el precio de 6 euros incluye no sólo la consumición, sino también todos los cuentos que querais elegir de nuestra liana, y que puedan contarse en una hora. ¡Allí os esperamos!
5 comentarios:
Hola Helena y José Manuel
En días recientes abrí las puertas de mi Casa y ahora salgo de paseo por la red en busca de contadores de cuentos, para aprender y compartir. Pasé por aquí y me detuve, para intentar enteder lo de escuchar con los ojos.
Saludos desde Mérida-Venezuela. Jabier
Encantado de haber recibido tu visita, Jabier!
Y esperamos verte más veces por aquí.
Gracias por la sesión del viernes chicos. La verdad es que la disfrutamos mucho tanto mi amiga como yo.
No son cuentos que habitualmente escuches por ahí, no se parecen a nada.
Nos vemos!
Estoy fascinada por Mary H. Kingsley, que mujer tan adelantada a su época. No me resulta dificil creer que sencillamente sentarse y escuchar cuentos (sin entender nada) pueda ser fascinante.
Intento imaginarme a esta señora victoriana, con su traje encorsetado y su sombrerito, escuchando con atención los cuentos, increible!
Cristina
También a mí me fascina la Sra. Kingsley. Existe una biografía reciente, "A Voyager Out: The LIfe of Mary Kingsley", de Katherine Frank, que ya me está tentando. Pero antes quiero leerme alguno de sus libros de viajes.
Por lo que de momento sé de ella está claro que no era la típica viajera victoriana, arrogante y cargada de prejuicios. Su descripción de los narradores y sus redes de cuentos no tiene desperdicio.
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