Estos días he recibido unos regalos muy bonitos. Entre ellos hay dos que me han gustado muchísimo y quiero compartirlos: la fotografía/felicitación del 2007 de Giovanna Ciravolo y el cuento de Navidad de Carmen González. Ya me diréis, ¿es o no es para estar contenta? Muchas gracias queridas :-)
MI PRIMER RECUERDO DE NAVIDAD
Era un deslumbrante y caluroso día. El astro rey dominaba ampliamente en un limpio cielo azul. Yo me encontraba como de costumbre saltando alegre con mis hermanas. En los últimos días no hacíamos otra cosa que corretear sin descanso. Sin embargo ese día percibía a mi alrededor algo diferente, no lograba identificarlo, era algo muy sutil, casi imperceptible, pero que acechaba por todas partes nublando mi mente y emborronando mis sentidos. De pronto sentí que me estiraban por los pies y me alzaban en el aire. Muchas de mis hermanas y amigas experimentaron lo mismo. Sorprendidas y asustadas tratábamos de asirnos unas a otras o de encontrar algo sólido a lo que agarrarnos. Todo fue inútil. Nuestras manos eran incapaces de retener nada y la fuerza que nos izaba por los pies nos desprendía con innata facilidad de nuestro hábitat.
En poco tiempo quedamos absorbidas por una nada invisible que nos ascendía a los cielos. Pequeños se iban tornando a nuestros ojos los campos, las casas, los árboles y caminos hasta convertirse en apenas rasgos desdibujados de una realidad que cada vez se nos antojaba más lejana. No alcanzábamos a vernos a pesar de que nos sabíamos próximas. En el largo trayecto nadie habló, todas permanecíamos en silencio, temerosas de que un solo sonido quebrantase esa burbuja de cristal en la que nos parecía estar atrapadas y disolvernos para siempre en esa invisibilidad terrorífica.
Hacía frío. Cada vez más frío. Y a medida que el sol se iba alejando, aquella nada transparente se iba tornando más opaca, como si a la burbuja le hubieran insuflado un espeso humo blanco. Eso nos sumió de nuevo en un estado muy parecido al pánico, sin embargo eso también tenía una ventaja, al menos conseguíamos percibirnos con algo más de solidez, ya no nos sentíamos tan etéreas. El espacio se iba cerrando poco a poco y nos obligaba a apretarnos unas contra las otras, confundiendo nuestros miembros hasta que nos vimos hacinadas en esa espesa masa. Ya éramos muchas, como si nos estuvieran agrupando a todas. Y seguían llegando más. Eso no mitigó el frío y como colofón a nuestra inquietud nos envolvió una completa oscuridad.
Un enfurecido viento nos sorprendió por el flanco Este empujándonos con violencia. Chocamos contra algo que nos pareció similar a nuestro propio hacinamiento. Se desató un griterío de pánico que se extendía como un reguero de pólvora. Seguimos chocando una y otra vez, como si los cuatro vientos se hubieran puesto de acuerdo para concentrarnos en un solo punto. El estruendo duró algunas horas, cuando cesó me dormí agotada.
El alba llegó y fue uno solo de sus suspiros gélidos el que acabó de romper esa frágil nada opaca que nos aprisionaba, abandonándonos a la gravedad. Resistí como pude intentando agarrarme con mis heladas y escurridizas manos a esa masa blancuzca que desaparecía por momentos y finalmente, rendidas a la evidencia, abrazándonos a la más próxima nos precipitamos al vacío.
Caímos sin pausa esperando estrellarnos contra el suelo. El impacto fue sólido, pero en un lecho más blando del que cabía imaginar. Eso no impidió que perdiéramos el conocimiento.
El sol comenzaba a alzarse cuando las voces de unos niños nos devolvieron a la conciencia.
- Mamá, mamá! La Navidad ha llegado con la primera gran nevada!
Nos miramos unas a otras y yo pregunté:
- ¿Navidad?
Después vimos la cara de un niño acercándose cada vez más a nosotras. Tenía los ojos grandes e iluminados y dibujaba una gran sonrisa.
Recuerdo que me alzaron dos pequeñas manos y de pronto sentí mucho frío, envuelta y aprisionada de nuevo contra mis compañeras. Me cegó una completa y compacta blancura y fui lanzada al aire con fuerza como si de un proyectil se tratara. Pocos segundos después me desparramaba contra un delantal floreado con olor a galletas recién horneadas.
Ése es mi primer recuerdo de la Navidad. En el transcurso de mi vida he pasado infinitas experiencias, a cuál de ellas más diferente, pero hoy, que también es Navidad, me embarga con especial nostalgia ese recuerdo, mientras miro a través del cristal transparente de esta jarra, el pavo humeante que yace en la bandeja de al lado.
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